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Caras y Caretas

           

“En la Argentina no saben lo que es el Cuchi”

Ilustración: Jung!
Ilustración: Jung!

José María “Moro” Leguizamón es el segundo de los cuatro hijos del artista salteño con Emma Palermo y el único que se dedica a la música. Cada 29 de septiembre festeja el nacimiento de su padre y canta sus canciones en el piano.

–¿Cómo era tu relación con el Cuchi?

–Éramos muy unidos. Cuando tocábamos a cuatro manos, yo era el niño más feliz de la Tierra. Cuando fui a vivir a Buenos Aires nos veíamos solo en vacaciones y sufríamos mucho los dos. Entonces, decidí venir a vivir a Salta con el Cuchi. Ahí empezó una amistad más adulta y linda. Yo había estudiado música en el Conservatorio de Música y en La Plata. Otros instrumentos los estudié y soy profesor, pero nunca estudié piano. Piano toco solo y toda la obra del Cuchi. Cuando yo toco es como si escucharas a mi papá. Todos los años, el 29 de septiembre festejo el cumpleaños del Cuchi. Dos días antes, en la fecha de su muerte, vienen a hacerme reportajes y yo los saco carpiendo porque estoy de luto. En este país se festeja la muerte. Yo no recuerdo la muerte. Recuerdo el aniversario de su nacimiento, no la tristeza de cuando se fue.

–¿Cuál es tu recuerdo más recurrente del Cuchi componiendo?

–El Cuchi tuvo dos etapas importantes en su vida como compositor. En la primera etapa, mi Tata se encerraba en el living a componer por las tardes y no le gustaba que pasara nadie. Si había una tarde hermosa, mi papá componía algo hermoso. Fue la época en que se juntaba con el Dúo Salteño y los retaba a Chacho [Echenique] y a Patricio [Jiménez] hasta que sonaban los acordes en el piano tal como él quería. El living de la casa tenía pasadizo que daba a la cocina y era donde se ponía la leña porque teníamos un hogar muy grande. Por ese pasadizo me escabullía e iba a escuchar al Cuchi. Empecé a hacerlo todos los días, hasta que el Cuchi se hartó, me empezó a perseguir por toda la casa y me puso sobre la tabla de planchar, aunque nunca me pegó. “Tata, va a cometer una injusticia”, le dije. El Dúo Salteño también me defendió (risas).

–¿Cuáles son las dos etapas a las que hacés referencia?

–La primera etapa fue durante la década de los sesenta y principios de los setenta, hasta mis nueve años, que es cuando mis padres se separaron y mi mamá nos llevó a vivir a los cuatro hermanos a Buenos Aires. Es la época con Manuel Castilla, de la que resultaron maravillas tales como “La pomeña” o “Balderrama”. Luego dejó de componer alrededor de ocho años. Hasta que en los años ochenta, cuando yo dejo a mi mamá y a mis hermanos y vuelvo a Salta a vivir con mi papá, empezó la segunda y más prolífica etapa de compositor del Cuchi. Mi padre, en la segunda etapa, tiene una evolución cuántica porque vio el mundo más grande. Compuso “Zamba para la viuda”; su epitafio, “Me voy quedando”; “Si llega a ser tucumana”, que le compuso con Miguel Ángel Pérez a la Negra Sosa; “Zamba para mi gata”, que se la hizo a una enamorada; “Bajo el azote del sol”, que ganó Cosquín y no fue a retirar el premio, que llegó a la casa de casualidad.

–¿Por qué dejó de componer tantos años?

–Estaba herido en el alma por estar separado de sus hijos. Pensá que no tenía ni piano. El piano del Cuchi fue como Moisés, “salvado de las aguas”. Cuando mis padres se separan, el piano con el que había compuesto toda su obra va a parar a la casa de mi abuela. Era una casa vieja con listones de madera; los listones donde estaba el piano se habían quebrado y la mitad de la pata estaba en el agua. Toda una metáfora. Ahí le digo al Tata y nos vamos a vivir juntos, y empezó a componer de vuelta.

–¿Cómo era la relación con Manuel Castilla?

–El dúo con Manolito fue maravilloso. Era el hermano del Cuchi. Cuando era chico yo estaba siempre con mi papá y Manuel, y Manuel me quería mucho a mí. Tanto es así que la primera guita que yo he ganado en toda mi existencia se la debo a Manuel Castilla. Entonces se había muerto un amigo mío y le hice un soneto. Manuel Castilla lo hizo publicar en El Intransigente, donde él trabajaba, y me lo pagaron. Cobramos la plata, nos sentamos con el Barbudo en El Victoria y los invité a comer empanadas a mi padre y a su amigo querido del alma.

–¿La “Chacarera del expediente” fue dedicada a algún gobierno en particular?

–Es una historia atemporal la del pobre que termina preso por robar gallinas y al que no defiende nadie, ni el comisario ni los abogados ladinos que terminan de hundirlo. Él era abogado y ejerció muchos años, y sabía de lo que estaba hablando. “Esas son cosas del pueblo, de los que no tienen nada/ esos que amasan millones/ tienen la Casa Rosada”, dice la canción. Imaginate que si no se lo prohibían los milicos, se lo prohibían los políticos. El Cuchi era un personaje incómodo porque siempre decía la verdad, para todos los gobiernos. Mi papá era complicado porque decía todo de una. Este es un país mentiroso y no le gusta escuchar la verdad. Da miedo invitarme cuando hacen un homenaje a mi papá, porque soy el recuerdo viviente del Cuchi.

–¿Qué anécdotas tenés de la proverbial sinceridad del Cuchi?

–En una ocasión lo invitaron a Sábados circulares y Pipo Mancera y Cacho Fontana le pidieron que narrara cuentos de opas de Salta. Mi tata les respondió que los peores opas de este país son de Buenos Aires y que frecuentemente son los que llegan a locutores de televisión (risas). Cuando le dieron el honoris causa en la Facultad de Derecho de Tucumán escribió en el libro de oro: “Me río recordando mis años de estudiante porro de derecho, y mi risa llega al cielo cuando comprendo que la música me liberó para siempre de la ingrata tarea de vivir de la discordia humana y que hoy me hace vivir por la alegría del pueblo”. Debajo del presidente, gobernador, senador, todos los alcahuetes que podrás imaginar, la mayoría todos abogados.

–¿Cuál fue el compromiso político de tu papá?

–Fue con la gente, fue darle alegría a la gente. Él era extrapartidario y la única vez que participó en política lo hizo por fuera de los partidos. Mi papá no era comunista tampoco. No amaba al Che Guevara, como se suele decir, ni a las utopías que devienen fanatismos. Amaba a la gente y le regalaba zambas para hacerla feliz.

–¿Qué significó Malvinas en la vida y obra del Cuchi?

–Papá se cansó de putear, le dijo un montón de cosas a Margaret Thatcher, pero cuando él murió, me llegó una esquela de la Thatcher donde “lamentaba mucho la pérdida” de mi papá. Hasta ella terminó de reconocer que era un genio.

–¿Qué otros testimonios tenés de la trascendencia internacional de tu papá?

–Paul McCartney dijo en una entrevista que el Cuchi era el músico al que más admiraba. En la Argentina no saben lo que es el Cuchi. Rompió fronteras. Muchos artistas en el mundo tocan las canciones del Cuchi. Mi cuenta pendiente es hacer un museo sobre él que mantenga viva su memoria para las generaciones venideras.

–¿Qué opinás de las interpretaciones de las composiciones del Cuchi?

–La gente suele destruir las zambas del Cuchi porque no las saben cantar. Creen que están improvisando, innovando y que son de vanguardia, y lo están destruyendo porque no saben nada de música. Suelen cortar las alas y el vuelo de la canción.

Escrito por
Adrián Melo
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