Para 1973 a Mafalda ya no le quedaba mucho para decir, o al menos eso era lo que pensaba Quino. El artista estaba cansado, a su juicio la historieta había perdido eficacia, y la llegada de Héctor Cámpora al poder parecía ser una oportunidad renovada para la democracia, bastión que la pequeña y sus amigos habían defendido entre viñetas durante una década.
En ese contexto, aquella niña nacida a la revolucionaria luz de los años 60 podía decir adiós sin que su autor la extrañara demasiado. Lo que Quino no sabía en ese momento es que un nuevo formato, el de la animación, marcaría también un camino inédito en la historia de Mafalda, serpenteante y con altibajos, pero decisivo en su derrotero histórico.
Muchas veces habían tentado a Quino para trasladar a sus personajes a otros ámbitos, como el teatro o la televisión, y él siempre se había negado: “Están pensados para el papel”, se justificaba una y otra vez siempre que llegaba una propuesta. Sin embargo, en 1972 firmó un contrato con el productor Daniel Mallo para filmar una serie de cortometrajes protagonizados por su creación más famosa.
Por entonces, Mallo ya contaba con una carrera destacada en radio (Belgrano, Splendid) y en televisión (Canal 7, Canal 2). También había incursionado en el cine con la película ¿Ni vencedores ni vencidos?, un polémico proyecto documental que agitó tanto a peronistas como a antiperonistas; a raíz de él sufrió la condena de la censura y quedó en la mira de la opinión pública desde su estreno, el 27 de julio de 1972.
Los 72 cortos de Mafalda –que se estrenaron en televisión a mediados de 1973, coincidiendo con la despedida del personaje en las páginas de Siete Días– llevaron un año de producción. Vistos a la distancia se resumen en una versión infantilizada del personaje y sus problemáticas, que seguían al pie de la letra algunos de los gags más inocentes de las historietas.
Aunque oportunamente Quino se manifestó conforme con el resultado, puertas adentro siempre lamentó no haber tenido mayor injerencia en el proyecto. Así lo contaba en una entrevista para el diario La Nación en 2000: “Las tiras del 72 eran tal cual estaban dibujadas, pero tenían voces. Todo el mundo decía que esa no era la voz de Mafalda, o la de Manolito. Se ve que cada uno tiene su voz interna y no coincide con las que hicieron. La animación era buena pero el resultado final no. Yo no me metí en nada. Era horrible”.
En 1979 se recopilaron estos trabajos en formato largometraje. Mafalda. La película (conocida en España y México como El mundo de Mafalda) se estrenó en nuestro país el 3 de diciembre de 1981 y despertó un renovado interés en los fanáticos de la historieta a pesar de tratarse de una edición sin hilo conductor, pies o cabeza del material ya conocido. Diez años después, Quino tendría su revancha.
DESDE CUBA CON AMOR
Jorge Timossi fue poeta, periodista, amigo de Quino y la inspiración del personaje Felipe. También uno de los tantos argentinos seducidos por la Revolución cubana, al punto de dejar su país para unirse a ella. Por consejo de Rodolfo Walsh, en la segunda mitad de la década del 50, Timossi viajó a La Habana y comenzó a trabajar en la recién inaugurada agencia Prensa Latina, de la que llegó a ser uno de sus periodistas más destacados.
En 1984, a instancias de su amigo Timossi, Quino fue invitado a integrar el jurado del Festival Latinoamericano de Cine de La Habana. Los organizadores le pidieron al director y guionista Juan Padrón (responsable de la excelente Vampiros en La Habana) que acompañara al argentino. Como la admiración entre los dos hombres era mutua, las charlas, las sobremesas y el trato diario derivaron enseguida en una sólida amistad y en el entusiasmo por generar un proyecto en conjunto.
Entre 1985 y 1987 crearon juntos Quinoscopio, una serie animada de cortometrajes basados en material del artista argentino que hoy puede encontrarse en YouTube. Las charlas entre los amigos continuaron a la distancia, con Padrón insistiendo con que el próximo paso debía tener a Mafalda como protagonista. Pero Quino no quería saber nada.
Pasaron uno, dos, cuatro, cinco años de insistencia, hasta que en 1992, como parte de la conmemoración por los 500 años de la llegada de Cristóbal Colón a América, la Sociedad Estatal Quinto Centenario organizó la exposición El mundo de Mafalda, en Madrid. Se trataba de un predio gigantesco en el que se pasaba revista a la historia del personaje a través de diferentes instalaciones. En el evento, Juan Padrón proyectó un nuevo corto alusivo a la efeméride, con el almirante genovés tocando tierras americanas y encontrándose con Mafalda. La buena recepción del material reflotó la idea del proyecto. “Yo no quería, pero él insistió tanto –continuaba recordando Quino en 2000–. Además apareció otro amigo, un español que se ocupó de que las televisiones regionales de la península se encargaran de la producción. Me fui once días a trabajar con Padrón a La Habana, estuvimos encerrados en un hotel viendo todas las tiras de Mafalda que se podían hacer sin que sucediera lo que había ocurrido con las del 72. Buscábamos hacer algo que no tuviera nada que ver con aquello.”
Una de sus preocupaciones más importantes fue la de eliminar las voces, punto muy criticado de la primera tanda de cortos. Ya en Quinoscopio, ambos artistas habían decidido que los diálogos entre personajes se reemplazaran por sonidos similares a un lenguaje, pero indescifrable. De esta manera, el gag se concentraba en el dibujo y la animación, y no en el texto: “Situaciones que se pudieran hacer sin que hablaran los personajes, que dijeran cosas con estos idiomitas que no dicen nada. Luego el equipo de animación cubano tuvo que encontrar un estilo común más o menos parecido a mi dibujo, y no fue fácil”.
El resultado fueron 104 episodios, que a nuestro país llegaron mediante la señal Fox Kids en la década del 90 y hoy pueden encontrarse en la plataforma Disney+. La diferencia entre estos últimos y la primera tanda es notable, especialmente en lo relacionado al tratamiento del color y a la calidad de la animación.
Sin embargo, esta nueva incursión en el terreno de la animación bendecida por el propio Quino tampoco termina de captar la esencia del personaje, o al menos la que cada uno de nosotros se formó en su infancia o adolescencia a través de la historieta.