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Caras y Caretas

           

Un pueblo, una plaza, una calesita

Gabriel y Carla comenzaron a soñar con tener un carrusel viajero hace más de tres años. Están a punto de finalizar el proyecto y empezar a girar por el país con un único objetivo: que todos los pibes y pibas puedan dar unas vueltas gratis.

Todo comenzó en San Francisco del Monte de Oro, un pequeño pueblo de menos de cuatro mil habitantes, en el departamento de Ayacucho, al norte de la provincia de San Luis. Allí, durante la década de 1990, se crio Gabriel López Villasante, hijo de Roberto López o, como lo reconocían todos los vecinos, “el de la calesita”. Hoy, tres décadas después, junto a su compañera Carla y su hijo Aureliano, encabeza un proyecto sin fines de lucro llamado La Calesita en tu Pueblo: un carrusel plegable que se traslada fácilmente para instalar en cualquier plaza del país y que los chicos disfruten de dar unas vueltas gratis.

Primera vuelta: la herencia

“En 1992, la familia tuvo la primera calesita. Era en San Francisco del Monte de Oro, San Luis, donde vivíamos. La construyó mi papá con chatarra, piezas usadas y motores de lavarropas. Tenía muchas partes en madera, era muy artesanal. Mi viejo se daba mucha maña, hasta creaba sus propias herramientas. Después tuvo otra en Ciudad Evita y la que existe actualmente en la Feria de Mataderos”, explica Gabriel.

En su familia, todos en algún momento pasaron por el oficio de calesitero. Ya son tres generaciones: su sobrino administra actualmente la que está emplazada en la feria de la avenida Lisandro de la Torre, a cuadras de la cancha de Nueva Chicago. Gabriel dejó San Luis hace muchos años, pero no su vínculo con el pueblo, tiene familiares que visita frecuentemente y recuerdos imborrables en la plaza.

“Ayudé siempre en la calesita, era parte del juego porque nos criamos ahí. Pero también fue mi primer laburo. Nací con esto y con esto vivo. Toda mi niñez estaba enmarcada en que mi viejo era calesitero; hasta mi apodo era Calesita. Ah, y teníamos prohibido subirnos a otra que no fuera la nuestra”, recuerda con una sonrisa.

Segunda vuelta: pensar el sueño

“Durante el verano de 2020 recorrimos, junto con mí compañera y mi hijo, la ruta 40. Fue un viaje que duró más de dos meses y cuando llegamos a Buenos Aires estaba comenzando la pandemia. En esas rutas habíamos notado algo: existían muy pocas calesitas en las plazas de los pueblos. Sí veíamos en ciudades grandes, pero no en localidades pequeñas. Así que intentamos crear algo, hicimos unos bocetos de una calesita que se pudiera trasladar. Pero como tantas cosas que surgieron en la pandemia, quedó ahí”, relata Gabriel.

Sin embargo, el tiempo, los viajes, las rutas y los mates desempolvaron el proyecto. “En enero de 2023, volvimos a viajar a San Luis y comiendo un asado con unos primos les cuento sobre la idea de la calesita viajera que nunca habíamos llevado adelante. Ellos me impulsaron a que la empezáramos y hasta fueron más allá: me sugirieron que armara una ONG para darle formalidad al proyecto. Regresando de ese viaje, volvimos a notar la escasez de calesitas en distintas provincias. Así que llegué a casa, busqué aquellos viejos planos y decidimos no cambiar el auto, como teníamos pensado, sino comprar 500 kilos de hierro y un motor para comenzar nuestro sueño”, describe.

Tercera vuelta: la materialización

“Empezamos en el taller nosotros dos solos, todos nos decían que era una locura. Primero hicimos los esqueletos de la calesita, luego la cenefa, comenzamos con los caballitos. Y ahí se empezó a sumar mucha gente. Queríamos que fuera todo realizado por artistas, para que no fuera una calesita más, y mirá lo que es hoy en día: una verdadera obra de arte”, relata el calesitero en el galpón-taller.

El carrusel tiene cinco metros de diámetro, similar a los que vemos en cualquier plaza, pesa casi 1.200 kilos y cuenta con un sistema plegable que convierte el círculo en una estructura de 2 por 5 metros para poder trasladar en un tráiler. Cuenta con 16 caballos fijos y un sistema de permite regular la velocidad, que llega a las siete vueltas por minuto. Pero lo más importante de esta estructura es su fácil armado: mientras que para emplazar una calesita tradicional se demora aproximadamente una semana, esta se instala en poco más de una hora.

“A la par, fuimos creando la asociación civil. Contacté a abogados especialistas y gestionamos todo lo necesario: el acta constitutiva, la personería, el propio CUIT, etcétera. Ser una organización no gubernamental le da respaldo y seriedad al proyecto. Esto fue todo nuevo para nosotros y en el medio tuvimos un montón de traspiés y trabas burocráticas. Además, estamos tomando cursos de capacitación de cómo gestionar una ONG. Yo solo quería poner una calesita y mirá cómo estamos ahora”, cuenta Gabriel entre risas, y comenta en el futuro la asociación civil también se dedicará a resucitar calesitas que estén cerradas o en muy malas condiciones.

Cuarta vuelta: una obra de arte

Desde aquel verano de 2023, más de 75 artistas se vieron impulsados a colaborar en este proyecto sin fines de lucro para materializar el sueño de la calesita viajera. Pero no cualquier calesita viajera, sino un producto enriquecido cultural y artísticamente, donde cada una de sus piezas estuviera pensada, diseñada, dibujada y pintada con una fuerte representación de las riquezas del país.

“Por ejemplo, las cenefas suelen llevar paisajes de Venecia, pero a nosotros no nos identifica en nada. Entonces decidimos plasmar distintos paisajes de la Argentina de los que conocimos o los que queremos que la gente conozca: la Cataratas del Iguazú, el Fitz Roy, el Cerro de los Siete Colores y El Palmar, entre otros. Acá fue clave la participación de los artistas que desinteresadamente se fueron sumando”, cuenta Gabriel.

La sortija también fue minuciosamente pensada, trabajada y tallada por el mismo tornero, y con la misma madera, que había hecho aquella que intentaban agarrar los chicos en la primera calesita de Roberto López, en el norte puntano. “Para nosotros, esa pieza muy pequeña tiene una simbología muy grande. Es una manera de conectar emociones y sentimiento con el pasado, todo en esta calesita tiene un significado. Vamos a empezar a viajar con una obra de arte, no con una calesita”, subraya el emprendedor.

Quinta vuelta: a girar

La calesita está casi lista. Falta finalizar algunos circuitos eléctricos internos, parte de la luminaria y detalles mínimos de terminación de pintura y laqueado. Gabriel y Carla piensan culminar los trabajos en las próximas semanas para hacer una gran peña de inauguración en los primeros días de junio. Así, durante las vacaciones de invierno podrán comenzar a dar vuelta por distintos pueblos del interior del país aprovechando el receso escolar de los chicos y chicas.

“La idea es hacer un pueblo por día. Llegamos, armamos y en una hora está la calesita dando vueltas; al día siguiente, lo mismo en otro pueblo cercano. El objetivo es muy claro y sencillo: compartir una tarde con una merienda mientras los pibes pueden dar unas vueltas gratis en la calesita que, en ese día, va a ser la calesita de su pueblo”, sostiene el puntano.

Si de algo no tiene dudas la pareja es del primer lugar en el que quisieran verla girar. Sí, San Francisco del Monte de Oro, allí donde Gabriel veía trabajar a su papá todos los días para darles a los chicos del pueblo la mejor calesita que se merecen. Después, viene una larga lista de bellezas naturales que la pareja visitó y donde quisiera volver con este proyecto: Cafayate, Amaicha, el Cerro de los Siete Colores o el Fitz Roy. “Nuestro país es hermoso, nuestros paisajes son hermosos y nuestras rutas son hermosas. Sueño con ver a los pibes subiendo a la calesita en cualquiera de esas bellezas que tenemos”, cierra Gabriel.

Escrito por
Damián Fresolone
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