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Caras y Caretas

           

Mundo Quino

Ilustración: Federico Parolo
Ilustración: Federico Parolo

Un recorrido por tiras cómicas, editoriales y libros publicados por el dibujante y humorista gráfico nos recuerda cuánto lo extrañamos y da cuenta de su vigencia como cronista político.

En el final de su libro ¡Qué mala es la gente! (1996), Quino se dibuja a sí mismo asediado por un agente de la Policía Humorística. Este inusual guardián del orden revisa las publicaciones del artista y le recrimina que no haya dibujado nada cómico en toda su vida: “Veamos: la muerte, la vejez, la injusticia social, el autoritarismo… ¿estos son temas humorísticos para usted?”. En su defensa, Quino le extiende al agente una tira al azar de Mafalda. En ella, l’enfant terrible por antonomasia de la historieta argentina junto a Libertad expresan su habitual pesimismo respecto de cómo marchan las cosas en el mundo. Es el tiro de gracia que precipita el desenlace: en la viñeta final, el policía esposa a Quino y se lo lleva detenido.

Quino se asume consciente del rol subversivo de la comicidad frente a los poderes imperantes y percibe que los carceleros de la humanidad y sus secuaces tienen dificultades para comprender su humor. En todo caso, se sabe condenado: tarde o temprano vendrán a por él.

Por eso, durante su existencia, para sobrevivir, se valió de múltiples estrategias que, por más de medio siglo, le permitieron desarrollar una monumental obra de tiras cómicas donde no cesó de denunciar las relaciones de opresión de los poderosos sobre los débiles.

El debut como humorista de Joaquín Salvador Lavado fue en 1954 en Esto Es, un semanario político fundado por Tulio y Julio Jacovella. Ambos hermanos, años después, desde la revista Mayoría, publicarían las investigaciones de Rodolfo Walsh sobre los fusilamientos ilegales en los basurales de José León Suárez que devendrían Operación Masacre. Tras la confiscación dictatorial de Esto Es, Quino publica en medios como Rico Tipo, Leoplán, Damas y Damitas, Atlántida, Che y Tía Vicenta, entre otros.

Hacia 1963 es una figura tan promisoria que Ediciones del Tiempo reúne una selección de dibujos publicados previamente en prensa y los publica en formato libro. Así surge Mundo Quino. En tiempos de presiones militares y democracias débiles, apela a un humor absurdo, sin palabras, en donde se burla del ejército, la Iglesia católica, el matrimonio y las relaciones de poder entre ricos y pobres, mayordomos y patrones, hombres y mujeres. La táctica para evadir la censura es una cierta universalización de los temas y nulas referencias al escenario local. Así, por ejemplo, se ridiculiza la cuestión del “otro” para Occidente a partir de cazadores en África, los soldados son de diferentes épocas y lugares, hay chistes sobre náufragos y condenados a muerte y se oponen tópicos tales como guerra/paz o cielo/infierno.

El siguiente capítulo de su biografía artística es demasiado conocido. No hay nada en el cómic argentino que se parezca a Mafalda en cuanto a prestigio y repercusión local y global. Lo más cercano en la historieta y apropiaciones políticas es El Eternauta, de Oesterheld. Pero Mafalda es a la historieta universal lo que Alicia de Lewis Carroll a la literatura: uno de esos raros textos que pueden ser leídos con placer por niños, jóvenes, adultos y ancianos. Una ficción donde, desde una aparente inocencia (que le otorga impunidad), una niña se rebela contra el mundo y ataca la legitimidad del poder.

En sus tres etapas –desde las páginas de Primera Plana, El Mundo y Siete Días–, Mafalda mantuvo una coherencia ideológica en su odio a cualquier tipo de violencia: desde James Bond, el armamentismo y la guerra, hasta los “palitos” de abollar ideologías. Tampoco transó en su rechazo a la sopa (que fue leído como metáfora de cualquier obligación o autoritarismo). En diciembre de 1965, mientras las tiras de Mafalda eran recortadas y pegadas en las oficinas o en las vidrieras de los negocios como símbolo político, el editor Jorge Álvarez –paradigma de la contracultura de los años 60– lanza una tirada de cinco mil ejemplares que se agota en dos días.

La familia de Mafalda representa los ideales típicos de la “clase media”, en tanto que su troupe de amigos encarnó estereotipos de folletín que perduran en la memoria colectiva: Susanita, sinónimo de figura femenina tradicional; Manolito, defensor de los valores capitalistas; Libertad, cuyo ideal es la revolución comunista; el adorable Felipe, que aborrece la escuela y es filósofo autodidacta; Miguelito, poco proclive a los estatutos del orden y la higiene, o Guille, que, nacido tras el Mayo del 68 y como hijo de su época, parece venir al mundo más radicalizado conforme avanza la larga noche del onganiato.

EL OCASO DE UNA ÉPOCA

Quino dejó de dibujar a Mafalda el 25 de junio de 1973, cinco días después de la jornada en que Perón no volvió en el mítico avión negro y en cambio se produjo una luctuosa masacre en Ezeiza. Un día en que para muchxs argentinxs el sueño se terminó y empezó la tragedia. Se había terminado también la época de los Beatles, Juan XXIII, el Cordobazo y el Che Guevara, que alimentaron las más ingeniosas invectivas de Mafalda, Felipe y Libertad.

El humorista afirmó que dejó de escribir Mafalda cuando merced a la Triple A, en la editorial Abril ponían bombas o sus compañeros desaparecían. Para no ser prohibido o desaparecer, optó por el exilio. Llegó a afirmar que el futuro de Mafalda habría sido el de una desaparecida o una desesperanzada.

En el resto de su producción –recopilada en alrededor de una veintena de libros publicados en su totalidad por la militante e independiente Ediciones de la Flor y en escasas ocasiones por Lumen–, no hay ya protagonistas ni personajes diferenciados: son “hombres y mujeres comunes y cotidianos”, que narran o presentan en clave de humor experiencias ordinarias. Tras el trauma del terrorismo de Estado, parece quedar solo el anonimato del hormigueo social.

Los títulos hablan por sí solos y parecen crónica histórica de la Argentina: Bien gracias, ¿y usted? (1976); A la buena mesa (1980); Ni arte ni parte (1981); Déjenme inventar (1983); Quinoterapia (1985); Sí, cariño (1987); Gente en su sitio y Potentes, prepotentes e impotentes (1989); Humano se nace (1991); Yo no fui (1993); ¡Qué mala es la gente! (1996); ¡Cuánta bondad! y A mí no me grite –compilación de historietas publicadas en Panorama y Siete Días Ilustrado que fue editada originalmente en 1972 por Siglo Veintiuno– (1999); ¡Qué presente impresentable! (2004), y La aventura de comer (2007).

Generalmente, se trata de breves relatos –un repertorio de chistes gráficos y tiras cómicas– en los que seres humanos se muestran subordinados a mandatos, sistemas de creencias y reglas inamovibles que se instauran como injustas para muchos y expresan privilegios de unos pocos. Es el reino de la soberbia de los poderosos, los jefes, los empresarios, los curas. La contrapartida es la humillación del marginado, la soledad y el descrédito del anciano, la impotencia y la frustración de empleados, idealistas, desesperados, locos y suicidas. Y los “rebeldes”, aquellos que osan en algún momento transgredir lo permitido, expresar su disconformidad ante lo injusto o desobedecer los mandatos, son reprimidos o eliminados. Quino intenta así una representación gráfica que funcione como espejo del mundo contemporáneo y del trabajo explotado y alienado.

LA ESTÉTICA COMO IMITACIÓN DE LA VIDA

En sus últimos libros, prevalece el recurso de textos puramente visuales o sincréticos, tiras cómicas o chistes mudos. Son meras imágenes de escenarios familiares, religiosos, laborales, educativos, donde se despliegan los microautoritarismos que definen el mundo maniqueo de los dominadores despóticos y los dominados pasivos, víctimas de acciones abusivas. Arquetipos que se corresponden con los que gozan y los que sufren y dan cuenta de personas de carne y hueso del neocapitalismo.

En un doble juego, Quino hace reír a los lectores al burlarse del absurdo del orden mundial mientras los pobladores de sus historietas padecen trágicamente. Su recurso teatral es la catarsis aristotélica: producir efectos de terror y piedad que mediados por la risa redentora y la tierna sonrisa inciten a la reflexión de su público.

En 2009, desde Clarín, Quino anunció su retiro como historietista de las páginas de humor en diarios nacionales. En una de las tiras de A mí no me grite aparecía retratado Hitler silenciando el canto de un pájaro enjaulado, y en otra, un oficinista esconde con miedo el afiche del rostro del Che Guevara en el cajón de su escritorio. Los peores peligros que acechan a la humanidad parecen siempre los mismos, pero como solía afirmar, las utopías nunca mueren.

Escrito por
Adrián Melo
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