Muchos fallidos, pero otros consumados. Algunos con diseños cuasi de ingeniería y otros con metodologías poco sofisticadas. La mayoría con adjudicaciones explícitas, pero unos pocos anónimos. Un puñado resueltos judicialmente y otro puñado sin esclarecerse. Algunos muy abordados y algunos muy olvidados. En un intento de línea histórica, siempre incompleta, repasamos junto al divulgador y profesor de Historia Felipe Pigna los distintos magnicidios que ocurrieron en el país desde la Independencia hasta nuestros días.
–Si te digo que hablemos de los magnicidios (o intentos) a lo largo de la historia argentina, ¿cuáles son los primeros que se te presentan?
–Se suele comenzar por el intento de asesinato de Juan Manuel de Rosas, en 1840, pero en realidad antes hubo otros.
–¿El de Dorrego, por ejemplo?
–Claro, en 1828 ocurre el magnicidio de Manuel Dorrego. No suele mostrarse en los listados “oficiales”. Hay magnicidios que por un recorte unitario de nuestra historia no suelen incluirse. Pero fue el primer asesinato concretado de alguien que ocupó un cargo público muy importante; porque la mayoría fueron intentos fallidos. En este caso, fue mandado a fusilar por orden de Lavalle, y es curioso que no se lo suela tener en cuenta.
–También antes de Rosas ocurrió el de Facundo Quiroga. Quizá el único contra alguien que no ocupaba un cargo público.
–Este fue un atentado con todas las de la ley. Quiroga fue gobernador de La Rioja y referente absoluto del federalismo nacional, pero en ese momento no tenía otro rol más que una función diplomática; estaba mediando en un conflicto interprovincial por orden de Rosas. El término magnicidio generalmente es usado con los presidentes y gobernadores y no tanto con figuras relevantes de la política, que sin duda Facundo Quiroga lo era.
–Luego sí llegamos al de Rosas, que no se concreta. ¿Qué fue “La Máquina Infernal”?
–Bueno, en 1840 le envían a Rosas una bomba llamada “La Máquina Infernal”. Era un mecanismo de relojería armado con varias pistolas que cuando se abría debían dispararse automáticamente. La caja fue abierta por Manuelita (hija y secretaria), y milagrosamente no funcionó el mecanismo. Hubo una serie de misas sosteniendo que Rosas no había sido asesinado por obra de Dios. El paquete venía como si fuera un obsequio de la Sociedad Escandinava, pero luego de una investigación se supo que había sido preparado por los unitarios que se encontraban en Montevideo. Probablemente tuvo que ver Rivera Indarte, un fanático rosista, convertido en antirrosista.
–Luego ocurren dos muy seguidos en el tiempo: el que terminó con la vida de Justo José de Urquiza y el más conocido contra Sarmiento.
–Claro, ese sería el orden. El de Urquiza, consumado en abril de 1870, cuando era gobernador de la provincia de Entre Ríos, y el de Sarmiento, que resultó fallido. Este último es llamativo. En 1873, Sarmiento estaba viviendo en el centro, en la casa de su hermana, e iba a la casa de Vélez Sarsfield, que quedaba muy cerca. En el trayecto lo interceptan tres hombres que disparan contra su auto, pero el trabuco se trabó y le destrozó la mano a uno de los hermanos Guerri. Sarmiento ni se enteró del atentado porque estaba absolutamente sordo, lo supo cuando se lo contó su chofer. Tiempo después, los Guerri, de ideas
revolucionarias, fueron detenidos.
–Roca también tuvo un intento de magnicidio, ¿no?
–Sí, el de Roca fue cuando iba a dar el discurso al Congreso. Una persona le tiró una piedra que impactó en su cabeza y queda ensangrentado. Está el cuadro en el que se lo ve vendado. Tuvo otro atentado en 1891, pero sale completamente indemne. Y luego hay una seguidilla, en la época conocida como la “república conservadora”, contra Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta y Victorino de la Plaza.
–¿Encontrás puntos en común entre ellos?
–Sí, los tres presidentes sufrieron atentados fallidos en un contexto de mucha lucha por el voto y por distintas reivindicaciones sociales. En estos casos fueron efectuados por militantes anarquistas, y fueron criticados por el propio espacio, exponiendo que los magnicidios no eran el camino correcto. Los autores materiales fueron presos y torturados, por lo que obviamente comenzaron a ser defendidos; pero en un inicio se condenó la forma de acción. Los anarquistas planteaban que la salida era con organización sindical y huelga general, y que la historia no cambiaría por asesinar a nadie, porque eso lo resolvían poniendo a un burgués en lugar de otro burgués. En el medio de esto, en 1909, podemos sumar el atentado al comisario represor de obreros Ramón Falcón, asesinado por Simón Radowitzky.
–¿Recordás otro antes de llegar a los intentos de asesinato contra Juan Domingo Perón?
–El de Hipólito Yrigoyen, en 1929, cuando balearon su auto. El atacante fue repelido por parte de la custodia y luego asesinado. Fue un hecho muy conmocionante. Luego sí, Perón.
–Que tuvo más de uno, ¿no?
–Sí. El primero fue antes de ser presidente, el día de su cumpleaños de 1945. Quisieron secuestrarlo y matarlo, pero su seguridad lo advierte antes. Luego tiene dos intentos de atentado durante el exilio: uno en Paraguay, que es desarticulado rápidamente, y otro en Panamá. En este último, un joven que dice ser de la resistencia peronista se esfuerza por saludarlo y tener un vínculo. Perón lo pone en su círculo íntimo, y termina siendo un agente de la “Revolución Libertadora” que colocó una bomba en el motor del auto, el 25 de mayo de 1957. Perón baja del vehículo a comprar carne para hacer un asado por el día patrio y allí explota la bomba. Una historia increíble y no muy difundida. Detrás de todo estaba el coronel Cabanillas.
–Golpe del 55, del 66 y última dictadura militar. ¿Videla también vivió intentos de asesinato?
–Sí. El primero, conocido como “Operación Gaviota”, fue una bomba que colocó el ERP en la pista de Aeroparque con el fin de que detonara el avión en el que viajaba casi todo el gabinete; el segundo fue con una bomba en el palco, en Campo de Mayo. El primero no impactó porque el avión despegó antes de tiempo.
–También Alfonsín, cuando ya no era presidente, sufre un atentado. Y, luego de varios años, nos volvimos a encontrar con un intento de magnicidio contra Cristina Fernández, transmitido casi en cadena. ¿Qué recordás de esa noche del 10 de septiembre?
–No sabía bien qué ocurría. Cuando lo comprendí, fue sorpresa, pero a la vez entender que era el resultado lógico de una campaña de odio de muchos años. De bolsas con muertos en la Casa Rosada, de guillotinas, de insultos y de otras cosas incentivadas por medios de comunicación que básicamente se dedican a fomentar el odio. Y el odio tiene estas consecuencias. No se les puede deslindar responsabilidades en torno al atentado en sí. Hace por lo menos diez años que se desarrolla la campaña de odio.
–De los que recorrimos, varios quedaron sin resolución. ¿Qué observás en este último caso?
–Que la investigación judicial no existe como tal, que es bochornoso. Que se niegan a peritar un teléfono. Que un diputado de la nación, para preservar su honor, debería entregar su celular dejando en claro que nada tiene que ver con el intento de magnicidio. Pero no ocurre. ¿Por qué este señor no entrega el celular? ¿Por qué no lo obligan a hacerlo? Hay sospechas muy fuertes de complicidades y hay ausencias de voluntades evidentes del llamado Poder Judicial.