“A las seis hay percusión, tenemos una hora para recorrer el predio”, le decía una señora a otra mientras adquirían sus tickets con descuento por ser jubiladas. Detrás, un cochecito con un bebé sonriéndole al cielo y una parejita que comentaba el flojo desempeño que venía teniendo en el prode del Mundial. A pocos metros, dos jóvenes descendían de sus bicicletas de paseo con las remeras de Cristina Kirchner y Lionel Messi.
Minutos antes de las 18, la compañía de percusión coreográfica estaba formada y lista para comenzar, justo debajo del pasacalles que reza la histórica frase que Perón pronunció en su discurso de junio de 1974 en Plaza de Mayo: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música”. Pero, como es costumbre antes del inicio de cada actividad en Perón Volvió, un grupo de militantes de los años 70 –personificados por actores– irrumpió el espacio para celebrar el regreso de su líder y cantar fervorosamente la marcha.


Estacatto es una compañía integrada por músicos-intérpretes escénicos creada en 2012. Su formación –compuesta por redoblantes, repiques y zurdos– representa una base instrumental de los Blocos Afro de Salvador de Bahía (noreste de Brasil) pero con aportes de estilo urbano que caracterizan a la porteñidad. Una yuxtaposición rítmica y musical enriquecedora.
Apenas las muchachas y los muchachos peronistas terminaron de cantar la marcha, Estacatto comenzó a hacer vibrar al predio ubicado en Zapiola 50. Al mando de los tambores, seis mujeres y dos hombres combinaban la fusión de ritmos con sincronizadas coreografías generando una experiencia sumamente contagiosa para el público.
Un verdadero espectáculo callejero
Toda la presentación se desarrolló en la denominada Avenida de los Trabajadores (el camino principal del predio Perón Volvió): el inicio fue en la esquina de la unidad básica del partido peronista, a metros de la tintorería Nippón; para continuar el desfile frente a la puerta del Banco Productivo, pasando por el auto Justicialista y el iluminado Cine Favio; el cierre fue en la esquina del viejo Hotel, justo a la vuelta de la Escuela “17 de Octubre”.
Para ese entonces, tras más de cuarenta minutos de espectáculo, el barrio se había sumado al desfile: el florista olvidó su puesto de chapa verde y se lo vio lanzando patadas al aire, el lustrabotas se animó a bailar franela en mano y camisa abierta, la vecina con el mate practicaba una especie de paso murguero y el público presente intentaba coordinar –con más errores que aciertos– alguna breve coreografía. Hasta un calvo con musculosa blanca de morley se animó a ensayar una rutina de break-dance.
Cuando parecía que el grupo de percusión se despedía, se escuchó una ovación en la ciudadela justicialista. Vino del fondo, allí donde funciona la kermesse y se juntan quienes se desafían con rociadores en la competencia de exportaciones, o quienes se baten a duelo para pescar unas patas en la fuente o, simplemente, se agrupan para degustar una insignia gastronómica en el Choripatio.
Minutos antes de las 19, Estacatto se despidió. Los tambores abandonaron a sus dueños para descansar sobre el adoquinado. Los parches dejaron de vibrar y las botellas de agua fresca comenzaron a circular. El objetivo estaba cumplido. Esa fusión rítmica proveniente de la heterogeneidad cultural devino la interacción popular: el barrio bailando en las calles.
Las dos jubiladas continuaron recorriendo el predio, parece que una hora no les había resultado suficiente. El bebé seguía sonriéndole al cielo mientras la parejita miraba los celulares, quizá, chequeando algún resultado con la esperanza de dignificar el prode. Los dos jóvenes, con sus remeras de Cristina y de Lionel, se subieron a sus bicicletas y pedalearon pensando que el sueño está un poco más cerca.