Triunfante la autodenominada Revolución Libertadora, el presidente Perón se refugia el 20 de septiembre de 1955 en la cañonera Paraguay (del país hermano), fondeada para reparaciones en el Río de la Plata. El 3 de octubre parte hacia Asunción vía aérea y se aloja en la localidad de Villarrica. Pero el 2 de noviembre comienza un nuevo trayecto como exiliado que lo deposita en Colón, Panamá. Siempre acosado por fuerzas poderosas a nivel local e internacional, luego de una corta estadía en Managua (Nicaragua), el 9 de agosto de 1956, Perón se instala en Venezuela, donde presenta su primer libro escrito fuera de la patria: La fuerza es el derecho de las bestias; la frase es del filósofo romano Marco Tulio Cicerón. El 25 de mayo de 1957, aniversario de fecha patria, Perón sobrevive a un intento de magnicidio orquestado desde la embajada argentina en aquel país. Explota su vehículo debido a la colocación de una bomba en su interior, pero afortunadamente él no estaba presente. En 1958, el 27 de enero, Perón abandona Venezuela y se instala en Ciudad Trujillo (República Dominicana). Ahora sí, contará con absoluta libertad para operar políticamente y tejer las alianzas necesarias para depositar a Frondizi como presidente de la república con los votos peronistas.
EL EXILIO ESPAÑOL
El 2 de enero de 1960, Perón –siempre en carácter de exiliado– se instala en Madrid, España. Un mes más tarde, en febrero de ese mismo año, tendrá un llamado de atención del gobierno español debido a las declaraciones de tipo político que realizó a un grupo de amigos y que trascendieron a la prensa. En ellas aseguraba que en las elecciones próximas que se realizarían en su país en el mes de marzo, los votos en blanco de sus partidarios iban a superar en volumen a los de todos los otros partidos reunidos; además tuvo conceptos desfavorables para varios países americanos que visualizaba como apéndices de los Estados Unidos. A partir de esos comentarios y hasta su regreso a la Argentina, en noviembre de 1972, su relación con el mandamás español, el Generalísimo Francisco Franco, será de un tono discreto y poco afectivo.
Residente en la quinta “17 de Octubre”, en el aristocrático barrio madrileño de Puerta de Hierro, ese lugar se fue transformando en una verdadera meca, la tierra prometida, el futuro promisorio, para los viajeros argentinos que de diferentes extracciones sociales y credos políticos acuden a ver a ese mito viviente que es el general Perón, un hombre que se puede dar el lujo de dirigir la política argentina en su beneficio, a más de diez mil kilómetros de distancia. Fenómeno que se acrecentó considerablemente y en forma potencial cuando el grueso de la juventud argentina, a fines de los 60 y principios de los 70, tomó como propias las banderas justicialistas de liberación nacional, enfrentando a las dictaduras de turno en la Argentina: con su lucha lograron, poco tiempo después, el retorno de Perón a la patria. Así fue que miles de muchachos comenzaron a costearse el viaje como pudieron, con el único fin de ver al “Viejo”, estrecharle la mano, sacarse una foto juntos y llevarse, de ser posible, un retrato autografiado del líder.
VISITAS
Él recibe a todos por igual y siempre tiene una palabra para cada uno, entre rondas de mate cocido o algún asado a la criolla. Los más afortunados, incluso, pueden hablar de política con el admirado anfitrión. Siempre hay tema: un familiar conocido o un amigo en común, anécdotas risueñas o los últimos contrapuntos de la realidad argentina; como aquel que tuvo por interlocutores y protagonistas exclusivos a Perón y al dictador Lanusse. Este último, desaforado por las contestaciones irónicas de Perón a sus intentos de cooptarlo y desorbitado por el apoyo que el viejo caudillo desde Madrid daba a su “juventud guerrera” partidaria que iba acorralando a la dictadura militar, no tuvo mejor idea que decirle a Perón que no los provocara, porque los militares argentinos no tenían las armas de adorno. Perón, con una sonrisa de oreja a oreja, le contestó que eso era cierto, que todos sabían “que lo que los militares tenían de adorno era la cabeza”.
Como testimonio del predicamento obtenido por Perón, incluyo una lista de políticos que por allí pasaron. Muchas personalidades que tuvieron o tendrían relevancia en la historia política argentina del momento lo fueron a ver; a sacarse la foto de rigor, a traer o llevar instrucciones, a tratar de obtener algún acuerdo con el líder exiliado: Vicente Solano Lima, Sebastián Borro, Adolfo Cavalli, Carlos Menem, Andrés Framini, Jorge Taiana, Lorenzo Pepe, Manuel Urriza, Augusto Vandor, Avelino Fernández, Raúl Matera, Eleuterio Cardozo, Rodolfo Puiggrós, Armando y Dardo Cabo, Roberto Grabois, Noé Davidovich, Guido Di Tella, Arturo Frondizi, Elías Sapag, Mario Hernández, Héctor Tristán, Jorge Antonio, Juan José Taccone, Héctor Villalón, Rodolfo Galimberti, Juan Manuel Abal Medina, Pedro Michelini, Norberto Ceresole, Héctor Cámpora, Benito Llambí, Antonio Cafiero, Oscar Alende, Mario Amadeo, Joe Baxter, Oscar Bidegain, Duilio Brunello, Saad Chedid, Rogelio Coria, Francisco Cornicelli, Ernesto Guevara de la Serna, Alicia Eguren, Juan Esquer, Rogelio Frigerio, José Gelbard, Miguel Ángel Iñiguez, Norma Kennedy, Francisco Licastro, Lorenzo Miguel, Arturo Mor Roig, Diego Muniz Barreto, Raimundo Ongaro, Jorge Paladino, Delia Parodi, Gustavo Rearte, Horacio Rodríguez Larreta, Jorge Rojas Silveyra, José Rucci, Vicente Saadi, Carlos Suárez, Rodolfo Tecera del Franco, Isidoro Ventura Mayoral, Pablo Vicente, Fernando Donaires, Francisco Sánchez Jáuregui, entre tantos otros.
También periodistas, deportistas y artistas, tales como Carlos Acuña, Raúl Apold, Ricardo Carpani, Hugo del Carril, Octavio Getino, Fernando Solanas, Mariano Grondona, Félix Luna, Jacobo Timerman, Enrique Pavón Pereyra, Bernardo Neustadt, Enrique Oliva, Gregorio Peralta, Juan Schroeder, Enrique Omar Sívori, Aurora Venturini.
Seguramente a más de uno de esos ocasionales interlocutores y visitantes, Juan Domingo Perón supo decirles un pensamiento de su autoría, que hoy tiene más vigencia que nunca: “Nuestro movimiento persigue eso: persuadir a los argentinos de que cualquiera sea su orientación, pueden estar en disidencia con otros argentinos en cualquier asunto, menos en las causas que constituyen la causa común de todos los argentinos: la defensa de la nacionalidad, la defensa de nuestro pueblo y la defensa de la soberanía de la nación”.