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Caras y Caretas

           

De la resistencia a la ofensiva peronista

Ilustración: Martín Fleischer
Ilustración: Martín Fleischer

Después del golpe militar de 1955, el movimiento se organizó para enfrentar a sus enemigos durante los 18 años de proscripción. A veces más estructurado, otras más anárquico, pero siempre defendiendo los derechos del pueblo argentino.

La puerta se abrió lentamente. El avión chárter de Alitalia acababa de acomodarse en la pista de Ezeiza bajo un cielo plomizo y una tenue llovizna. Era una mañana fría de noviembre. Pero, a pesar de las condiciones climáticas, esa jornada se convertiría en un verdadero día peronista. Para ser más exactos: el día de la victoria peronista frente al intento del liberalismo conservador y su brazo armado de borrarlo por completo de la historia argentina. Los tiempos de la Resistencia Peronista transitaban su final.

Como el nazismo con su Legión Cóndor contra la ciudad de Guernica, como los aliados contra Dresde, como Estados Unidos contra Nagasaki e Hiroshima –todos crímenes de guerra cometidos por la aviación militar contra poblaciones civiles–, 34 aviones de la Marina de Guerra argentina cometieron la brutal acción de bombardear a civiles desarmados en la Plaza de Mayo. La gran diferencia consistía en que era la primera vez que una fuerza aérea masacraba a su propio pueblo. La intención, según ellos, era “matar a Perón”. Sin embargo, ese mediodía nublado y frío del 16 de junio de 1955 asesinaron a más de 300 personas y dejaron más de 700 heridos y mutilados.

Tres meses después de esa masacre, el 16 de septiembre, finalmente, un levantamiento militar en la ciudad de Córdoba logró que, cinco días después, Perón renunciara a la presidencia de la Nación. Se iniciaba de esa manera un larguísimo exilio del líder y una represión constante y sostenida sobre el pueblo peronista que se iba a extender por varios años y que no iba a traer más que violencia, rencor, confusión y muerte. Fueron 18 años de proscripciones, de persecuciones, de asesinatos, de dictaduras ineficientes bajo el signo del liberalismo conservador y de gobiernos cuasi- democráticos fallidos. Fueron 18 años de imposibilidades para la Argentina y los argentinos.

LAS TRES ETAPAS DEL RETORNO

Durante ese lapso –en que Perón fue obligado al destierro y el pueblo peronista fue sometido a la inexistencia pública, primero, y a la domesticación, después– se sucedieron muchas estrategias de supervivencia diferentes por parte de un movimiento político que no tenía ninguna intención de desaparecer de la historia argentina: a) la mítica Resistencia de los primeros años, entre 1955 y 1961, que coincidió con la presencia de John William Cooke como delegado personal del conductor, la represión de la autodenominada Revolución Libertadora –o Fusiladora, como la bautizó el peronismo por los asesinatos de militares y civiles en junio de 1956–, y las huelgas del frigorífico Lisandro de la Torre, en Mataderos; b) un segundo momento de intento de conciliación, que tiene un antecedente en el acuerdo Perón-Frondizi y alcanza mayor vigencia en las experiencias del neoperonismo vandorista en las elecciones de 1962 y 1965, y c) el momento del regreso imposible, que une el regreso frustrado del general Perón en diciembre de 1964, se endurece tras el golpe de 1966 y se prolonga hasta mediados de 1972, cuando el retorno se convierte en una realidad efectiva.

El proceso que va desde 1955 hasta 1972 marca la imposibilidad de cualquier sistema político de negar el derecho de las mayorías a elegir su propio gobierno. Ni la brutal represión antiperonista de la dictadura de Pedro Aramburu e Isaac Rojas, ni las maniobras seudodemocráticas de los gobiernos de Frondizi e Illia, ni el empecinamiento del onganiato pudieron contener la voluntad de las mayorías por elegir en términos democráticos a su conductor como presidente de la Nación. Sin embargo, entre los años 1964 y 1966 se produce una ruptura definitiva en la relación entre el justicialismo y el régimen político antiperonista.

Pero sin duda el periodo que se reconoce como el de la mítica Resistencia Peronista es el de los primeros años después del golpe del 55. El decreto 4161/56, firmado el 5 de marzo, que proscribió al peronismo, ilegalizó al partido y prohibió sus ideas, símbolos e incluso la mención de los nombres de Perón y Evita, fue el puntapié inicial que despertó la respuesta del movimiento nacional. Y no se hizo esperar: atentados con “caños” en lugares estratégicos, bombas de panfletos, actos relámpago, el levantamiento del general Juan José Valle y sus cófrades que concluyó en los fusilamientos de junio del 56, las huelgas, tomas de fábricas, la recuperación de los sindicatos intervenidos por la dictadura fueron las herramientas que encontraron los peronistas para pelear por sus derechos conculcados.

Desde el exilio, Perón enviaba las directivas generales para todos los peronistas y allí liberaba fuerzas: “Hay que luchar con la dictadura mediante la resistencia pasiva hasta que se debilite y nuestras fuerzas puedan tomar el poder (…) El trabajo a desgano, el bajo rendimiento, el sabotaje, la huelga, el paro, el desorden, la lucha activa por todos los medios y en todo lugar debe ser la regla. Sin esta preparación la revolución social no será posible a corto plazo, porque la tiranía solo caerá por este medio; luego, es necesario incrementarlo diez veces más cada día. Siendo la finalidad básica la revolución social, todos los demás objetivos deben subordinarse a esa finalidad. La conducta de cada obrero estará fijada cada día en lo que pueda hacer para derribar a la tiranía e imponer el justicialismo integral y absoluto por la forma más rápida y definitiva”.

Sin duda, el peronismo ha constituido gran parte de su identidad en los años de la Resistencia, porque su historia más límpida, más prístina, se registra en aquellos tiempos de entrega y sacrificio. Difícil es determinar cuándo se produjo el cierre de esa etapa. Muchos creen que se registró con el alejamiento de Cooke, en 1951; otros sostienen que con la llegada de Perón, en 1972, o con la victoria de Héctor Cámpora en las elecciones del 11 de marzo de 1973. Más allá de la fecha precisa, lo que habría que pensar en esos 18 años es en qué momento el peronismo comenzó a doblegar a sus adversarios. Sin duda, a fines de los sesenta y principios de los setenta, los hechos demostraron que ya no eran tiempos de resistencia sino de ofensiva. Solo a partir de ese momento se pudo comenzar a planear el regreso definitivo de Perón a la Argentina.

Escrito por
Hernán Brienza
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