A los tumbos, hay definiciones centrales del año electoral que se van concretando. Mauricio Macri anunció que se bajaba de una posible precandidatura presidencial. Varios meses antes, en un contexto y con motivos muy diferentes, Cristina Fernández había hecho lo mismo. El presidente, Alberto Fernández, por su parte, no define, como forma de forzar la utilización de las PASO en el Frente de Todos para decidir las candidaturas. Las tres posiciones tienen orígenes y motivaciones distintas.
Cristina anunció su renuncia a cualquier postulación el 7 de diciembre último, luego de que el Tribunal Oral Nº 6 de Comodoro Py informara que la sentenciaba a seis años de prisión y la inhabilitaba de manera perpetua para ocupar cargos públicos. Entre los jueces del Tribunal, se sabe, estaba Rodrigo Giménez Uriburu, que junto con el fiscal Diego Luciani juega al fútbol en el club Liverpool, en los torneos que organiza el ex presidente Mauricio Macri en su quinta Los Abrojos, en el norte del conurbano bonaerense. Ese solo dato hubiera forzado un nuevo juicio en cualquier país que pretenda garantizar una justicia imparcial. No es el caso argentino.
CFK comunicó su decisión ese mismo día. Luego, con el paso de las semanas y los meses, hubo gestualidades que podían ser leídas como una posible revisión de su postura. A poco más de dos meses para el cierre de listas –la fecha exacta es el 24 de junio–, todo indica que nada cambiará.
La propia vicepresidenta se encargó de aclarar que no es la decisión de un ciudadano libre sino la imposición de un Poder Judicial que se dedica a la persecución política. En términos formales, Cristina podría presentarse. En su entorno y ella misma han comparado varias veces su situación con la que sufrió Luis Inácio Lula da Silva en las elecciones en las que se terminó imponiendo Jair Bolsonaro. La justicia brasileña confirmó la proscripción de Lula al filo del inicio formal de la campaña electoral.
¿Está descartado que CFK se presente como senadora nacional por la provincia de Buenos Aires? No del todo. Eso ayudaría a consolidar el voto peronista en el principal distrito de país y a la reelección de Axel Kicillof. El territorio bonaerense sería, una vez más, el puntal de una posible –aunque muy improbable– victoria del peronismo. O en segunda instancia el destino para el repliegue y reagrupar fuerzas apuntando a 2027.

Alberto no confirma si buscara su reelección, pero realiza permanentemente gestualidades políticas en ese sentido. Los carteles con la consigna A23-quizás demasiado parecida al canal de noticias-circuló a principios de marzo. El presidente está empeñado en que los candidatos del FdTsurjan de una primaria, mientras el sector más cercano a la vicepresidenta apuesta a que CFK, en su condición de máximo figura política del peronismo y con el grueso del caudal electoral, pueda diseñar la estrategia. Hasta ahora parece que esta pulseada la ganó el albertismo, recostado en un pilar que no es menor, el sistema electoral que se aprobó en la reforma del año 2009. La única manera de evitar las primarias sino hay una acuerdo dentro de una coalición para no presentar más de un candidato es romper esa coalición. Y esa parece ser la frontera que ninguna de las tribus del Frente de Todos está dispuesta a cruzar, a pesar de encarnizada interna en las que están sumergidas.
Habrá PASO. Y por ahora lo que emerge-y que puede girar 180 grados de acá a junio-es que el albertismo tendrá un candidato, que no necesariamente sería el presidente, y el cristinismo tendrá otro. ¿Cómo se resuelve esa ecuación en la Provincia de Buenos Aires? Es un misterio. El cristinismo no está dispuesto a que Kicillof se cuelgue de boleta de todos los postulantes presidenciales. Es decir: si Alberto impulsa una postulación presidencial deberá llenar todos los escaños y poner alguien para gobernador. El tetris parece tan enrevesado como inevitable.
¿Y por derecha cómo andamos?
A diferencia de lo que ocurrió con la decisión de Cristina, Macri abandonó su proyecto de reivindicación personal porque sabe que no le dan los números ni siquiera para garantizarse ganar la interna en PRO. La sola mención de su nombre en zonas altamente pobladas, como la tercera sección electoral de la provincia, espanta votos hasta de los recién nacidos. Frente a esa realidad, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta tenían chances de derrotarlo en una primaria. A un ex presidente que tiene el trauma de haber fracasado en lograr su reelección –y que por eso quería volver a postularse– solo le faltaría coleccionar en su vitrina la derrota en una primaria del partido que él mismo fundó. La autopreservación psicológica pesó más que la ambición política.

Esto despejó el juego en el partido amarillo, que se encamina a tener dos candidatos presidenciales, por ahora, Larreta y Bullrich, ambos porteños, lo que muestra el profundo carácter local que tiene el partido de Macri. A pesar de esto, la CABA ya puso dos presidentes en su corta vida como distrito autónomo. Su presupuesto es equivalente al de la Comunidad de Madrid si se lo mide por habitante. Y el Estado nacional le garantiza varios de los servicios, como el de la Justicia ordinaria. Todo esto transforma a la CABA en una vidriera casi inigualable.
El misterio que recorre ahora a la coalición antiperonista es qué harán los radicales. Gerardo Morales lanzó su precandidatura y desplegó publicidad en redes y cartelería. La UCR preserva su tradición centenaria de que el líder del partido es el candidato a la presidencia, llueva, truene, o mida dos puntos. La postulación del carcelero de Milagros Sala puede tener el objetivo de negociar espacios de poder para después pactar con Larreta y ser su compañero de fórmula en las primarias de JxC. Si los boinas blancas no presentan candidato propio finalmente, es seguro que habrá boinas blancas respaldando tanto a Bullrich como al jefe porteño, según el distrito y de acuerdo a la tajada de espacios que se ofrezcan. Hace muchos años que los radicales se miran a sí mismos como una especie en extinción que solo puede apostar a sobrevivir hasta la próxima elección. Esa percepción que nació hace más de veinte años, tras la caída de Fernando de la Rúa, no se ha modificado.
Extrema derecha a la vista
Los autodenominados libertarios, inspirados en las tendencias neofascistas que se expanden por Occidente, mezclados con la tradicional derecha defensora de las dictaduras argentinas, amenazan con ser la gran sorpresa de la elección. Javier Milei, el principal referente a nivel nacional, no tiene estructura partidaria y hasta ahora la única alianza sólida que cerró a nivel local fue con Ricardo Bussi, hijo del represor y genocida Antonio Domingo Bussi, en Tucumán
Las encuestas, que se vienen equivocando de modo sistemático, ubican a Milei en una especie de triple empate con el FdT y JxC. Estos indicadores disparan un interrogante: ¿es posible sacar cerca de 30 por ciento a nivel nacional sin estructura, sin intendentes, sin gobernadores, y con solo cuatro diputados en el Congreso nacional? Sería un fenómeno absolutamente inédito en la historia política argentina desde la restauración democrática de 1983. No ha ocurrido nunca, ni siquiera luego de la crisis terminal de diciembre de 2001. Siempre, finalmente, los presidentes han llegado de la mano del peronismo o del radicalismo. Pero el mundo cambia y los países también. Puede ser que un buen trabajo en redes sociales reemplace a décadas de cultura partidaria, centenares de intendentes, varios gobernadores y miles de militantes, como tienen las fuerzas tradicionales. Parece difícil. Por momentos la supuesta intención de voto de Milei parece una pompa de jabón que explotaría al tocarla con un dedo. Pero nadie puede asegurarlo.
Luego de dos gobiernos de distinto signo –el de Macri y el de Alberto– que no son comparables pero que tuvieron resultados similares en el poder adquisitivo de los salarios, se abre la puerta para un outsider. El que asoma parece surgir de la pulsión suicida de la democracia argentina. Tiene el mismo plan económico de la dictadura genocida y su plan político, por ende, no puede más que parecerse también, aunque tenga que aggiornarse un poco.