Con un centenar de letras inolvidables, Homero Manzi buceó como nadie en lo más hondo de esta música extraña nacida de la nostalgia y la soledad de los inmigrantes. Tal vez por eso, es el único género del mundo que se baila en un abrazo profundo. Pero el Manzi de los versos como puños también fue un militante precoz y un orador rotundo, que ya a los quince estrenaba su labia de caudillo yrigoyenista en Pompeya y Boedo, los arrabales porteños donde creció. Siendo estudiante de Derecho y en tándem con su querido Arturo Jauretche creó el comité radical, participó de revueltas universitarias y fue detenido por la dictadura de Uriburu, que lo dejó cesante en los secundarios donde enseñaba Literatura. Es que Homero ya era Manzi desde el vamos, en el tango, la polémica y el barro, con fervor antiimperialista y el pueblo en la voz.
En 1935 fundó la Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina (Forja), y a mediados de los cuarenta se acercó ideológicamente a Perón. Los antipersonalistas no se lo perdonaron y en 1947 fue expulsado de la UCR.: “Como diríamos ahora, Manzi y sus compañeros militaban el ingreso de los sectores populares a los espacios de poder, y eso no es gratuito”, explica el periodista, politólogo e historiador Hernán Brienza, echando luz sobre esta época convulsionada y fundacional de la Argentina. Brienza, actualmente titular del Instituto Nacional de Capacitación Política, continúa: “Manzi juega con lo popular y asume la tarea de reconocer las raíces del pueblo desde la política y el arte. Y Jauretche mismo lo dice: su principal característica fue haber acercado pueblo y nación. No creo que les haya costado demasiado pensar ese pasaje del yrigoyenismo a Perón”.
–¿Cómo caracterizás a Manzi y a esta generación de jóvenes que en los años veinte apoyó con fervor a Hipólito Yrigoyen? ¿Qué veían en el viejo caudillo y en ese primer movimiento de masas que tuvo la Argentina en el siglo XX?
–Manzi, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz formaban parte de una generación brillante de la Argentina que nació al calor del centenario: la generación de los nacionalistas de comienzos de siglo, de Ricardo Rojas y Manuel Gálvez. Hilando más fino, podemos decir que Manzi y los otros son hijos intelectuales de Manuel Ugarte, gran político y escritor muy olvidado en estos tiempos, que por el 900 fue de los primeros en pensar la articulación entre el nacionalismo y el socialismo. Como ellos eran los más jóvenes de esa constelación, recién tuvieron protagonismo en las décadas del treinta y cuarenta, pero la formación política e intelectual la traían de antes. Con gran valentía se metieron en la política para disputar el poder a conservadores como Carlos Ibarguren o los hermanos Irazusta, representantes de esa aristocracia que tanto mal le hizo a la Argentina.
–En agosto de 1943, el mayor Fernando Estrada, también fundador de Forja, organiza en el Ministerio de Guerra la primera entrevista entre Jauretche y Manzi con Perón. Y el poeta sale convencido de que la continuidad del yrigoyenismo va por ahí. ¿Cómo se da esta maduración?
–El pasaje de Manzi del yrigoyenismo al peronismo tiene mucho de consecuencia política e ideológica. En realidad es Jauretche el primero que se entusiasma con el golpe del 43, en el que Perón participa activamente, mientras que Scalabrini desconfía y Manzi se mantiene expectante. Pero supongo que a ninguno le debe de haber costado después este pasaje: frente a un radicalismo antipersonalista que seguía aliado al Partido Conservador, los yrigoyenistas empezaron a mirar con buenos ojos al peronismo, que impulsaba banderas semejantes que Yrigoyen: el desarrollo autónomo nacional e industrial y la participación de las mayorías en las decisiones políticas. Además, se dan cuenta de que comparten un mismo adversario: la entente entre conservadores y antipersonalistas, que por aquellos años sostenían una fuerte convergencia de ideas.
–La que sigue es una pregunta de “fantasía histórica”, nada de rigores ni efemérides: ¿cómo te imaginás esos encuentros a puertas cerradas entre Manzi y Perón? ¿Habrán sido relajados o a pura polémica?
–Creo que la literatura argentina se debe una gran novela sobre la intelectualidad de las décadas del treinta y cuarenta. Digo, algo que vaya más allá de lo biográfico y nos permita recrear a un personaje con imaginación, sin necesidad de ajustarnos a la verdad histórica. Es una linda pregunta y difícil de responder. No sé cómo habrán sido esos encuentros pero me gustaría escuchar polémicas entre Manzi, Jauretche, Scalabrini, Dellepiane, Del Mazo, Alessandro. Asomarme a una charla con los generales del 43 o ver al Manzi que abrazó lo popular y lo nacional, y que desde ahí fue bisagra entre los tangueros, el arte y la política.
–Siendo tan prolífico como poeta tanguero y guionista de cine, es esperable que también haya dejado un caudal de ensayos políticos. ¿Cómo son esos escritos? ¿Cuáles de sus debates perduran?
–Por suerte nos quedaron muchos tangos de Manzi, y de una hondura filosófica que no se encuentra en otras músicas populares del mundo para mí es el gran letrista del tango, y en eso soy categórico. Pero en el plano político es distinto: no heredamos demasiados textos suyos, sobre todo porque en este otro escenario, Manzi era un arengador, un hombre de debate. Sin embargo, queda un escrito muy interesante sobre lo popular –publicado el 6 de mayo de 1948 en el periódico Línea–, en el que plantea las diferencias, esencialmente políticas, entre la cultura popular y la elitista. Estas reflexiones, que reivindican todo lo que nace del pueblo y llega a él, fue un material invalorable para Juan José Fernández Arregui y otros que teorizaron después al respecto, y están entre lo mejor que se ha escrito sobre lo popular.