Araceli Bellotta es una historiadora, escritora y periodista que estudia y produce conocimiento sobre el papel de las mujeres en la historia. La autora de los libros Los amores de Yrigoyen, Las mujeres de Perón y Eva y Cristina. La razón de sus vidas reclama al feminismo argentino dejar de historizar desde Europa y desarmar la idea de prócer para empezar a dar cuenta del protagonismo de los pueblos, en especial, de las mujeres que sostuvieron el proceso revolucionario en toda la Patria Grande.
–¿Hay en este momento un revisionismo feminista de la historia? ¿Es incipiente o ya podemos empezar a reescribir el pasado en clave feminista?
–Hay una gran eclosión del feminismo, que hace muchos años ya empezó a hablar de las mujeres de la historia, pero no sé si está hecha la ligación entre el feminismo y ese revisionismo histórico. Además, hace falta un feminismo nacional y popular para ir a buscar en nuestra propia historia las raíces de nuestro feminismo. Se suele afirmar en muchos textos, incluso nuestros, que el feminismo comenzó con la Revolución francesa, cuando los varones declararon sus Derechos del Hombre y del Ciudadano y fueron literalmente “del Hombre y del Ciudadano”. Cuando las mujeres quisieron redactar los derechos de las mujeres y las ciudadanas terminaron en la guillotina. Esta es la historia del feminismo europeo. Si nosotros miramos nuestras tierras de la América grande, América del Sur, por lo menos, tenemos que arrancar en 1492, cuando llegaron los conquistadores. En las escuelas te siguen enseñando que cuando llegaron los conquistadores se produjo el mestizaje, y la verdad es que el mestizaje no fue más que la violación a las mujeres. Es una forma engañosa y patriarcal de contar nuestra historia. ¿Cómo fue posible que un grupo tan pequeño de hombres que llegó de Europa pudieran dominar a tanta gente que vivía en este continente? Una de las razones fueron las enfermedades que traían los españoles, para las cuales aquí no había anticuerpos. ¿Cómo lograron sobrevivir cuando se diezmó la población por las enfermedades y también por la explotación? A través de la violación de mujeres y el nacimiento de mestizos. Los mestizos tenían el ADN de los padres y de las madres y, por lo tanto, nacían con anticuerpos, por eso pudieron sobrevivir, si no, se hubieran muerto todos. Ahora las mujeres originarias devolvieron el favor, porque cuando Colón volvió de su primer viaje de América a Europa llevaba en su barco a los primeros contagiados de sífilis, que recordemos que era una enfermedad que no era conocida en Europa y que aquí era endémica porque los originarios sabían cómo curar la sífilis con un tronco de árbol. Entonces, para empezar, estaría bueno un feminismo nacional y popular que abarque nuestra propia historia.
–¿La historia oficial de la lucha contra el coloniaje da cuenta del rol de las mujeres o las excluye?
–La Revolución de Mayo no fue una revolución para las mujeres, ya que siguió rigiendo su confinamiento en lo doméstico, que se impuso a partir de la conquista, justamente. No tenían ninguna actuación en el espacio público con reconocimiento, pero actuaban. De hecho, fueron las mujeres las que fueron a buscar a Cornelio Saavedra para decirle ‘señor, póngase de una vez al frente de esto’, con Casilda Irazábal Rodríguez Peña a la cabeza. Durante la guerra de la independencia no solamente hay que destacar a las guerreras que tomaron las armas; a mí me gusta siempre remarcar que la gran mayoría de las mujeres del pueblo, las que se quedaron en sus casas porque eran sus maridos, sus hermanos y sus hijos los que se habían enrolado en el ejército, fueron las que tuvieron que sostener toda la estructura. Tenían que darles de comer a sus familias porque la paga de los soldados llegaba tarde o nunca, de manera que si ellas no hubieran sostenido toda esa estructura, nada de lo que vino después hubiera sido posible. Y en eso se parece bastante a cómo hoy todavía sigue estando catalogado el trabajo de la ama de casa, que no está considerada como una actividad económicamente productiva. Si nosotras cobráramos todo lo que hacemos en nuestros hogares gratis, no habría economía que aguante. Con las mujeres en los tiempos de la revolución y de la guerra de independencia sucedió lo mismo y, obviamente, no están consideradas dentro de la historia. Lo que pasa es que la formación académica sigue siendo eurocéntrica y patriarcal.
–¿Pero en particular, en el norte, se puede decir que las mujeres fueron mucho más bravas?
–En el norte estaba Martín Miguel de Güemes frenando el avance realista por el norte, en una guerra también con Buenos Aires. Güemes está a la misma altura de San Martín y Belgrano, sin embargo, fue casi eliminado de la historia que empezó escribiendo Bartolomé Mitre con una mirada porteña y oligárquica. Pero en el norte siempre estuvo Güemes como tapón para que no bajaran los realistas y fue el sostén que tuvo San Martín mientras hacía la liberación del Perú. Güemes tenía a “los infernales”, que eran los gauchos, y una red de espías formada totalmente por mujeres llamadas “bomberas”, lo que le permitió tener información del movimiento del enemigo. Estas mujeres arriesgaban sus vidas porque cuando las agarraban sufrían los mismos castigos, latigazos y fusilamientos que los varones. Y sin embargo no recordamos ni siquiera sus nombres. Macacha es más conocida porque era la hermana de Güemes, pero de las demás que ponían el cuerpo y que no eran la hermana ni la mujer de nadie, no nos acordamos.
–¿Podemos decir que Juana Azurduy tiene tamaño de prócer?
–No tiene palabra que la defina. Alguna vez escribí que para hablar de hombres tenemos la palabra “prócer” y cuando queremos hablar de algo igual en las mujeres usamos “heroína”. Por supuesto que Juana fue enorme y lo que hizo también fue enorme. Pero, ¿vamos a seguir escribiendo la historia de los grandes hombres y de las grandes mujeres o vamos a escribir la historia de los pueblos? Porque si vamos a escribir la historia de los pueblos no podemos seguir diciendo que las figuras de la revolución o de la independencia son San Martín, Belgrano, Güemes y Artigas, que lo son, pero también estaba el pueblo. Ellos no habrían podido hacer absolutamente nada si los negros, los indios y los gauchos que formaron las filas del ejército no hubieran puesto el cuerpo. Con las mujeres es lo mismo. Insisto, hubo millones de mujeres que, mientras sus maridos, hermanos e hijos ponían el cuerpo en los ejércitos, bancaban toda la estructura sobre la que se podía seguir haciendo la revolución. Por supuesto que reivindico a Juana Azurduy, a San Martín y a Güemes, pero reivindico a todo ese pueblo que puso el cuerpo, si no, la liberación no hubiera sido posible. Me parece que una mirada feminista de la historia también tiene que apuntar a modificar ese relato.