Queremos independencia económica, queremos soberanía política, pero sin justicia social no hay pacto que valga”, gritó Mario Firmenich en la cancha de Atlanta. Ese 11 de marzo de 1974, Montoneros se había congregado para celebrar que un año atrás había ganado las elecciones el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), pero no era un acto de festejo: era un grito de guerra –diría el jefe de la organización político-militar– para recuperar el gobierno para el pueblo. Y el Pacto Social –firmado en junio de 1973 entre la Confederación General Económica (CGE) y la Confederación General del Trabajo (CGT)– se interponía en ese camino hacia el socialismo con el que se habían ilusionado los que pintaban “Luche y vuelve”.
En el escenario de Atlanta estaban parados algunos de los bronces de Montoneros: una de las fundadoras, Norma Arrostito, y René Haidar, uno de los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew de 1972. Fernando Vaca Narvaja se acomodaba cerca de Arrostito, mientras que Roberto Quieto, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), saludaba –sin perder el gesto duro– con los dedos en V. Firmenich hablaba y decía que el Pacto Social, que meses antes se había planteado para ponerle fin a la inflación como principal razón económica, estaba terminado. “Hoy estamos totalmente en contra de ese pacto”, afirmaba. “Hay que romperlo y hacer otro.” La principal razón que esgrimía el jefe montonero era que la columna vertebral del acuerdo no era la clase trabajadora, sino los empresarios y la burocracia sindical.
Montoneros pasó por distintos momentos frente al Pacto Social, como reconoció Firmenich en Atlanta. En un primer momento, a la organización le había parecido bien una alianza de clases, un pacto firmado que reivindicara la hegemonía de la clase trabajadora. En un segundo momento, hubo un intento por reencauzarlo y por recuperar el protagonismo. Pero, para marzo de 1974, el Pacto Social, que había promovido el ministro de Economía, José Ber Gelbard, funcionaba como un cepo para la lucha. Para entonces, estaba asociado con el congelamiento de los salarios y la restricción del derecho de huelga.
LOS INICIOS
El 6 de junio de 1973, el diario Clarín dedicó su portada a tres grandes temas: la confirmación de que Juan Domingo Perón volvería al país el 20 de junio a las 15, la asunción de los jefes de las Fuerzas Armadas y la firma del acuerdo social. El pacto dejaba la representación de los trabajadores en manos de la CGT, de José Ignacio Rucci, y de la CGE, entonces liderada por Julio Broner –aunque, en realidad, era una criatura de Gelbard–.
Tres días después, Montoneros dio una conferencia de prensa. Ante los micrófonos, Firmenich y Quieto celebraron la asunción del gobierno peronista y la decisión de liberar a los presos políticos. Era claro que, en ese momento, el Pacto Social – aunque representaba una medida reformista– no aparecía en el horizonte como un problema.
A mediados de junio, según reconstruye la periodista María Seoane, Gelbard consiguió su primera reunión con la agrupación que conducía Firmenich. El empresario devenido ministro de Economía fue a pedirles moderación. Días antes, en un congreso de la CGT, el presidente Héctor Cámpora había dicho que la situación económica y social era crítica. El jefe montonero le contestó que estaban de acuerdo con los lineamientos y que iban a buscar poner paños fríos a las ocupaciones de fábricas y lugares de trabajo desde la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), que por esos días ocupaban las portadas de los principales matutinos.
El 20 de junio volvió Perón, pero no fue una fiesta. Fue una matanza. Nada de eso ayudó para aplacar los ánimos de las bases montoneras. En julio de 1973, Cámpora tuvo que renunciar a la presidencia y, en su lugar, quedó Raúl Lastiri, yerno de José López Rega. Al tiempo, se anunció la fórmula presidencial que llevaba a María Estela “Isabel” Martínez de Perón en la boleta. Todos esos cambios en el tablero mostraban que el escenario político se estaba derechizando a una velocidad que no estaba prevista.
Cuando se cumplió el primer aniversario de la masacre de Trelew, Montoneros convocó a un acto en el que hizo explícito su rechazo a cómo venían las cosas con el Pacto Social. “Los trabajadores no tienen representantes porque tienen allí en la CGT una burocracia con cuatro burócratas que no representan ni a su abuela”, se quejó Firmenich. Como marca el investigador Pablo Garrido, para entonces, la impugnación no era al acuerdo en sí sino hacia quienes tenían la representación de las partes.
Perón ganó las elecciones el 23 de septiembre. Dos días después, fue asesinado Rucci, que había sido uno de los firmantes del Pacto Social. Son muchos los autores que dicen que Montoneros estuvo detrás de la muerte del líder sindical; sin embargo, la organización nunca se atribuyó responsabilidad de manera oficial en ese hecho que contribuyó a la escalada de la violencia política.
DEL OTRO LADO DE LA MECHA
Después del acto de marzo de 1974 en la cancha de Atlanta, las diferencias entre Perón y Montoneros se agudizaron. El 1o de mayo de ese año, el General los llamó “imberbes” en la Plaza de Mayo. “Compañeros –les dijo a quienes a quienes se habían mantenido en el lugar–, deseo antes de terminar estas palabras lleven a toda la clase trabajadora argentina el agradecimiento del gobierno argentino por haber sostenido un pacto social que será salvador de la república.”
El 11 de junio, la CGT firmó un comunicado pidiendo por el aprovisionamiento y el cumplimiento de los precios máximos. Al día siguiente, Perón –ya estaba con salud endeble– dio su último discurso en la Plaza de Mayo, donde volvió a referirse al Pacto Social que tanto atacaba la izquierda peronista. “Yo nunca engañé a este pueblo, por quien siento un entrañable cariño. Yo vine al país para unir a los argentinos y no para fomentar su desunión. Yo vine al país para lanzar un proceso de liberación nacional y no para consolidar la dependencia. Pero hay pequeñas sectas, perfectamente identificadas, con las que hasta el momento fuimos tolerantes y que se empeñan en destruir nuestro proceso. Son las que están saboteando nuestra independencia y nuestra independencia política exterior, son quienes intentan socavar las bases del acuerdo social forjado para lanzar la reconstrucción nacional”, dijo el líder. El mensaje tenía un destinatario claro.
Perón murió el 1o de julio. Noticias, el diario de Montoneros, llevó en su portada un único título: “Dolor”. El Ejecutivo quedó en manos de Isabelita, y la organización que conducía Firmenich empezó a radicalizar su postura frente a un gobierno que ya no sentía como propio.
Entre finales de julio y principios de septiembre de ese año, la militancia peronista sufrió varios golpes. El 31 de julio, la Triple A asesinó al abogado y diputado nacional Rodolfo Ortega Peña. Los funerales terminaron con una represión que evocó a la de agosto de 1972. Según Noticias, hubo 350 detenidos. Al cumplirse el segundo aniversario del fusilamiento de los presos y de las presas de la Base Almirante Zar, el gobierno intentó prohibir los actos. En Bernal, fusilaron a Eduardo Bekerman, un dirigente de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) que estaba en una pizzería con dos compañeros más. Pablo Van Lierde también murió.
Para el 6 de septiembre, la represión paraestatal se había vuelto insoportable, al igual que las muertes de peronistas, que se contaban por decenas cada mes. El Pacto Social, al que habían tratado con piedad en sus inicios, se había convertido en otro atentado directo a los intereses del pueblo. Así fue como Montoneros anunció la vuelta a la clandestinidad. Lo peor estaba aún por venir.