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Caras y Caretas

           

“La clase dominante nunca aceptó al sindicalismo como parte del contrato social”

Con formación docente y una histórica militancia gremial, Hugo Yasky es actualmente diputado nacional por el Frente de Todos y secretario general de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA). Un referente indicado para trazar un cuadro de los avances, retrocesos y desafíos que afronta el sector de cara a la celebración institucional por los 40 años de democracia.

–A poco de andar su presidencia, hace 40 años, Raúl Alfonsín remitió al Congreso un ambicioso proyecto de reforma sindical, conocido popularmente como “Ley Mucci” (por el ministro de Trabajo). ¿Qué evaluación hace en perspectiva de aquel intento de reformular la conformación gremial del país?

–La Ley Mucci fue en un intento fallido, porque estaba concebida, más que para transformar el modelo sindical, como una suerte de embestida contra el movimiento obrero. Alfonsín hizo su campaña electoral denunciando el “pacto sindical militar”. Es verdad que muchos sindicalistas comulgaban por aquellos años con ideas vinculadas a ese peronismo ortodoxo, duro, refractario a los derechos humanos, pero también es cierto que el sindicalismo había sufrido durísimos ataques del gobierno militar. Lo que logró Alfonsín resultó redituable en términos electorales, pero el efecto colateral fue el abroquelamiento del sindicalismo en una posición defensiva, que tenía también sus profundas razones históricas.

–Luego, a lo largo de su gobierno, Alfonsín afrontó trece paros generales promovidos por la CGT. Ahí aparece la figura emblemática de un personaje hoy casi olvidado como Saúl Ubaldini. ¿Dónde lo instalamos en la historia del sindicalismo?

–Saúl Ubaldini fue un dirigente sindical atípico porque llegó a la conducción de la CGT a pesar de no tener detrás un gran aparato sindical que lo sustentara. En realidad, el soporte de Ubaldini fue Lorenzo Miguel, que en ese momento era una especie de poder detrás del poder, dentro de la CGT. Fue un dirigente de enorme carisma, que construyó un reagrupamiento del movimiento sindical, que devolvió a los trabajadores la rebeldía, y al peronismo, un rumbo que el sector político había perdido siendo furgón de cola de la política de Alfonsín. Saúl era un personaje muy querible. Un domingo a la noche, en la pizzería El Globito en Parque Patricios, veo que estaba a mi lado. A mí me llamó la atención, porque uno estaba acostumbrado en esa época a los dirigentes sindicales con custodia y en lugares muy distintos de una pizzería de barrio, haciendo cola en el mostrador. Cuando le pregunté qué hacía allí, me contestó: “Pibe, estoy esperando la pizza”.

–También durante todo ese período fue evidente la falta de diálogo entre el gobierno y los sectores sindicales agrupados en el peronismo. Eso nos lleva a plantear cómo debe ser la relación madura y racional entre un gobierno y los sindicatos.

–Yo entiendo que una relación madura entre el gobierno y el movimiento sindical debe consistir, fundamentalmente, en respetar las bases elementales de un contrato social tripartito entre el Estado, convocando a los sectores empresariales y a los trabajadores, para definir políticas públicas que permitan consolidar proyectos de crecimiento económico con desarrollo social. El problema es que la clase dominante argentina nunca aceptó que elmovimiento sindical pudiera ser parte de este contrato social.

–¿Hizo lo suficiente el sindicalismo en su conjunto para enfrentar el modelo económico representado por el gobierno de Cambiemos?

–La irrupción del macrismo produjo en el movimiento sindical una divisoria de aguas como sucedió, desde el derrocamiento de Perón, cada vez que hubo que enfrentar políticas agresivas y confrontativas con los trabajadores. El movimiento sindical volvió a mostrar sus dos vertientes históricas: la de quienes quisieron expresar un sindicalismo friendly, y la que intentó enfrentar con la movilización las medidas agresivas. Esa lucha tuvo un pico en aquella movilización frente al Congreso de la Nación en el momento que se intentó aprobar la reforma previsional. Creo que esa resistencia, tal cual lo reconoció el propio Mauricio Macri, fue el punto de partida de una creciente oposición que tuvo como corolario la derrota electoral.

–Usted presentó un proyecto para la reducción de la jornada laboral. Suena muy bien intencionado, pero bastante paradójico cuando hay quienes tienen dos y hasta tres trabajos para mantenerse a flote.

–La puja por tratar de reducir la extensión de la jornada laboral, como todas las luchas históricas del movimiento obrero, plantea objetivos y horizontes que según las épocas pueden ser más o menos utópicos, pero esa es una instancia de disputa por la mejora en calidad y condiciones de vida. Es más, la reducción de la jornada laboral va a posibilitar, además, construir mayor cantidad de oportunidades para otro sector, que es el que todavía permanece desempleado.

–Las nuevas tecnologías también plantean la necesidad de incorporar flamantes actores al mundo del trabajo y del gremialismo. ¿Cómo se enfrenta el discurso del “emprendedurismo”, que reniega de la asociación gremial?

–Es verdad que la irrupción de las nuevas tecnologías nos va a plantear el desafío de encontrar los caminos para incorporar a los colectivos sindicales a formas de trabajo que no corresponden a los tiempos del fordismo. La mejor manera de tratar de incorporar a esos sectores es escucharlos. Por ejemplo, los jóvenes que trabajan a través de plataformas, en las tareas de reparto, constituyen un colectivo que tiene otros códigos, otra mirada respecto a la organización sindical, a los horarios laborales, a las formas de organizarse. Lo mismo con los que hoy teletrabajan. Hay que buscar formas de sostener los vínculos en situaciones líquidas en términos de organización.

Escrito por
Oscar Muñoz
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