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Caras y Caretas

           

“BORGES ERA UN GENIO DE LA IRONÍA”

10/09/12 Martin Kohan Foto. Carolina Camps

El escritor argentino Martín Kohan repasa los mitos en torno de la gura del autor de El Aleph: que su escritura es incorpórea; que encandila y anula el acto de escribir; que, obnubilado por un europeísmo exacerbado, sólo le interesaba la “alta cultura”; que era un cínico.

Como ninguna otra en la literatura argentina, la figura de Jorge Luis Borges suscita una serie de mitos. Tal vez el fundamental sea el mito del escritor encarnado en el propio Borges: ese señor ciego y distante, inseparable de su bastón y su traje cruzado; un hombre que nunca fue joven, que respondía a las preguntas con intervenciones breves e irónicas; una persona que, en suma, trabajaba en la inmensidad de la Biblioteca Nacional y hasta, se dice, conocía sus anaqueles de memoria. Pero hay más: existe el mito de que era un escritor matemático, incorpóreo; también un hombre cínico; un literato asociado siempre a la “alta cultura”; un europeísta pleno; un escritor que encandila, que por su genio anula la palabra ajena. Martín Kohan, escritor y docente de Teoría y Análisis Literario de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), se ha encargado de derribar varios de estos mitos en función de recuperar lo elemental en Borges: el escritor, el lector y el mecanismo literario que inventó ese hombre ya lejano.

Kohan es, además, autor del cuento “Erik Grieg”, un relato que cuenta los días en Buenos Aires del marinero finlandés que tuvo sexo con Emma Zunz, la protagonista del cuento homónimo que forma parte de El Aleph, en una búsqueda frenética de aquella mujer misteriosa. En diálogo con la revista Caras y Caretas, el escritor y docente apuntó que tomó el desafío “como un juego de lectura y reescritura. Que no es, después de todo, sino la manera borgeana de entender la literatura”. Para Kohan, una de las cuestiones fundamentales en torno a Borges es la idea de experiencia de escritura y experiencia de lectura: “Hay un tipo de figuración de Borges, del que él mismo no fue del todo ajeno, que lo coloca en el lugar de la insuficiencia vital: la condición de aquel que, demasiado sumergido en la literatura, se perdió de vivir experiencias. Como si la literatura no procurara ella misma experiencias”.

–Uno de los mitos más comunes sobre la escritura de Borges es la idea de que es “incorpórea”. Vos has dicho que en la literatura de Borges la violencia, la traición y el sexo son fundamentales. ¿Cómo dirías que aparece el cuerpo en Borges? ¿Cómo es la relación entre lo material y lo abstracto?

–Me parece que basta con pasar de los prejuicios a los textos, es decir, de la no lectura a la lectura, para advertir algo que es en definitiva evidente: en varios de los cuentos de Borges, el poner el cuerpo en juego resulta fundamental. Lejos de metafísicas o inmaterialidades, la cuestión es ni más ni menos que esa, la de poner el cuerpo en juego, ya se trate de lo sexual o bien del matar o morir. En “Hombre de la esquina rosada”, por ejemplo, o en “Emma Zunz”, o en “La intrusa”, eso es central. Y en algunos otros textos podría decirse que hay incluso una reflexión sobre ese punto, entre el retraimiento del cuerpo o su involucramiento (obviamente, “El Sur”), entre la pura contemplación y lo físico (obviamente, “El Aleph”).

–¿Qué relación entre ficción y realidad se establece en Borges?

–No hay una relación, sino una combinatoria cambiante y diversa. La que prefiero es la de “Pierre Menard, autor del Quijote” o la de “Examen de la obra de Herbert Quain”: la apropiación, para la ficción, de los discursos de la verdad; la conquista, para la invención, de los registros de la realidad empírica.

–Otro mito común en torno a Borges es el del escritor que encandila, que anula la posibilidad de escribir. La famosa frase de que los escritores argentinos estarán siempre “en la sombra de Borges”. La cantidad de textos que hay a partir de Borges niega este mito de entrada. ¿Qué es lo que en Borges provoca a otros escritores? En tu caso, ¿cómo tomaste “Emma Zunz” para escribir “Erik Grieg”?

–Ese peso, eso que Harold Bloom llamó la angustia de las influencias, lo sienten más que nada los escritores contemporáneos o bien los escritores que vienen inmediatamente después: la sensación de haber llegado tarde, de que el poeta fuerte ya lo ha escrito todo. Pero está claro que, por eso mismo, escritores como Manuel Puig, Rodolfo Walsh, Ricardo Piglia, Juan José Saer, Rodolfo Fogwill, César Aira, han ido abriendo mundos nuevos para la literatura, por fuera de Borges o en contra de Borges, o aun desactivando borgeanamente a Borges (por fuera: Puig; en contra: Fogwill; desde dentro: Piglia). Y de ahí en más, esa angustia de las influencias queda resuelta. Para los que venimos después, ya está resuelta. ¿Cómo tomé “Emma Zunz” para “Erik Grieg”? Como un juego de lectura y reescritura. Que no es, después de todo, sino la manera borgeana de entender la literatura.

–Es muy común también la asociación de Borges con la “alta cultura” y con una suerte de europeísmo exacerbado. ¿Cuáles eran las lecturas de Borges y cómo creés que influenciaron en su obra? ¿Cuál es, en todo caso, la Europa que a él le interesa? ¿Era un lector de autores “menores”?

–Todo eso está en Borges, en efecto. La falsificación radica, a mi entender, en volverlo absoluto. Y en, a partir de ese absoluto, condenar a Borges por cipayo, por antipatria, entre otras cosas. Como si eso que llamamos “lo argentino” no estuviese de hecho infiltrado desde siempre por la mirada a Europa. Borges lo considera de manera genial en la página inicial de “El Sur”. Y como si lo que entendemos por popular no estuviese literariamente mediado por una cultura letrada. Borges lo piensa así como lector de la gauchesca. Y así es como está construido un cuento como “Hombre de la esquina rosada”.

–¿Hay un cambio de posición de Borges respecto de “lo popular” después de la llegada de Juan Domingo Perón al gobierno, en 1946?

–Por una parte, hay un cambio de perspectiva en Borges, que pasa del yrigoyenismo de su juventud al conservadurismo posterior y a su rabioso antiperonismo. Pero el peronismo, que pretende detentar el monopolio de los valores populares, no puede sino plantearles un desafío a los escritores no peronistas, y mucho más a los antiperonistas, que a la vez se interesan literariamente por el mundo popular. Se trata entonces de componer y mitificar un mundo popular de otro orden, o anterior al peronismo. Esto está en Borges, claro, y toda su mitología popular orillera; pero también en Julio Cortázar, por ejemplo, con “Torito” o con “Las puertas del cielo”.

–Muchos consideran que Borges era un cínico. Piglia criticaba una suerte de lectura posmoderna de Borges que apunta a una relativización de todo. ¿En qué creía Borges? ¿Hay un “orden” o una completud que sobrevuelan sus cuentos?

–No diría un orden, que da idea de homogeneidad, ni diría una completud, que amenaza lo diverso. Pero sí hay certezas o premisas fuertes. Y estoy de acuerdo con la crítica de Piglia al relativismo posmoderno. A mi entender, Borges era irónico, no cínico. Un genio de la ironía, pero no un cínico.

–Por último, está el mito de la figura del escri- tor encarnado en Borges. A partir de sus textos, ¿qué es escribir y qué es ser escritor para Borges? Por ejemplo, en Carlos Argentino Daneri –personaje de “El Aleph”–, en los cuentos “Pierre Menard, autor del Quijote” y/o “La memoria de Shakespeare”.

–Es interesante que uses la palabra “encarnado”, porque el mito en gran parte sugiere a Borges como un escritor sin cuerpo. Es decir, sin experiencias, sin vivencias. Lo cual es, además de falso, reductivo y torpe. Porque bien cabría preguntarse, ¿qué es una experiencia? ¿Qué sería tener una experiencia? Escribir “Emma Zunz”, por caso, es sin duda una experiencia. Y presumo que una experiencia especialmente intensa, una experiencia por demás potente. Mucho más intensa y mucho más potente que las tonterías que en general enarbolan los vitalistas con sus remanidos moralismos sobre cómo hay que vivir y cómo no hay que vivir.

–¿Cómo aparece en Borges la experiencia de la lectura y de la escritura?

–Hay un tipo de figuración de Borges, del que él mismo no fue del todo ajeno, que lo coloca en el lugar de la insuficiencia vital: la condición de aquel que, demasiado sumergido en la literatura, se perdió de vivir experiencias. Como si la literatura no procurara ella misma experiencias. Como si leer y escribir no fuesen experiencias también. Ya quisiera yo haber tenido la experiencia de escribir “Emma Zunz”. Y no ya por su significación literaria, que es inmensa, sino como experiencia. ¿Cómo será vivir eso?

Escrito por
Juan Funes
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