Premiada en el país y en el extranjero, Laura Devetach es una de las autoras más originales y prolíficas de la literatura orientada hacia el público infantil. Durante la última dictadura cívico-militar pagó por el vuelo de su imaginación con censura, prohibiciones y amenazas, por considerar su obra como material “subversivo”. La situación la forzó a abandonar Córdoba, donde vivía y escribía para ciclos televisivos, por un anonimato relativamente más seguro en Buenos Aires. En un gesto de sorda rebeldía, muchos de
los cuentos de su libro La torre de cubos siguieron circulando de manera clandestina hasta que la recuperación de la democracia anuló el decreto de prohibición y devolvió la obra a sus principales destinatarios.
–¿Cómo y cuándo conoció personalmente a María Elena Walsh?
–Conocí a María Elena cuando todavía cantaba y daba esos maravillosos recitales en vivo. En ese entonces, los 60, yo vivía en Córdoba y fui a escucharla. Teníamos en mi casa sus discos y libros para nosotros, los padres, y para los dos hijos, que tenían 8 y 4 años en 1969, cuando contrajeron hepatitis ambos. Tuvieron que hacer reposo durante un mes, pedí licencia, y con la ayuda de mi esposo, el escritor Gustavo Roldán, “instalamos” en casa a María Elena. Les leíamos sus libros a los chicos y cuando fueron mejorando ya cantaban sus canciones. En una de las visitas a Córdoba de María Elena, me invitaron a compartir una entrevista en Canal 12 y tuvimos la oportunidad de charlar un poco. Era tímida, increíblemente, y no hablaba mucho. María Elena no tenía demasiada idea de lo que yo hacía en Córdoba, como suele suceder en Buenos Aires respecto a lo que se hace en el interior, algo que ahora cambió un poquito, pero no tanto. De cualquier forma, a ella no le interesaba hablar de esos temas en común.
–¿Qué le interesó particularmente de su obra y por qué?
–Lo que luego se convirtió en gusto e interés frente a la obra de María Elena, primero fue deslumbramiento. Su obra es literatura para cualquier edad, a pesar del imaginario infantil que la sustenta. Allí está el mundo entero completo, la vida con sus mejores atributos. Me interesa la sonoridad, la belleza, la perspicacia, la ruptura de un mundo ejemplar y formal y la ausencia total de pretender enseñar. La noción del lector que tuvo María Elena es de respeto y complicidad. Una profunda capacidad estética de compartir. Estas son, para mí, las características de una buena escritura, de una buena propuesta artística.
–¿Encuentra semejanzas en la incorporación de recursos fantásticos y lúdicos entre ambas obras?
–Si bien ella me llevaba seis años, fuimos bastante contemporáneas y vivimos la atmósfera de una cultura muy particular que modeló nuestro país, y el mundo, en los 60. Todos vivimos rupturas diversas frente a la cultura, la sociedad, la moral, las costumbres, la ciencia, la vida entera. Eso marcó su impronta en la creatividad, en el arte, proponiendo los mismos cambios en esos ámbitos. Lo lúdico, lo fantástico, lo desacostumbrado, se instaló en todas las artes. Mi sensación frente a la escritura de María Elena era de tener un enorme respaldo cultural para mis propias aperturas, sentí que ella abría las puertas para muchos permisos. Era un elemento más de libertad en épocas en las que todos los jóvenes queríamos un presente y un futuro mejor, y lo veíamos posible. Muchos de esos rasgos están, de distintas maneras, reflejados en ambas obras.
–María Elena, Elsa Bornemann, Ema Wolf, usted misma, encabezaron una renovación de la literatura dirigida a un público infantil. ¿Qué leían los chicos en la casa y en la escuela hasta entonces y cómo fueron cambiando los cuentos y los chicos que leían esos cuentos?
–Fue un momento particular en el que la televisión se instaló como un miembro más de la familia y eso cambió algunas costumbres. No puedo dar un diagnóstico global de qué se leía porque lo ignoro, pero puntualmente en Córdoba, en la clase media, los chicos leían historietas, todavía se compraban revistas en las casas y libros escolares. Había grupos universitarios trabajando por la literatura infantil, especialmente en la Universidad Nacional de Córdoba, que realizó concurridos seminarios sobre el tema durante varios años seguidos coordinados por Lucía Robledo y Malicha Leguizamón desde Extensión Universitaria. Eso marcó el comienzo de un cambio en la producción, el estudio y la difusión de los libros para niños en todo el país porque fueron muy federales. Las editoriales publicaron más libros para niños, no escolares, que pudieron ser leídos también fuera del ámbito de las aulas. Más adelante, diversos planes nacionales y provinciales de promoción de la lectura tomaron la posta e hicieron muy buenos aportes.
–¿Se puede hablar de una “generación” de autoras, en tal sentido, salvando las diferencias, como ocurrió con el llamado “boom latinoamericano”, que fue contemporáneo?
–Es difícil hablar de una generación de autoras y autores en tal sentido, más bien diría que fueron surgiendo autoras y autores muy diversos de distintas generaciones que tuvieron como característica el haber rescatado la literatura dirigida a los niños de la impronta puramente didáctica. Esa fue la puerta que abrió María Elena. Puedo señalar, también, como elemento importante la incorporación de autores hombres, ya que en general, salvo honrosas excepciones, el campo de la literatura para niños se configuraba siempre como un gineceo.
–Usted también fue docente, ¿cuánto incorporó de sus alumnos a la hora de escribir?
–Muchísimo, no solamente de los chicos, también de los alumnos adultos, ya que fui docente en todos los planos educativos (primaria, secundaria, universidad). Lo más rico fue la relación con los chicos del norte de Santa Fe, en una escuela rural donde tuve que aprender a hablar como ellos, a respetar lo que no sabían, a enseñar lo que podía, pero entendiendo la enorme riqueza de ese mundo un poco montaraz y lleno de palabras, juegos y gustos diferentes.
–Tanto usted como María Elena Walsh se diversificaron en obras para chicos y adultos. ¿Qué diferencias básicas se imponen en el abordaje de un público u otro?
–Creo que quien escribe tiene siempre un interlocutor o interlocutora interna a quien se dirige inconscientemente. En mi caso, la escritura se realiza de corrido, sin demasiado pasaje por lo intelectual, porque a veces la idea está bastante clara antes de comenzar a escribirla y la birome me lleva por el camino que después resultará correcto o no. Haciendo la salvedad de que es un tema diferente el de los materiales realizados para niños muy pequeños e iletrados, considero que muchos textos son para todo público, que las aclaraciones y edades las hacen la pedagogía y las empresas como estrategia de venta. Claro que no es en el cien por ciento de los casos, pero sí en la mayoría.