Jorge Luis Borges escribió alguna vez el prólogo de un poema épico de un militante peronista. En realidad, por culpa de esas parábolas históricas irónicas, de quien fuera unos años después uno de los principales intelectuales del campo nacional y popular: Arturo Jauretche. Pero en aquellos años de la Década Infame, en la que el radicalismo convocaba a las grandes mayorías, Borges y Jauretche tenían una relación amable, y en ese texto, que recoge la asonada cívico-militar de Paso de los Libres, el autor de Ficciones escribió un hermoso texto: “La patriada (que no se debe confundir con el cuartelazo, prudente operación comercial de éxito seguro) es uno de los pocos rasgos decentes de la odiosa historia de América. Si fracasa, le dicen chirinada –y casi nunca deja de fracasar (…) En la patriada actual, cabe decir que está descontado el fracaso: un fracaso amargado por la irrisión. Sus hombres corren el albur de la muerte, de una muerte que será decretada insignificante. La muerte, siéndolo todo, es nada: también los amenazan el destierro, la escasez, la caricatura y el régimen carcelario. Afrontarlos demanda un coraje particular. El fracaso previsto y verosímil borra los contactos de la patriada con las operaciones militares de orden común, solo atentas a la victoria, y la aproxima al duelo, que excluye enteramente las ideas de ganar o perder –sin que ello importe tolerar la menor negligencia, o escatimar coraje–”. Hermosa definición de Borges pero que alcanza, también, a otro gigante de la cultura popular que también participó de esa gesta: Atahualpa Yupanqui.
Tras el golpe militar que sufrió Hipólito Yrigoyen, sus seguidores, los radicales personalistas, intentaron cualquier tipo de fragoteo para recuperar la institucionalidad perdida a manos del golpe de José Félix Uriburu, primero, y de los gobiernos fraudulentos de Agustín Justo y luego de Roberto Ortiz. Primero la intentona del coronel Atilio Cattáneo, luego el fallido levantamiento de Concordia y, finalmente, el 28 de diciembre de 1933, se produjo un movimiento con focos en Santa Fe, Rosario, varias ciudades de Entre Ríos y una invasión planeada desde Brasil hacia la provincia de Corrientes. La “patriada”, como la llamaría Borges un tiempo después, fue comandada por el coronel Roberto Bosch, y entre los milicianos estaban Jauretche y Héctor Roberto Chavero, quien apenas unos años después se convertiría en Atahualpa Yupanqui. Combatió en la rebelión de La Paz, sobre la costa mesopotámica del Paraná, capitaneado por los hacendados Mario, Eduardo y Roberto Kennedy, caudillos radicales de la zona. La asonada terminó mal. Muchos de los milicianos fueron degollados, algunos exiliados y otros detenidos. Chavero rumbeó hacia el Uruguay y regresó unos meses después para iniciar su carrera como artista popular.
Nacido el 31 de enero de 1908, en cercanías de la ciudad de Pergamino, formó parte de una familia radical yrigoyenista que lo convocó a la política desde muy jovencito, casi un adolescente. Su padre, obrero telegrafista del ferrocarril, se sumó rápidamente al movimiento popular encabezado por Hipólito Yrigoyen y llevó adelante su militancia desde la agitación sindical. Pero los vientos revolucionarios del personalismo radical llevaron a Chavero, convertido en el cantautor folklorista Atahualpa Yupanqui desde los 14 años, a enrolarse en agrupaciones vinculadas con el marxismo. En los primeros años de la década del cuarenta se acercó al Partido Comunista, al cual se afilió en 1945.
Su ingreso oficial al PC, por aquellos momentos ligado a las directivas que llegaban del estalinista Comité Central del PC de la Unión Soviética, le trajo más de un problema personal y político, tanto en el ámbito nacional como en el extranjero. Fronteras adentro, las políticas represivas del peronismo entre 1946 y 1955 lo tuvieron a maltraer: censuras, persecuciones personales e incluso una denuncia por torturas en las nefastas Secciones Especiales de la Policía Federal hicieron que la relación entre Atahualpa y el peronismo sea de confrontación permanente. El propio Yupanqui relató alguna vez que en esas sesiones de golpes unos policías le quebraron un dedo de la mano derecha aplastándoselo con una máquina de escribir para que no pudiera tocar más la guitarra. Con melancólica ironía, el cantautor recordaba que, como era zurdo, los castigos no tuvieron el efecto buscado por los verdugos.
UN COMUNISTA CONOCIENDO EL COMUNISMO
Lo paradójico de la cuestión política en Yupanqui es que mientras el peronismo lo hostigaba por comunista, él se sentía cada vez más alejado de su propio partido. Finalmente, tras una gira artística por Hungría, Bulgaria, Rumania y Checoslovaquia entre 1948 y 1950, el cantautor decidió desafiliarse del PC por las desilusiones que le había provocado el viaje por los países del otro lado de la cortina de hierro. Una mala relación con el verticalista dirigente del PC argentino Victorio Codovilla y la experimentación, como diría el mismo Yupanqui, de que “el comunismo es un sistema en que el hombre y su opinión no cuentan” se conjugaron para que Chavero abandonara la política definitivamente y se dedicara solamente a su música. “No me dejaron entrar a la URSS. Soy un individualista y ese es un sistema en que el hombre y su opinión no cuentan. Pero, para ser hombre del pueblo, no necesito un carnet”, solía decir Yupanqui a quien lo escuchara.
Sin embargo, lo que nunca pudo suturar Yupanqui fue su relación con el peronismo. “En tiempos de Perón –relataba– estuve varios años sin poder trabajar en la Argentina. Me acusaban de todo, hasta del crimen de la semana que viene. Desde esa olvidable época tengo el índice de la mano derecha quebrado. Sin embargo, los torturadores no se percataron de un detalle. Me dañaron la mano derecha, y yo, para tocar la guitarra, soy zurdo.” El cantautor fue encarcelado por última vez en 1953, en la cárcel de Villa Devoto. Tras el golpe de Estado de 1955, sus canciones fueron liberadas de la censura y pudo volver a subirse libremente a los escenarios.
Ese desencuentro con el movimiento popular mayoritario en el siglo XX lo llevó a cometer quizás el peor error político de su vida. Vivía en París cuando ocurrió el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Horrorizado por el gobierno peronista de 1973-76, el hombre que siempre representó a su pueblo se confundió y le escribió a su mujer: “En buena hora llegan los hombres del ejército. Tengo esperanza de que, sin hacer de ‘magos’, puedan arreglar algo de ese derrumbe económico y moral de mi tierra. Será tarea lenta, pero si hay mano firme, que la hay, los criollos volveremos a respirar el aire antiguo y sagrado de sentirnos en paz, trabajando, y las familias con los niños en las escuelas y tranquilidad en el corazón”. La carta está fechada el 25 de marzo, al día siguiente del golpe. Por supuesto que, con el correr de los días, Yupanqui se convenció de que la noche más oscura de la historia se había abatido sobre la Argentina.
Miliciano revolucionario, exiliado, militante comunista, perseguido y preso político, Atahualpa pasó por todos los estadios que puede pasar un hombre que se interesa por lo público y lo colectivo. Con aciertos y con errores, con compromisos e indiferencias. Pero hubo una sola constante a lo largo de su vida: la representación artística de los más humildes. Es en sus canciones donde Atahualpa es infalible. Y eterno.