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Caras y Caretas

           

“NO HAY NADIE MÁS ORILLERO QUE BORGES”

Beatriz Sarlo es una de las intelectuales que más estudió la obra del creador de Ficciones. Aquí analiza la naturaleza de su literatura, su pasión por jugar entre los límites, su perspectiva política, e interpreta los motivos por los cuales decidió ser enterrado en Suiza.

Borges escribe un cuento, ‘Tema del traidor y del héroe’, donde aparece una fecha: 6 de agosto de 1824. Lo primero que uno hace es ir a la historia de Irlanda para ver si encuentra en ese día un atentado de los republicanos irlandeses. Pero en esa fecha no pasó nada”, empieza Beatriz Sarlo. “Una muy buena lectura del filólogo Daniel Balderston marca que es la fecha de la batalla de Junín. Claro, pienso, la batalla de Junín es donde el abuelo de Borges, Isidoro Suárez, dirige la carga de húsares que decide la victoria de las fuerzas libertadoras, y es la última batalla de la independencia de América. Y eso lo hace el abuelo de Borges, que no era San Martín ni Bolívar, ni siquiera Las Heras, era el jefe de un batallón fundamental como fueron los húsares. Isidoro Suárez dirige esa carga y ahí se termina el proceso de las guerras de la Independencia”.

“Borges mete su historia familiar en ese cuento sobre Irlanda de la manera más insidiosa para que nadie se dé cuenta. Con el dato de Balderston voy a la historia de San Martín escrita por Bartolomé Mitre, y ahí está el abuelo de Borges. Yo tengo la primera edición de la historia de Mitre. Por lo tanto, es la misma edición que estaba en la casa de Borges, porque mi padre tenía la edad de Borges y era un liberal mitrista convencido, o sea que esa edición que heredé de mi padre es la que estaba en la casa de Borges, donde, seguro, su abuela le decía: ‘El general Mitre sostiene que tu abuelo fue decisivo en la independencia de América’. Todo eso aparece como una fecha en un cuento que habla sobre Irlanda y sobre un atentado. Ese es Borges.” Con esta modesta apostilla, Beatriz Sarlo, una de las intelectuales argentinas que más estudió y difundió la obra de Jorge Luis Borges, procura describir una de las razones por las cuales sigue y seguirá vigente el interés por examinar con minuciosidad la exquisita literatura del gran escritor argentino. En su libro Borges, un escritor en las orillas –resultado de cuatro conferencias que la reconocida catedrática dictó en Cambridge en 1992–, dilucida las prerrogativas por las que Borges es considerado un escritor cosmopolita y a la vez profundamente nacional.

–¿A qué se refiere con que Borges es un escritor en las orillas?

–En una conferencia en la que habla, precisamente, de los irlandeses, Borges define un lugar que es muy afín a la Argentina, es decir, aquellas regiones culturales o lingüísticas que están en los márgenes de los grandes polos de producción, de edición, etcétera. A partir de esa comparación que hace Borges de la Argentina con Irlanda, se me apareció la palabra “orilla”, que es de uso bien argentino. Para nosotros esa palabra tiene un sentido que no es solamente topológico, sino que habla de marginalidad y de límite entre lo prohibido y lo permitido, entre el crimen y lo legal, de ahí salió nuestra palabra “orillero”. No hay nadie más orillero que Borges en ese juego permanente de los límites de él con la literatura.

–¿Borges está en una grieta, en el filo de la literatura?

–Nunca diría “grieta”, es una palabra que ha sufrido un proceso y es usada para un montón de cosas. Yo no la uso para ninguna, ni siquiera para la política. Borges pensaba que habitaba un espacio cultural en el que todo le estaba permitido, que es diferente. Él decía: “Yo me coloco en la orilla”. Su país y su cultura estaban considerados en esa orilla. La idea desde donde él escribía era que ese espacio cultural les permitía a los argentinos, como a los irlandeses, todo. Límite no es una palabra que utilizaría para Borges; para él usaría la idea del permiso infinito. Borges es un escritor que se dio y se tomó todos los permisos, de ahí el enorme atractivo que tiene para nosotros y sin duda para todas las culturas, al menos las occidentales.

–¿Por eso se lo llama “escritor universal”?

–Nosotros usamos la palabra universal de manera complicada, dado que no hay una literatura universal. Borges pertenece al mundo estético occidental, con una gran sensibilidad para tomar desvíos hacia culturas que pueden venir de la India o de Japón, pero es un escritor instalado en Occidente. Que sea leído hoy masivamente tiene que ver con la belleza de su escritura, no con su proyecto de escritura. Es un escritor occidental sensibilizado a otras culturas: los nibelungos por un lado, las sagas nórdicas por el otro, alguna historia que trae de Japón o de China, y sensibilizado en general hacia ellas por la vía de la enciclopedia y los diccionarios. No es un erudito de esas culturas.

–Borges es un escritor leído, admirado y citado en todo el mundo. ¿Cómo lee un alumno inglés de Cambridge, por ejemplo, “El Sur” u “Hombre de la esquina rosada”?

–Mi experiencia en Cambridge era que se privilegiaba al Borges de los espejos, de los laberintos, de los dobles; el Borges orillero era, podríamos decir, más pasado por alto. Nosotros le adjudicamos peso a ese Borges orillero, al que había reescrito infinitamente el Martín Fierro porque para nosotros el Martín Fierro es central. Por eso en Cambridge mi tarea fue hablar del Borges pampeano. Quizás tuve el reflejo de restituirlo en aquello que para Borges es fundamental y que es ineliminable: la cuestión criolla y la historia nacional. Agreguemos como nota al pie de página que Borges ni hablaba de la Argentina. Borges es un pampeano. Se lo podría caracterizar como pampeano criollo, de esa zona rioplatense que incluye a Uruguay y punto. Borges no tiene una pretensión de representación nacional.

–A Borges le atraían mucho las zonas donde se terminaban las ciudades y empezaba la nada.

–“Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente”. Es una enorme metáfora espacial de la Buenos Aires de aquellos años: la vereda de enfrente se prolonga sobre la llanura. Hay que pensar que no existían las grandes avenidas de circunvalación. Parece un detalle demasiado banal y concreto para Borges, pero es un detalle que implica ver dónde se coloca un escritor o cualquiera frente a la ciudad. Esas avenidas son posteriores al momento en que él fija su imagen de Buenos Aires, no posteriores a su vida, sino a cuando él vuelve de Europa. Esa es la Buenos Aires a la cual Borges vuelve y lo reconstituye como porteño, porque se había ido a los 12 años, seguramente lleno de recuerdos de esa Buenos Aires todavía más criolla. Él vuelve a la Buenos Aires de los años 20, que está en un proceso de construcción, donde ya está presente esa inmigración que él no registra porque sigue haciendo una Buenos Aires hispano-criolla, que todavía se disuelve en la pampa.

–Así como se estaba construyendo la ciudad, ¿Borges necesitaba construir una tradición?

–Totalmente, Borges inventa una Buenos Aires que ya estaba retrocediendo. Vista desde la perspectiva de un historiador, su Buenos Aires era una ciudad que ya se estaba convirtiendo en arcaica. La que muestra Borges es sin inmigrantes. Sus guapos son hispano-criollos. Es diferente a la Buenos Aires que Borges escuchaba hablar por la calle. Hubo un momento a principios del siglo XX en que había tanta cantidad de inmigrantes con lenguas diferentes como hispano-criollos. A esa Babel lingüística es a la que Borges le desconfía.

–¿Esa desconfianza está emparentada con su aversión al peronismo?

–El peronismo lo que consolida es más bien la inmigración interna, las grandes inmigraciones ya habían sucedido. Creo que el antiperonismo de Borges tiene que ver con la distancia que las élites sociales, económicas y culturales tomaron de ese movimiento, con excepción de uno de los grupos de esas élites: el que provenía del nacionalismo católico, por eso Leopoldo Marechal es peronista. No hay nada más lejos del nacionalismo católico que Borges, que es liberal y agnóstico. Su formación no estaba adecuada para recibir un movimiento histórico, que además de la cuestión social que incorporaba a nuevos actores, digamos, tenía que ver con que el nacionalismo –no el peronismo, sino los intelectuales nacionalistas que construyeron al peronismo– había sido indeciso con el nazismo y el fascismo italiano. Entonces, Borges no podía tener ningún principio de identificación con eso. La guerra había creado una división entre los nacionalistas, que habían sido pro-Eje, y los liberales y comunistas, que habían sido anti-Eje. El peronismo llega en 1945 y considera que la guerra ya estaba terminada y tenía otras tareas. Volviendo al nacionalismo, una de sus tareas sí es de consolidación nacional en un sentido social: integración de todos los hispano-criollos que no eran pampeanos a un proyecto nacional argentino. Eso implica la llegada de la gente del interior que, podríamos decir, no responde tipológicamente al mundo hispano-criollo de Borges, de ahí “La fiesta del monstruo” y esos relatos.

–Era liberal y agnóstico, pero estaba afiliado al partido conservador.

–Ese es uno de sus gestos vanguardistas más notorios: alguien que nunca se había afiliado a nada, de repente hace ese gesto de afiliarse al partido conservador, que ya no era un partido de peso, más bien estaba vinculado a la historia argentina. De haber querido hacer un gesto democrático liberal, hubiera tenido el partido radical. El partido conservador era muy pequeño y liberal. Para alguien que descree tanto de ese tipo de asociaciones, es un gesto vanguardista, como una especie de desafío.

–¿Por qué decidió ser enterrado en Suiza?

–¿Te imaginás el carnaval que hubiera habido si Borges hubiera sido enterrado en Recoleta?  Él quiso privar a la Argentina, con toda la razón del mundo, de esa especie de desfile fúnebre que le hubieran dedicado, propio de un rey del siglo XVIII, anterior a la Revolución Francesa. Es mi hipótesis, yo nunca tuve trato con Borges. Estuve en la facultad en la misma época en que él fue profesor, lo vi, pero no lo conocí. Me imagino que le hubiera causado horror que su cadáver estuviera dando vueltas entre discursos y flores en la Recoleta, y que en todos los aniversarios de su muerte se volvieran a hacer discursos. No hubiera descansado en paz.

 

Escrito por
Virginia Poblet
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