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Caras y Caretas

           

Alberto Rojo: “La ciencia es siempre política”

Físico especializado en la teoría cuántica, músico profesional y fanático de Borges, Alberto Rojo habla en esta entrevista de sus visiones de mundo, de la relación entre la ciencia y el arte, de la religión como explicación de los misterios de la vida y de las casualidades, o no tanto, en las que nos gusta creer.

Científico, doctorado en Física en el Instituto Balseiro, becario del Conicet y docente en la Universidad de Oakland (Michigan, Estados Unidos), es también músico profesional, luthier, concertista de guitarra y autor e intérprete de canciones con aire folklórico, como “Qué bonito”, grabada por Mercedes Sosa. Condujo un programa de divulgación por Canal Encuentro y actualmente explora la pintura y el dibujo, sin dejar de producir papers para publicaciones especializadas. ¿Cuántas vidas caben en un solo nombre? Una introducción a los trabajos y los días del doctor. Alberto Rojo.

–Va de prólogo, una pregunta maniquea, básica y acomodaticia. ¿Qué fue primero, el músico o el científico?

–Medio que la cosa fue simultánea. Les atribuyo a mis padres el haberme inculcado la curiosidad o, mejor dicho, el no haber limitado la curiosidad que, como todo niño, tuve desde muy chico. Así es que me enamoré de la música de muy chico y me interesaron cuestiones de la naturaleza también de muy chico. 

–Tu especialidad es la física cuántica, término que suele emplearse en el lenguaje coloquial como sinónimo de extrema complejidad. ¿Cómo te llevás con esa percepción y cómo definirías la física cuántica para ese público neófito?

–Y, me hace un poco de gracia… Por algún motivo, la física cuántica se puso de moda en el lenguaje coloquial en los últimos años. Pero en realidad existe hace 120 años como teoría. Yo leía muchas cosas de divulgación de cuántica cuando era adolescente. Y te diría que en esos tiempos la física misma era sinónimo de complejidad y dificultad en la cultura popular. La física cuántica, en breve, describe el mundo microscópico, donde los conceptos de la física clásica, los que se usan para describir el movimiento de las cosas que nos rodean –los autos, las pelotas de fútbol, los satélites, las mareas– no funcionan. A fines del siglo XIX y principios del XX, empezaron a identificarse fenómenos cuyo origen microscópico no podía explicarse postulando, por ejemplo, que los átomos, esas cosas súper pequeñas que constituyen la materia, son como sistemas planetarios con órbitas muy definidas donde el electrón gira alrededor del núcleo. Había que postular algo distinto para el movimiento. Y llevó muchos años dar con ese modo distinto de describir el movimiento microscópico. Y resulta que la matemática que lo describe “te está diciendo” que los electrones (los “mini-planetas” del universo microscópico) se mueven de un modo muy loco que no tiene correspondencia con lo que conocemos del mundo que nos rodean. Por ejemplo, los electrones alrededor del átomo están en varios lugares a la vez (¡en infinitos lugares en realidad!). Un solo electrón forma como una nube alrededor del átomo, y resulta que esa nube se mueve y oscila como una onda, como si fuera una pelota muy flexible que vibra. Eso suena a fantasía, salvo porque esa teoría permite predecir cosas que luego, maravillosamente, se comprueban en el mundo visible. Por ejemplo, toda la electrónica, las luces de las pantallas digitales, la tomografía, la resonancia magnética, toda la química de los medicamentos, en fin, prácticamente toda la tecnología del siglo XX, requiere de una descripción cuántica. Te digo más, gracias a la cuántica podemos entender por qué la Tierra tiene el tamaño que tiene, por qué las estrellas tienen el tamaño que tienen y por qué viven el tiempo que viven, y no otro. Y podemos entender el origen de los elementos químicos, por qué el hidrógeno es el material abundante en el universo y por qué hay agua, metano y amoníaco en el sistema solar. En fin, ese sería un pantallazo.

–En cambio, tu aproximación a la guitarra fue autodidacta.

–Sí, empecé prácticamente solo. Un amigo me prestó su guitarra, le dio vuelta las cuerdas “porque sos zurdo” y me mostró un par de posiciones. Luego yo seguí solo. Me compré partituras (en Ricordi, en la calle Tucumán) y con las partituras trataba de seguir los discos de Segovia y Eduardo Falú. Y hacía, sin saberlo, mis propias reducciones, es decir, tocaba las notas que podía y salteaba muchas. Y también sacaba mucho de oído. Por ejemplo, a Cacho Tirao le sacaba los arreglos usando el disco de vinilo, paraba con los dedos el disco, sacaba una nota, luego lo dejaba correr un poquito, sacaba otra nota, y así. A mí me encantó el método, pero no recomiendo ser totalmente autodidacta. Tener buenos maestros y referentes, mirar tocar, es muy importante. Al fin y al cabo, los autodidactas tenemos maestros bastante ignorantes… Dicho esto, sigo estudiando cosas por mi cuenta (dibujo, por ejemplo) pero siempre busco conversar con gente que sabe más, pido consejos, escucho.

–Mientras estudiabas en el Balseiro, supongo que eras el as de las peñas estudiantiles… ¿Cómo era tu repertorio? 

–Bueno, ponele… Tocaba de todo. Muchas cosas de guitarra solo que tocaba en esa época (Falú, Bach, Lauro, Barrios), canciones folklóricas (“La pomeña”, todo de Yupanqui, las cosas que grababa Mercedes) y una que otra canción mía. Y también tocaba esas “que sabemos todos”, las del rock del momento, “Escaleras al cielo” (Led Zeppelin), Sui Generis, ¡qué tiempos!

–¿Sos una rara avis en el mundo de las ciencias? ¿Cómo reaccionan tus colegas cuando pelás una guitarra y mezclás teoremas con corcheas?

–Más o menos, sí. A los físicos les encanta la música en general y muchos son muy buenos músicos. En mi caso lo “raro” es que hago música a nivel profesional. Y si la combinación es muy bien recibida, quizá (y aquí no voy a ser modesto) sea porque trato de hacer tanto la música como la ciencia con la mayor seriedad y compromiso posibles.

–¿Porqué el folklore y no el rock o el jazz?

–Ojo, me gusta todo, de hecho estudié jazz para guitarra en Berklee, y me encanta y escucho muchísimo a los guitarristas de jazz. Pero el folklore lo llevo muy adentro y gravito naturalmente hacia esa música. Creo que la raíz es importante, pero no tiene que ser un limitador. A mí me sale naturalmente el acento folklórico, pero no lo busco intencionalmente. En ese sentido, uno de mis héroes musicales es Ginastera: qué lindo sería tener una obra con ese sentido de raíz y universalidad a la vez.

–Grabaste un tema con Charly… (“Desarma y sangra”) ¿Es un genio? O, en todo caso, ¿qué sería un genio de la música?

–Uy, la palabra “genio”. Sí, Charly es un genio. Me acuerdo de charlas que tuvimos con mi viejo sobre la palabra genio. Él decía que una cosa es ser muy inteligente, o súper inteligente, y otra cosa es un genio. Y estoy de acuerdo. No sé si darte una definición abarcadora. En el momento que defina el término voy a limitar el concepto. Para mí, los genios son gente que afecta el curso histórico de la cultura, que toca a mucha gente con una obra que perdura en el tiempo. Y que luego conocés sin saber que la conocés. Por ejemplo, podés no haber leído Shakespeare y sin embargo muchas de las cosas que te gustan están influidas por Shakespeare, porque su obra fue tocando a través del tiempo el trabajo de otros. Lo mismo con los Beatles. O con Darwin o Feynman. Y la obra de Charly, además de ser hermosa, tocó muchas vidas, tocó a compositores argentinos (basta escuchar a Fito, por dar un sólo ejemplo). Y sus canciones, creo yo, van a perdurar en sí mismas y en otras canciones que vendrán.

TODA CIENCIA ES POLÍTICA

“La ciencia es siempre política, algo que a mí me parece muy bien”, responde tajante Rojo respecto de una consulta que roza plataformas, candidaturas y grietas. Y agrega: “Los científicos buscamos la verdad, pero también (es mi caso) nos interesa pensar las maneras en que podemos mejorar el bienestar de la población del planeta y la preservación de la naturaleza. Ahora, lo que pasó en la Argentina es que la comunidad científica se ‘partidizó’. Eso es algo que, para mí, conspira con el espíritu científico, ya que antepone la opinión al argumento, cuando tiene que ser al revés. La opinión no es un dato. En resumen, y podría explayarme, la política científica tiene que ser transversal a la visión partidaria, a esa mirada rectilínea que divide el mundo en izquierda y derecha”.

–¿Se pueden esgrimir argumentos científicos para rechazar las distintas vacunas elaboradas contra el covid-19 o entramos en una confrontación de tono político?

–Claro que sí. Cada vacuna tiene un mecanismo que es validado por la evidencia estadística y por un corpus de conocimiento anterior. El desarrollo de una vacuna es en sí mismo un problema científico. A esta altura, la evidencia muestra que todas las vacunas que se distribuyeron son eficaces (en distinto grado, pero son eficaces). En todo caso, la pregunta es si se pueden esgrimir argumentos no científicos para rechazar o aceptar una vacuna. Y ahí, mi respuesta es no, a pesar de que se usaron, y no sólo en la Argentina.

–Va una pregunta vintage. En el boom de los platillos voladores, se subrayaba que sus evoluciones contradecían las leyes de la física. ¿Era un argumento científico o de marketing?

–Ja, fue una moda. De hecho, en el informe reciente sobre “fenómenos inexplicados” también vinculados a ovnis, no hay nada raro. Para mí, los ovnis, más que fenómenos inexplicables de la física, son fenómenos explicables de la psicología.

–El diálogo (o la falta de él) entre ciencia y religión todavía suscita incomodidad. ¿Seguimos buscando en la religión las respuestas que la ciencia no puede darnos?

–Es posible que alguna gente busque “respuestas” en la religión, pero para mí son cosas distintas y desconectadas. Es mi visión personal, claro. Y no me refiero a las religiones organizadas y las ficciones que aparecen en textos considerados sagrados. Considero que ser religioso es sentir una conexión espiritual con lo misterioso del mundo, con el hecho –misterioso en sí mismo– de que seamos capaces de describir el universo con leyes, con el hecho de que exista la ciencia; el sentido del asombro de que las cosas sean como son; estar ligado a ese misterio. De hecho, la palabra “religión” viene de re-ligare, ¿no? Estar ligado al misterio.

–Escribiste un libro vinculando a Borges con la física cuántica. ¿Cuál es tu relación más personal y literaria con la obra de Borges? ¿Es un escritor “científico” o es una mera impostación literaria?

–La literatura de Borges tocó y toca mi vida. Lo leí desde chico y fue acompañando mi crecimiento intelectual y mi camino hacia cierta madurez que, por cierto, sigue. Es un escritor de ideas. No iría tan lejos (o tan cerca) y llamarlo un escritor científico. Es un ejemplo, como Bach (otro artista que amo), que combina de modo único el lirismo con la precisión, alguien que procede con rigor científico (me estoy contradiciendo un poco, ya lo sé) o de ingeniero y a la vez nos conmueve más allá de la lógica. Por eso creo que, en un sentido amplio, hay ciencia en su literatura, ya que su obra vive en ese territorio intermedio donde la frontera entre ciencia y literatura se desdibuja. Volviendo a los misterios, la física –y la cuántica en particular– contiene elementos matemáticos que a veces son difíciles de traducir en palabras, donde no sabemos bien qué nos está diciendo la matemática, donde hay que interpretar ciertas cosas. Y ahí donde la ciencia se queda sin palabras es donde los poetas, que exploran los límites de lo expresable, son indispensables. Y Borges es un actor central en ese territorio; por eso es el poeta más citado por científicos. Más allá de que su obra contenga una teoría científica, cosa que por cierto no es así.

TERAPIAS ALTERNATIVAS Y OTRAS YERBAS

Crítico de las terapias “alternativas”, Rojo desmenuza el concepto de las “verdades emotivas”, que pretenden tener un alcance de verdad más allá de lo que muestra la evidencia. “Es importante diferenciar las verdades íntimas e individuales (que se apoyan en vivencias personales, en enunciados como “a mí me funcionó” y en otras experiencias circunstanciales) de las verdades compartidas, de aquello que se aplica al conjunto y está sustanciado en evidencia (estadística en muchos casos) y en un mecanismo que lo apoye. Uno es libre de tomar decisiones basadas en experiencias individuales que no afectan a otros. Pero pretender que eso constituya una verdad aplicable al resto, que se puede aconsejar y hasta recetar, cuando en realidad contradice un cuerpo de evidencia y de conocimiento verificado (el caso de la homeopatía, por ejemplo) me parece una irresponsabilidad.”

–También sos un desmitificador del azar en la vida cotidiana. Definitivamente, ¿no existen las casualidades, las rachas, etc.?

–Al contrario, justamente existen las casualidades y las rachas. A quién no le pasó algo casual y llamativo, y quién no tuvo una racha, mala o buena, alguna vez. Más aún, la estadística muestra que, a la larga, las rachas y las casualidades están destinadas a ocurrir. El punto es el significado místico que les damos a esas rachas o casualidades. En este momento, estoy viendo caer las hojas del otoño en mi jardín. Caen en el pasto, en las hojas de las plantas. Una acaba de caer en una flor roja (una alegría del hogar), que todavía queda a fines de octubre. Para la flor es una casualidad (¡justo a mí me tocó!). Visto desde la estadística es un hecho inevitable, sin otro significado que el mero azar. Cito un texto de Nabokov, mi preferido sobre el tema: “Un hombre perdió una vez un gemelo de diamantes en el ancho mar azul, y veinte años después, el día exacto, aparentemente un viernes, en un restaurante cercano le sirvieron un pez grande, y dentro del pez no había ningún diamante”. Eso es lo que me gusta de las coincidencias.

–¿Cómo es tu relación actual con la Argentina? ¿Hoy también hay que repensar el concepto de “distancia”, a partir de las nuevas tecnologías, que nos hacen estar todo el tiempo en contacto con el que está lejos?

–Amo la Argentina y trato de hacer la mayor cantidad de proyectos en la patria. De devolver algo de lo mucho que me dio. Viajo todo lo que puedo, aunque no fui desde que se desató esta maldita pandemia. Sí, hay que repensar la distancia, no sé si se acortó, pero sí cambió. No sé cómo hubiera sobrevivido esta pandemia sin el Zoom, y sin internet que nos permite leer, escuchar y ver las noticias de todos lados. La tecnología es buena.

Escrito por
Oscar Muñoz
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