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Caras y Caretas

           

“VEÍAMOS A LA FAMILIA COMO UNA PRÁCTICA SOCIAL BURGUESA”

Contexto internacional de rupturas. Estado de movilización de juventudes. Instituciones tradicionales en jaque. Las mujeres al frente. Los años sesenta en primera persona.

Licenciada en Sociología con Diploma de Honor por la Universidad de Buenos Aires, doctora en Historia y magíster en Educación, la ex directora del Conicet, Dora Barrancos, abre las puertas de su antigua casa del barrio porteño de Vélez Sarsfield para rememorar, analizar y –por momentos– confrontar con una de las décadas más vertiginosas vividas en nuestro país: los años sesenta.

–Si bien es compleja, por ser una década con períodos democráticos y períodos dictatoriales, ¿cómo caracteriza, desde el aspecto de vibración social, los años sesenta?

–Sin duda fueron años de muchísimo reverbero en torno de demandas muy subjetivas de transformaciones y de cambios. Muchísimas muchachas jóvenes emprendimos la ruta de una inscripción en movimientos sociales, sobre todo en la segunda mitad de los años sesenta. Recuerdo muy bien la urgencia que teníamos por convalidar nuestra presencia en diferentes ámbitos. Había un gran deseo de transformar nuestras vidas en vidas militantes, yo empecé a hacerlo en esos años y no puedo dejar de pensar en la transformación que hubo en las universidades.

–Fueron años de crecimiento de todas las matrículas en la educación, ¿qué ocurría especialmente en las universidades?

–En los años cincuenta, gracias a que el peronismo implantó una gran cantidad de establecimientos educativos medios en todo el país, se dio un ingreso masivo. Hasta los años cuarenta la escuela era raquítica, no existía en muchos pueblos del interior. Esta expansión de los niveles secundarios posibilitó, una década después, el ingreso masivo a la universidad. Había chicas por todas partes en muchas facultades, aunque muchísimo menos en el área de las llamadas Ciencias Exactas y Naturales. Había cuadros femeninos muy interesantes, muy inteligentes. Una de las áreas más esquivas con las muchachas históricamente fue el Derecho; pero esos años fueron de gran transformación de la matricula femenina en esa facultad. Lo mismo ocurrió en Filosofía, muy misógina hasta aquel momento. Ahí comenzó un panorama dentro del conocimiento que se alteraba mucho con la presencia de las mujeres. Yo había comenzado a estudiar Derecho y allí hubo profesores que han llegado a decirle a Carmen Argibay: “¿Qué hace usted acá? Derecho no es para las mujeres”. Por otro lado, hay que reconocer que el fenómeno de la matrícula ampliada es bastante universal, se dio en casi toda la región.

–¿Había un contexto que empujaba y permitía estos acontecimientos? Imagino que la Revolución Cubana, entre otros.

–Más allá de las particularidades de cada país, hay sin duda varios puntos a analizar. Por un lado, una expansión que permite el aumento de los sectores medios en la región y que hace más probable la concurrencia a la universidad; por otro, un clima de época muy vibrante, con mucha expresión de rupturas y de fuertes disonancias. La guerra de Vietnam fue fundamental, fue un combustible muy importante que movilizó las conciencias y a las mujeres. Por otro lado, las luchas anticoloniales en el mundo, la Revolución Cubana y, por último, la enorme cantidad de marchas estudiantiles, una interpelación que los sectores jóvenes le hicieron al establishment. Todo esto no puede dejar de tenerse en cuenta porque significó un vibrato que generaba un estado de movilización y una nueva fase para construir otras formas de subjetividad. En medio de todos esos acontecimientos, que forjaron sentimientos de grandes transformaciones en el mundo, surgieron nuevas generaciones que fueron interpeladas, se manifestaron y militaron. El clima de época era erizado.

–¿Y en este contexto regional las primeras mutaciones fueron simbólicas?

–Como primera medida, en materia simbólica se pusieron en jaque dos grandes instituciones: la familia y la Iglesia. La primera fue atiborrada de dardos. Teníamos queridas familias, pero era algo inoportuno celebrarlas, había un sentimiento de excomúnica hacia ella. Pensábamos teoréticamente que esa institución había cumplido su ciclo, que sus costumbres, más allá del grupo social que la practicara como práctica social eran burguesas, conservadoras, y por lo tanto había que desenmarcarla por completo. Los dardos contra la familia constituyen uno de los grandes fenómenos, por lo menos de la gente de mi grupo social y de mis acendradas vinculaciones teóricas y políticas. La otra institución que estuvo en jaque en los sesenta fue la escuela. Era el modelo de la reproducción, modelo más que preocupante de transmisión del establishment, de los valores burgueses y de las estabilidades no transformadoras. La reproducción social era lo que debíamos encarar urgentemente, hacer algo en el lugar de la escuela. Había que sacudirse la penuria de la utilización de ciertos saberes e imponer otros. En resumen, existía una aquiescencia fundamental en que el conocimiento estaba en los sectores populares y en las clases que habían sido excluidas. Todo eso era lo que producía conocimiento, un modelo muy Paulo Freire y de la nueva pedagogía.

–Y luego de estas posiciones frente a las instituciones tradicionales llegan sucesos revolucionarios como los nuevos métodos anticonceptivos ¿Cómo fue absorbido por la sociedad?

Sí, la gran revolución se produce con la introducción de la píldora. En esos años los métodos y técnicas anticonceptivas tuvieron un impulso importantísimo. La píldora tenía sus problemas, cuando dejabas de tomarla producía un efecto re- bote y se usaba para reforzar la condición de reproductividad. En los años sesenta se utilizaban muchas técnicas juntas, más unas que otras, hasta la incorporación del DIU unos años después. Hay una paradoja, nosotras utilizábamos todos los métodos anticonceptivos, pero a la vez éramos contestes en pontificar contra las prácticas anticonceptivas que el imperialismo estaba derramando en América Latina. El dictamen imperial era que había que limitar los nacimientos en nuestra región. Entonces, por un lado, éramos completamente emancipadoras respecto de nuestra sexualidad, pero por otro, veíamos con mucho problema las maniobras tendientes a limitar el número de nacimiento en los sectores populares. De eso tenemos que hacernos cargo. Un gran oxímoron: para unas no, para otras sí. Por suerte, luego el feminismo nos cambió completamente la doctrina.

–¿Cuál era el accionar de los sectores más reaccionarios y de la Iglesia frente a la píldora?

–Voy a ser muy sincera, un poco no recuerdo y un poco me ne frega. Más allá de las acciones y escándalos que pueden haber armado no tenían mayor repercusión. No la tenían porque el clima era de rebeldía, de eclosión, se vivía una aceptación pacífica del lío que estaban haciendo los jóvenes y, a su vez, una cierta parálisis en los sectores más reaccionarios. Era una época donde hablábamos con mucha autorización revolucionaria y eso generaba un impacto y un grado de impavidez en el sector opuesto. Momentos de enorme lectura, recuerdo incorporaciones muy iluminadas de Antonio Gramsci que fortalecían nuestro discurso competente, como diría Marilena Chaui.

–¿De manera contemporánea comenzaron a darse las uniones consensuales?

–Claro, fueron años en los que ganamos mucha libertad. En el seno de nuestra familia había menos discusión sobre los horarios de regreso y lo que hacíamos fuera de casa. Condicionadas por las nuevas circunstancias de gran cambio mundial, muchas familias de clase media permitían que sus hijas se fueran a vivir con sus novios y que hicieran un tránsito de exploración sexual prematrimonial. Era una novedad que chicas de esa clase revocaran los vínculos aceitados con sus padres y se fueran a convivir con su pareja.

-Y, como consecuencia, los hijos extramatrimoniales…

Sí. También asistí muy de cerca a amigas que se hicieron abortos en los años sesenta. Es más, el punto de vista proaborto no encendía la pradera como lo hace hoy en día. Al ser un enunciado privado-público, estaba en los ambientes de locución de la familia y los amigos, pero no había una enunciación pública sobre la interrupción del embarazo. No había movilizaciones. Los grupos feministas de los sesenta tenían excelentes enunciados acerca de salir del dominio patriarcal y de las sexualidades libres pero el aborto no estaba en el primer lugar de la agenda. Dado que se trataba de una opinión en determinados medios sociales y que no había una cresta en torno de la exigencia por el derecho a abortar, los ánimos refractarios no estaban en la palestra enfrentando nada. Si yo me vuelvo a poner en la muchacha que era en los sesenta, te digo que en general era compatible una admisión o proclama del aborto en toda la opinión.

–¿Cómo se explica que todos estos cambios sociales se vivieron en una década interrumpida por gobiernos de facto?

–Creo que las dictaduras les daban mucha más cohesión a estos movimientos porque en el mapa se tenía un enemigo común: la propia dictadura. Los sesenta fueron años de mucho éxito en materia insurgente: el Cordobazo, el Rosariazo, fórmulas muy contagiosas, tenaces y contundentes en la manifestación. Luego vino el terror y la oscuridad, pero no se puede entender tanta agitación, tanta rebelión, tanta convocatoria de mujeres a las movilizaciones sin el contexto de la Argentina de épocas dictatoriales. En mi generación había una matriz épica: caer en cana era casi una condecoración.

Escrito por
Damián Fresolone
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