Un pantallazo por los resultados de las elecciones provinciales y municipales de este año muestra que al bipartidismo tradicional argentino le cabe la frase “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.
El peronismo está transitando uno de los peores años electorales que ha tenido. Perdió seis provincias que gobernaba. ¿Y qué está surgiendo en su lugar? En San Luis ganó Claudio Poggi, de origen radical; en Santa Fe, Maximiliano Pullaro, radical; y lo mismo ocurrió en Chaco con Leandro Zdero. En Santa Cruz ganó un frente liderado por un peronista, ya que el dirigente sindical petrolero Claudio Vidal fue parte del Frente de Todos hasta que rompió. El único dirigente afiliado al Pro que ganó un nuevo territorio fue Ignacio Torres, en Chubut.
Este repaso muestra una realidad de la política argentina que no se ha modificado a pesar de las crisis: en los estados subnacionales, es decir, las provincias y municipios, la Argentina sigue siendo peronista o radical, aunque por supuesto hay casos de partidos provinciales, como en Neuquén.
HISTORIA RECIENTE
En las elecciones de la restauración democrática de 1983, los dos grandes partidos de la historia moderna nacional reunieron el 91 por ciento de los votos. El radical Raúl Alfonsín sacó 51 puntos, mientras que el peronista Ítalo Luder cosechó 40. En tercer lugar, lejos, se ubicó el “Bisonte”, Oscar Alende. En las categorías de gobernador, el radicalismo se impuso en siete provincias, incluida Buenos Aires.
Paréntesis: en este recorrido se evitarán las elecciones de medio término. En las legislativas siempre se dispersa el voto y se multiplican las terceras fuerzas.
En el último año del gobierno de Alfonsín, la inflación escaló por encima del 3 mil por ciento. En ese contexto, el caudillo radical, que había dejado su huella histórica con la promoción del Juicio a las Juntas, impulsó la candidatura de Eduardo Angeloz, gobernador de Córdoba. En el peronismo se había librado una interna potente. Antonio Cafiero había ganado la gobernación bonaerense en 1987 y compitió contra Carlos Menem, que con su poncho, patillas, un discurso nacionalista y marcadamente opositor, ganó la interna. A Cafiero, entre otras cosas, le jugó en contra haber quedado muy cercano al alfonsinismo, que terminaba su período con una situación económica crítica.
En las presidenciales de 1989, los partidos tradicionales concentraron cerca del 90 por ciento de los votos. Menem ganó con el 47 por ciento y Angeloz sacó 38. La diferencia entre ambos fue de diez puntos, lo mismo que en 1983 pero al revés. En esa contienda asomó la cabeza una tercera fuerza de derecha neoliberal-consevadora: la Ucedé presentó la candidatura de Álvaro Alsogaray, que logró 7,15 por ciento.
SE MUEVE EL MAPA
El primer período de Menem duró seis años. La reforma constitucional que tomó el modelo estadounidense de cuatro años con una reelección consecutiva se hizo en 1994. Así, Menem logró gobernar durante una década: un período de seis y otro de cuatro.
En la presidencial de 1995 apareció un elemento que comenzó a transformar –a nivel nacional– el bipartidismo tradicional. En rigor, lo que hubo fue un enorme retroceso del radicalismo. El Frepaso estaba liderado por dirigentes peronistas que habían roto con el PJ por el rumbo del gobierno de Menem y fue la principal fuerza opositora.
Hay dirigentes radicales históricos que le adjudican ese proceso al acuerdo entre Alfonsín y Menem para reformar la Constitución. Sostienen que el rol opositor de la UCR se desdibujó y el Frepaso, liderado entre otros por Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Álvarez, fue mejor representante del antimenemismo.
El riojano logró su reelección con el 49 por ciento. El Frepaso, con Bordón, se alzó con el 30, y la UCR, con Horacio Massaccesi, se hundió en un escueto 16.
Dos años antes, en la legislativa de 1993, los boinas blancas habían alcanzado los 30 puntos. Es un dato que le da cierta carnadura a la hipótesis que sostiene que fue el acuerdo por la reforma constitucional de 1994 lo que los hizo retroceder.
NACE UNA COALICIÓN
Esa caída de la UCR empujó la primera coalición importante de partidos desde el retorno de la democracia. El antimenemismo llegaría a las elecciones de 1999 con la Alianza, la suma del Frepaso y la UCR. Fernando de la Rúa fue el candidato y derrotó al peronista Eduardo Duhalde por 48 por ciento a 38. El ex ministro de Economía de Menem, Domingo Cavallo, ocupó un lugar similar al que había tenido diez años atrás la Ucedé, y cosechó el 10 por ciento de los votos como fuerza neoliberal-conservadora.
Es interesante mirar qué paso con las gobernaciones. El radicalismo puro ganó siete, recuperó un poder territorial similar al que había alcanzado en 1983. Como se dijo, en las provincias y municipios la Argentina nunca dejó de ser mayormente peronista o radical, y esta regla se mantiene hasta la actualidad.
El régimen de convertibilidad impuesto por Menem terminó en cataclismo a fines de 2001, la pobreza escaló al 50 por ciento, el desempleo por encima de los 20 puntos y la deuda externa estaba en niveles impagables.
El fracaso del gobierno de De la Rúa terminó con su renuncia y la asunción de Duhalde como presidente interino. En las elecciones de 2003, el radicalismo y el peronismo llegaron con un nivel de fragmentación inédito. Hubo tres candidatos del tronco peronista: Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá. Y tres del tronco radical: Elisa Carrió, Ricardo López Murphy y Leopoldo Moreau. Los resultados son conocidos: Menem ganó la primera vuelta pero no quiso enfrentar a Kirchner en el balotaje y Néstor asumió. A gran velocidad, el peronismo se reagrupó detrás del liderazgo de Kirchner, que terminó de consolidarse en las elecciones de 2005. El peronismo –mirando las elecciones presidenciales– se mantendría sin fisuras durante una década, y el mismo tiempo le tomaría al antiperonismo reagruparse.
En 2007 surgió una novedad de la política argentina. Un partido liberal-conservador, el Pro, fundado por Mauricio Macri, ganaría la ciudad de Buenos Aires, que hasta ese momento votaba mayormente a la UCR.
Así como en 1999 la UCR tuvo que aliarse con el Frepaso para ganar la elección, en 2015 ocurrió lo mismo con el Pro y surgió Cambiemos. El peronismo llegó dividido a las presidenciales. El actual candidato y ministro de Economía, Sergio Massa, había armado dos años antes su Frente Renovador. Aspiraba a ocupar el lugar del poskirchnerismo basado en una regla de hierro: Cristina Fernández –el liderazgo popular más importante desde la muerte de Juan Perón– no tenía reelección.
Macri le ganó a Daniel Scioli. Su gobierno multiplicó la deuda, la pobreza, el desempleo. El peronismo se reagrupó en el Frente de Todos para la contienda de 2019. No es fácil definir al FdT como una coalición. Estuvo integrado por varios partidos, pero en esencia es el reagrupamiento de las tribus peronistas.
Las últimas PASO, del 13 de agosto, arrojaron un hecho inédito. Una fuerza neoliberal-conservadora, defensora de la última dictadura militar, La Libertad Avanza, de Javier Milei, se alzó con el 30 por ciento de los votos. Es tres veces más de lo que habían conseguido Alsogaray en 1989 y Cavallo en 1999. Sin embargo, si se vuelve a poner la lupa en la base del iceberg, los candidatos de Milei en las provincias sacan entre 3 y 10 por ciento. Ahí, en los pilares de la política argentina, siguen reinando el peronismo o el radicalismo, lo que puede indicar lo efímero que es el fenómeno Milei, aunque eso no lo vuelve menos peligroso para la democracia.