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Caras y Caretas

           

“Siempre estamos pagando el precio de las recién llegadas”

Estela Díaz lleva toda una vida militando dentro de la política y del feminismo, como si ambas cosas pudieran separarse. Desde su experiencia, plantea cuáles son los puntos pendientes en las reivindicaciones de las mujeres.

La primera ministra de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires sigue viviendo en Ringuelet, donde comenzó a militar durante la dictadura. Estela Díaz, quien llegó a uno de los cargos más altos del sindicalismo argentino al formar parte de la conducción de la CTA, cuenta cuáles son los logros en términos de participación política de las mujeres, pero también todo lo que falta.

–¿Cuándo fue la primera vez que te diste cuenta de que querías ser militante?

–Fui delegada del curso en plena dictadura, pero mi primera participación política fue en un grupo juvenil de la parroquia de mi barrio, en Ringuelet. Eran las únicas pocas instancias de participación que había en plena dictadura. Vengo de una familia humilde peronista y mi casa siempre fue un ámbito donde se hablaba de política, de lo que pasaba en la sociedad. En la dictadura empecé a acompañar a una amiga mía, a la que le desaparecieron a su papá y a su hermana. En casa me decían que la acompañara, que no la dejara sola, que la invitara. Enseguida incorporé la militancia feminista porque vi que había algo que era estructural que era la discriminación a las mujeres.

–¿Cuál fue tu primer encuentro con la militancia feminista?

–Militaba en un espacio, a fines de los 80 y principios de los 90, en la ciudad de La Plata, en un momento de desencanto de todas las fuerzas políticas. Antes había militado en el Partido Intransigente, nos habíamos ido todos y habíamos armado un lugar que se llamaba La Casa Grande que tenía mucho de política cultural. Ahí vinieron desencantados del peronismo, de la intransigencia y del socialismo. Empezaba la desilusión con el menemismo. Al principio era más por los derechos de las mujeres y después se empezó a hablar más de política de género. Después milité en el sindicalismo en la Central de Trabajadores de la Argentina, pero siempre llevé la militancia feminista al ámbito político o sindical. La CTA convocó no sólo a los sindicatos sino a los movimientos sociales. Participamos del primer congreso, que primero se llamaba Congreso de los Trabajadores de la Argentina. Después estuve muchos años en la Federación Tierra y Vivienda, la que conduce Luis D’ Elía, donde se nucleaba todo lo del trabajo con organizaciones sociales y movimientos. Luego llegué a la conducción de la CTA. Además, en La Plata hubo un ámbito muy interesante que duró casi 10 años, que era como el Encuentro de Mujeres, donde participaban de todos los partidos políticos, del PO, radicales y peronistas, de todas las vertientes políticas y feministas. Militamos mucho para que haya salud sexual y reproductiva en el municipio, y por el debate de la reforma constitucional de la provincia de Buenos Aires. La organización de los Encuentros Nacionales de Mujeres de cada año también es un espacio de enorme articulación que fue muy formativo. Eso me ha marcado en todo mi proceso y se expresó cuando conduje la secretaría de Género de la CTA Nacional, y ahora en el primer ministerio de la Mujer en la provincia.

–¿Cuáles fueron las primeras dificultades?

–Todo era dificultad. Pero también es cierto que la CTA siempre planteó la articulación con los movimientos, por lo que rápidamente tomó los temas de los derechos humanos, de los desocupados, de medio ambiente, los temas indígenas y la agenda de género. Hubo líderes muy importantes del feminismo que participaron desde el nacimiento de la Central, y eso definió desde el inicio que la CTA se posicionara en contra de la violencia de género, por los derechos sexuales y reproductivos, por la despenalización del aborto. La dificultad más grande era cómo se traducía esa agenda a la de una central obrera. Ese fue el gran desafío, que lo asumieran los sindicatos que componen la Central, como unidad política que, como tal, estaba más adelantada en el proceso. En los sindicatos llevaba otros tiempos. Durante mucho tiempo estábamos marginadas, te sentías obligada a que cada vez que teníamos que hablar era para decir ‘che no se olviden de nosotras’, porque en ese afiche ponen tres O y ninguna A.

–¿Cómo te definirías políticamente ahora, luego de todo este camino?

–Soy peronista, feminista y sindicalista. Tengo que dar muchas explicaciones porque las tres identidades han tenido estigmas a lo largo de la historia. Pero a mí en realidad fue Néstor Kirchner el que me reconcilia, como a millones en la Argentina, es el que permite tender esos puentes para recuperar el peronismo en el sentido histórico como un partido popular. Con las compañeras recomponemos algo muy perdido que está en la base de nuestra historia, de nuestro feminismo, tan movilizado, tan unido, que logra después de 2015 la marea verde y los paros internacionales. Esa masividad tiene su raíz en este feminismo popular, que tiene mucho del sindicalismo, de los territorios, los barrios, los laburos, los centros culturales. Me identifico desde este feminismo popular que tiene a la líder más importante del siglo XX, que es Evita, y la del siglo XXI, que es Cristina. No casualmente es un movimiento que tiene además una cantidad enorme de mujeres que han sido, cada una, protagonista de un pedacito de transformación de su realidad cotidiana.

–¿Qué camino falta recorrer? ¿Cuáles son los escollos que persisten?

–Hay dos cuestiones que me parecen centrales: una es cómo se pone en la agenda central el tema del trabajo de las mujeres. Seguimos sufriendo profundas discriminaciones en el ámbito laboral. La división sexual del trabajo sigue vigente. La pandemia y los años devastadores del neoliberalismo de Macri nos dejaron en peores condiciones laborales. Esa agenda se tiene que nutrir cada vez más de derechos y hay que ponerla en el centro de las políticas reivindicativas. Y no alcanza solo con lo que haga el Estado, que tiene un rol importante; pero los que tienen que jugar fuerte son los sindicatos para intervenir en tanto proyecto económico y poder conseguir transformaciones. La otra es las relaciones de poder. A pesar de la enorme cantidad de avances en la participación de las mujeres, los varones se siguen preservando para sí los lugares centrales de decisiones. Las mesas chicas siguen siendo masculinas, no sólo en el sindicalismo sino en la política también. Cuando hay mujeres se participa de otro modo. Las mujeres venimos transformando el espacio público, el espacio político, las formas de relación, pero todavía no nos insertamos en un mundo que está estructurado desde lógicas que son patriarcales, en las que ellos tienen más facilidad y nosotras siempre estamos pagando el precio de las recién llegadas.

Escrito por
Gimena Fuertes
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