La figura de Martín Miguel de Güemes suele ser evocada por la épica de sus hazañas militares: logró tomar un barco británico a caballo durante las invasiones inglesas y con su ejército de gauchos, los Infernales, evitó el ingreso de las tropas realistas en el norte argentino. Sin relativizar estos triunfos en el campo de batalla, el historiador Hugo Chumbita destaca otra dimensión del caudillo salteño: “Güemes no era propiamente un jefe militar, sino un conductor de la ‘guerra de guerrillas’ y un caudillo político de su pueblo que supo tomar el mando político y militar”, afirma.
En conversación con Caras y Caretas, el docente, abogado y autor de numerosos libros –entre ellos Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina (2000), El secreto de Yapeyú (2001), Historia crítica de las corrientes ideológicas argentinas. Revolucionarios, nacionalistas y liberales (2013) y Bosquejo de historia argentina (2017)– destaca el vínculo de Güemes con el pueblo, con los gauchos que hasta entonces eran “los descastados”. También señala que gobernó Salta pensando en los más humildes con medidas que “muestran el fenómeno de la lucha de clases dentro de la revolución de la independencia” y que le costaron el recelo tanto de la oligarquía local como del Directorio en Buenos Aires. “Podríamos decir que Güemes es un protofederal o un federal avant la lettre”, reflexiona Chumbita.
–¿Cómo presentó a Güemes la historiografía liberal mitrista?
–En un comienzo, la historiografía liberal lo maltrató bastante, en especial Mitre. Si bien le reconoció algunos méritos, lo trataba como un personaje caudillesco, con las mismas características de los caudillos federales que posteriormente van a ser opositores al proyecto centralista unitario. Uno de los primeros en reivindicarlo fue Vélez Sarsfield, quien polemizó con Mitre sobre la forma en que trata a Güemes en sus libros. Desde una mirada puesta en los intereses del interior del país como la que sostiene en ese momento Vélez Sarsfield, a Güemes lo veía como un defensor de las provincias a las que Buenos Aires pretendía someter. Eran conflictos que atravesaron prácticamente todo el siglo XIX, con la guerra civil. No obstante esa inicial desconfianza y rechazo, poco a poco la historiografía tradicional fue aceptando la versión que rescata a Güemes no sólo como defensor de las fuerzas patriotas en el norte, sino también como un líder de su pueblo, un conductor que hasta el día de hoy dejó una huella indeleble en la memoria popular. Sobre todo se rescata su relación con San Martín, quien captó la necesidad de un liderazgo como el de Güemes sobre los gauchos para emprender la “guerra de guerrillas”, que fue la práctica distintiva de toda la experiencia de la campaña de Güemes en el norte.
–Tiene que ver con la invisibilización del rol de los sectores populares durante la independencia.
–Claro. El sector ilustrado de la sociedad fue el que ocupó las posiciones directivas, pero en los ejércitos, en la lucha concreta y en la movilización de los pueblos hubo una participación de todas las clases, y ese fue el sostén, la clave del triunfo: la participación popular. Y allí está una explicación que originalmente la historia mitrista ha negado, al presentar la historia centrada en la elite dirigente. Güemes es uno de esos personajes emergentes que contradice esa tesis.
–¿Cómo era el vínculo de Güemes con el pueblo, con los gauchos?
–Es interesante, en primer lugar, que Güemes haya usado la palabra “gaucho” para referirse a los Infernales, porque le dio un valor positivo a un concepto que hasta entonces era prácticamente un insulto. Es una forma de denominar a toda la población campesina que es fruto del mestizaje de la época colonial, que por supuesto no es homogénea, pero que de todos modos es ya el germen de una cultura regional que sobre todo van a rescatar después la música folklórica y la poesía. Hoy incluso Güemes es celebrado con esas canciones que tienen un fondo folklórico antiguo. Con los Infernales, él reivindica a los gauchos y los convierte en la vanguardia de la lucha contra los realistas. Además dictó políticas que son las que generaron la oposición de la clase alta salteña.
–¿Qué tipo de políticas?
–Por un lado, las exacciones, contribuciones obligatorias a los grandes propietarios; pero sobre todo el llamado “Fuero gaucho”, con el que eximía del pago de arriendo a los soldados que estaban combatiendo contra los realistas y que en su relación de trabajo eran dependientes de los grandes propietarios del norte, y cuyas familias seguían viviendo en esas tierras mientras ellos estaban en la guerrilla patriota. Esas medidas concretas son las que muestran el fenómeno de la lucha de clases también dentro de la revolución de la independencia. Hay que pensar que Salta en esa época tenía un territorio que abarcaba parte de lo que hoy es tierra de Bolivia, hasta Tarija. Esa población de indios y mestizos provenía de una mezcla de culturas que se había generado en la época colonial. Eran una especie de continuadores de las viejas rebeldías autóctonas de los americanos contra el dominio español. En el conflicto político hay también un conflicto social y étnico, de dos culturas que chocan y se entremezclan.
–¿La desconfianza del Directorio hacia Güemes tiene que ver con esa relación con lo popular?
–Lo más notable, en un primer momento, es la forma en que Güemes se rebeló contra el mal manejo de la campaña del norte por parte de (José) Rondeau. Su indisciplina incluso lo convirtió en una especie de marginal dentro de la lucha en el frente norte. Güemes prácticamente no recibió ayuda de parte del Directorio. Su esfuerzo se basó en los recursos propios. Era una especie de gobernante federal. Si bien todavía es temprano para plantear solidaridad con proyectos de organización general del Estado, podríamos decir que fue un protofederal o un federal avant la lettre. De hecho, él llegó al gobierno elegido por su gente y enfrentó la sumisión al dictado de Buenos Aires, en relación a quienes debían ser los gobernantes o cómo debía ser la designación de autoridades de la región norte, de Salta. Después vino el conflicto con la oligarquía salteña, que incluso llegó a hacer una revolución contra él para deponerlo. Curiosamente, se le llamó “la revolución del comercio”, lo cual explica muy bien quiénes eran los impulsores, la oposición al gobierno de Güemes. Pero él contaba con la absoluta solidaridad de la mayoría social-popular que le permitió retomar tranquilamente el poder después de la sublevación. Esa es la etapa final, en la que Güemes se consagró como conductor de su pueblo.
–También apoyó el proyecto de Manuel Belgrano de establecer una monarquía incaica.
–Sí. Eso muestra esa sensibilidad americanista e incluso indigenista, podríamos decir, tanto de Belgrano como de San Martín y de Güemes, que desde la gobernación de Salta adhirió entusiastamente a ese proyecto y lo manifestó en una proclama a su pueblo. La idea de la monarquía incaica era una forma de rescatar la tradición andina de la época anterior a la conquista y además un proyecto político que tendía a la unidad de los países emancipados de Sudamérica.