Inflaciones, hiperinflaciones, endeudamientos feroces, desindustrialización, sueño agropecuario, proyectos de convertiblidad, planes de dolarización, pérdida de soberanía monetaria. Crisis. El investigador, licenciado en Economía Política y doctor en Historia de la Universidad de la Sorbona en París Mario Rapoport analiza los distintos movimientos de la economía argentina durante los últimos cuarenta años de democracia. El Fondo Monetario Internacional como principal responsable de las incertidumbres nacionales.
–Más allá de la subjetividad de los términos, cómo definiría conceptualmente una crisis económica?
–Las crisis tienen mucho que ver con los ciclos económicos: hay épocas de auge, de crecimiento y de decrecimiento. Esto fue estudiado de muchas maneras y por distintos economistas de todo el mundo. Pero el caso argentino es particular; las continuas crisis usualmente vinieron como consecuencia de la adopción de políticas económicas que tendieron a asegurar el beneficio de determinados sectores y no del conjunto de la sociedad y, particularmente, con toma de deuda.
–Si hacemos un repaso de las últimas décadas, ¿dónde ubicaría cada uno de los puntos críticos en materia económica?
–En el pasado cercano, sin duda, comenzaron a partir de la dictadura militar. Lamentablemente, la recuperación de la democracia no supo traer soluciones a estos problemas. Inicialmente, pongo el acento en 1984-1985 y en 1989-1990. Allí hubo situaciones inflacionarias muy fuertes; en 1989 casi de 3.000 por ciento, y, al año siguiente, de casi 2.500 por ciento.
–Lo que siguió en los noventa tampoco fue mejor.
–No, ocurre que la hiperinflación trató de frenarse con medidas extremas que no dieron resultado, como la seudo-dolarización del Plan de Convertibilidad. Ese plan significó equiparar el peso con el dólar, una salida totalmente irrealista y fantasiosa que produjo una crisis más profunda. La oferta monetaria prácticamente cesó y el Plan de Convertibilidad basado en la obtención de dólares a través del endeudamiento público, la venta de las principales empresas argentinas, como YPF y Aerolíneas, la licuación de los salarios y la liquidación de las jubilaciones mediante el sistema privado dio como resultado una formidable crisis.
–¿Qué características particulares observa en la de 2001 con diferencia a otras?
–La crisis de 2001 se produjo con deflación, no con inflación. Con una caída del valor del peso sin límites, no había dinero en el mercado. Esto produjo a la vez un gran desplome del Producto Bruto Interno, un aumento del desempleo en la población, una pobreza incrementada y una situación que quiso resolverse con el “Corralito”, o sea, con la apropiación de los fondos de los ciudadanos invertidos en el sistema bancario. El escenario era desesperante. De ese hundimiento solo se podía salir con otro tipo de políticas: las que en un inicio llevó adelante Duhalde y luego Néstor Kirchner.
–Allí, el plan fue claramente opuesto a otros intentos de salidas de crisis. Se resurgió con otros pilares.
–Sí, fueron claves los primeros tres o cuatro canjes de la deuda y posteriormente la desaparición del compromiso con el FMI. Esto permitió salir del problema central y comenzar a ordenar la economía; por eso queda claro que las hiperinflaciones y las crisis no se resuelven con dolarización ni nada similar, si no con políticas que tienden a recobrar la productividad y, sobre todo, con políticas para los sectores más afectados, como la industria y el empleo. Luego se ven los resultados, por ejemplo, hacia 2011 la economía argentina llegó a cifras importantes de crecimiento.
–Esas relaciones dañinas con el FMI volvieron, años más tarde, con el gobierno de Mauricio Macri.
–Bueno, Macri primero se centró en atacar a la industria y beneficiar al sector agropecuario, lo dijo él mismo en un discurso en la Sociedad Rural Argentina. Después, los 45 mil millones de dólares que tomó de deuda son la base para entender todo lo que siguió y que el gobierno actual no supo enfrentar. El Fondo es el principal auditor de la economía argentina y el que maneja las políticas que el país debe seguir. El Gobierno está muy condicionado.
–¿Qué lectura hace de la actualidad?
–Claramente vivimos procesos inflacionarios, pero esto solo puede modificarse reactivando los sectores afectados, fortaleciendo el aparato productivo y el empleo. La raíz de todo esto tiene que ver con temas estructurales. La Argentina se hizo a partir de un desarrollo fundamentalmente agropecuario y de exportaciones de ese tipo; por ende, siempre se descuidó al sector industrial, y no casualmente es ese el que más sufre las consecuencias de las crisis. Los países con crecimientos aceptables son los que tuvieron inversiones constantes en la infraestructura y en la industria. La Argentina no las tuvo y hoy es heredera de ese problema: depender de las exportaciones agropecuarias para obtener las divisas a fin de importar lo que necesita la industria. Por otra parte, la histórica incertidumbre política fue también responsable: las dictaduras violaron impunemente los derechos humanos e impulsaron la dolarización de toda la economía. Y, reinstaurada la democracia, los golpes de mercado fueron y son determinantes. Este país es una gran estancia manejada por pocos. No podemos salir de esto con soluciones exclusivamente monetaristas ni antiestatales.
–Son las explicaciones y argumentos del candidato más votado recientemente en las PASO. ¿Qué reflexión tiene al respecto?
–La gente quiere un cambio, pero eso no es un cambio. Es una vuelta al pasado. Todas las propuestas de ese candidato nos van a sumir en una crisis mucho mayor, porque esas políticas antiinflacionarias son aún peores que la hiperinflación. Implican una devaluación importante del peso, luego su desaparición y la pérdida de la soberanía monetaria. Hay sectores jóvenes que no vivieron la crisis de 2000, pero sí son hijos de los que la vivieron. Las teorías libertarias se apoyan en la negación de la propia historia.