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Caras y Caretas

           

Militancia y legado

No solo fue una gran artista para adultos y chicos. Elena Walsh fue también feminista, y desde su trinchera levantó esa bandera y la compartió con su enorme público.

María Elena Walsh era feminista. Si alguien hoy lo pone en duda, si se asombra ante la afirmación o necesita que se lo expliquen con argumentos, es porque nunca escuchó su nombre, no sabe quién es, no conoce sus poemas ni cantó sus canciones. María Elena Walsh era feminista mientras el machismo patrio armaba y desarmaba el es tereotipo para su conveniencia y antes de que llegara la hora de la discusión semántica con su fausto despliegue para interpretar a quienes des cubrían que la palabra temida hablaba de ellas. Era feminista y nadie que haya tenido la dicha de vivir una vida con horas salvadas por María Elena Walsh hará de esa aserción de identidad un titubeo. Era feminista y nos enseñó a serlo. Era feminista porque era generosa sin doblez ni limosna y con la maldad conveniente que nos libera del aburrimiento. Esa generosidad está viva en las canciones que cantamos de memoria,
en la caravana de talleristas que dan cátedra sin esfuerzo cuando la citan, en sus historias conta das sin moraleja, en los versos que hablan de la estación de cacerolas que ensucian el aire, en su risa –tuve la dicha de contarle en una aburrida reunión editorial que mi hijo de tres años la es cuchaba cantar en 33 y en 45 cuando descubrió la perilla de las velocidades en el Winco de su abuelo– y también en las palabras –bienvenido siempre el vocabulario walshiano– que su poesía nos dicta cuando la lengua perezosa las olvida. ¿Hay mejores rumbos de generosidad que ese aguardiente en la garganta? Era feminista y lo fue cada una de las María Elena Walsh que conocimos a través de los discos, de los libros, de las coplas y de los pensamientos de las maestras, de la familia y de las amigas y de los amigos con quienes la compartimos.

La diversidad de ese descubrimiento traza en un tiempo sin caducidad el viaje por la ruta de los mojones imperiosos donde están su primer poema publicado en la revista El Hogar, cuando tenía quince años, su descubrir que los ojos de Juan Ramón Jiménez la miraban para culpar la –“Siempre me he sentido borrada a su lado, como si sus ojos me estuvieran corrigiendo, culpable de no ser ángel de la perfección poética o demonio de la belleza total (…) Cada día tenía que inventarme coraje para enfrentarlo, repasar
mi insignificancia, cubrirme de una desdicha que hoy me rebela”– y su revolución musical parisina con Leda Valladares. María Elena cupletista es la guía colosal de ese viaje infinito, poética del aliento, vigilia zoológica de los sueños interminables con canciones que se cantan para mirar.

La suya es una ruta revoltosa donde la militancia feminista es el hilo –cuando el hilo es vigía y columna– que une esa sucesión de mojones reveladores. Esos mojones fueron y siguen siendo la almohada y la mantita, “trapos de ser humano”, como ella llamaba a la sábana y al mantel: “Uno manchado de vino/ que señal de gozo es/ y la otra humedecida/ con rocío de querer/ que no le falten a nadie/ en este mundo tan cruel”. Sí, los mojones de María Elena son guía y amparo, la educación infantil y la sentimental, caminan a salvo. Sus biógrafas y las hemerotecas dan cuenta de sus lecturas favoritas: Virginia Woolf, Doris Lessing, Victoria Ocampo, Simone de Beauvoir, Roland Barthes y Susan Sontag, entre otros, y también de sus primeras batallas contra el machismo (1970), cuando nacen la Unión Feminista Argentina (UFA) y el Movimiento de Liberación Feminista (MLF), y milita junto a Angélica
Gorodischer y María Luisa Bemberg.

LECCIONES FEMINISTAS

La bibliografía es curiosa y es un camino por el que hay caminar para encontrarse con las respuestas que María Elena daba en cualquier reportaje y con los textos periodísticos que publicó durante la dictadura: “Las feministas no tenemos odio, tenemos
bronca”; “Es mejor que ahora parezca una guerra abierta, limpia, esta que declaramos contra todas las formas de la arrogancia machista. La guerrilla de la artimaña, el repliegue y la comodidad no hace sino reproducir series de esposas achanchadas y madres castradoras”; “El Movimiento de Liberación Femenina nace en las ferias y junto a las bateas, a la vera de las camillas de ginecólogos carniceros y a contrapelo de los viejitos célibes del Vaticano”. Hay más perlas, por supuesto, como el listado que escribió en “Sepa usted por qué es machista”, publicado en la revista Humor en 1980, donde se despacha a gusto y gracia describiéndolo. Usted es machista porque, decía, “en el fondo es antisemita, antinegro, antiobrero, antijoven, pero como eso ya no corre se desquita con la misoginia, que aquí y ahora viene con premio pero no se descuide: por poco tiempo más” y “porque cree que la inepcia es cuestión de sexo, que es como creer en la cigüeña o en elecciones inminentes”. Cuando termina la lista y antes de poner el punto final se despide diciéndole que “puede seguir siendo machista, pero con apoyo logístico. No se trata tampoco de ejercer la represión desde estas páginas”, y le avisa que seguramente va a recibir “las palmadas de la patota” pero que igual “se va a quedar solo como un ciempiés, de luto, convertido en Drácula de utilería y en hazmerreír de las criaturas primaverales”.

María Elena Walsh dijo cuando había que decirlo que si alguien veía a una nena leyendo una novela entusiasmada seguramente iba a molestarla diciéndole “que no se quedara tanto tiempo sin hacer nada”, y que seguían siendo muchos los que no aceptaban que
una mujer dijera: “Me revienta ser madre y tener hijos”, la explicación, según la poeta, recaía en el feminismo patrio, “una versión tímida, blandengue, autoencerrada por miedo, por pudor, por lo que sea” (suplemento Radar, Página/12, 2008). Ella conocía el poder del pudor, durante años no había hablado (hasta que publicó Fantasmas en el parque) de su amor con Sara Facio.

Pero si hay algo para recordar, porque tal vez explica mejor que cualquier otra cita su feminismo y su juventud eterna, es el poema que escribió –no siendo peronista, ya lo sabemos– sobre Eva Perón en 1976. Hay que leerlo completo, mientras tanto, unos versos alcanzarán para que salir a su encuentro sea un plan inmediato: “Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a las mujeres en la historia de prepo (…) Cuando juntas las reas y las monjas y las violadas en los teleteatros y las que callan pero no consienten arrebatemos la liberación para no naufragar en espejitos ni bañarnos para los ejecutivos. Cuando hagamos escándalo y justicia el tiempo habrá pasado en limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana”. Una vez más, la justicia poética es feminista.

Escrito por
Marisa Avigliano
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