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Caras y Caretas

           

“El Cuchi era como un chico”

Ilustración: Jung!
Ilustración: Jung!

Néstor “Chacho” Echenique hizo historia con el Dúo Salteño y cultivó una profunda relación musical y personal con el creador de la “Zamba del laurel”. El trabajo conjunto y su legado.

Hay “cuchistas” y “duistas”. O sea, quienes en la historia del encuentro entre el Cuchi Leguizamón y el Dúo Salteño ponen el acento más de un lado o del otro. Pero poco importa quién aportó más a quién. Lo importante es que se hayan encontrado y hayan marcado un hito en la música popular argentina, con una armonía innovadora y audaz, basada en el contrapunto de dos voces.

El Cuchi, el Chacho Echenique y Patricio Jiménez crearon juntos interpretaciones emblemáticas de temas con música del primero, como “La pomeña”, “Elogio del viento”, “Zamba del laurel”, “La arenosa” y tantas más.

Echenique, ex jugador de fútbol, único sobreviviente del trío, recuerda en un bar porteño, a sus 83 años, cómo fue el encuentro de estos tres salteños que pasaron a la historia.

El intérprete, que además es compositor (“Doña Ubenza”, “Zamba del que anda solo”), conoció a Jiménez en la noche porteña, que él solo podía vivir en parte porque aún jugaba al fútbol y madrugaba para entrenarse. Leguizamón falleció en 2000. Jiménez, en 2009.

Muestra orgulloso un afiche en el que se lee bien grande “Dúo Salteño”, y en letras más chiquitas, “Cuchi Leguizamón”.

–¿Por qué me mostrás este afiche?

–Porque nosotros éramos los conocidos, la gente iba a ver al Dúo y a la vez lo veía al Cuchi. Eso pasó en Salta también. Aunque no quieras creer. Mirá, es de Salta esto.

–¿Cómo fue que conociste a Patricio Jiménez?

–Yo vivía en hoteles. Siempre en el centro, cerca del Obelisco. Frecuentaba lugares donde se cantaba folklore y donde me topé con figuras como Eduardo Falú o Jaime Dávalos. Ahí empecé a sentir. Cerca del Obelisco, empecé a sentir el folklore. Se despertaron en mí cosas que estaban dormidas. Y empecé a cantar. Una de esas noches me escuchó Mercedes Sosa y me felicitó. Por ahí lo conocí a Patricio. Nos empezamos a juntar y a armonizar algunas cositas. Eso fue antes de 1967 (fecha oficial de inicio del dúo). Patricio venía cantando ya con algunos conjuntos, entre ellos Los Fronterizos.

–¿Y cómo se dio el vínculo con el Cuchi?

–Ahí nos empiezan a decir: “Che, qué lindo, que los escuche el Cuchi”. Habíamos hecho “Pastorcita perdida”, de Ariel Petrocelli y Daniel Toro, armonizada por nosotros. Pasó un tiempo. Yo aún jugaba al fútbol. Y Patricio venía, me llamaba y nos juntábamos. Hasta que ya nos encontramos en Salta. Y un día allá me dice: “Hay un asadito”. Era en la casa del hijo de Juan Riera. No de Juan Riera el del tema, sino del hijo. Estaban todos ahí: Manuel Castilla, Perecito (Miguel Ángel Pérez) y otros. Una noche hermosa. Por ahí uno no le da tanto valor. Yo por ahí cantaba cosas de Castilla y ni sabía que eran de él. Eso pasa. Ahí cantamos la zamba de Petrocelli. El Cuchi dijo (lo imita): “Qué lindo que está, pero eso hay que armonizarlo”. A los gritos. Se levantó y habló toda la noche. En esa época yo no sabía de la importancia del Cuchi. Sabía que era un personaje. Y ahí quedamos en encontrarnos en la casa de él al otro día.

–Y entonces fueron al otro día.

–Sí. El Cuchi nos esperaba con su toscano y su piano. De entrada nomás nos dijo: “Esto es complicado, changos, va a ser muy complicado. Aparte no vamos a ganar un mango”. No nos importó. Queríamos cantar. “Traete un vino, che”, dijo el Cuchi. Y empezamos. Estuvimos mucho tiempo preparándonos. Nosotros en la guitarra hacíamos acordes nada más. El Cuchi trabajó la parte de las voces, primera y segunda voz. Cuando empezamos, a pesar de que éramos bastante primitivos, nos dimos cuenta de que había algo especial ahí. Con su manaza, iba buscando y él mismo te iba diciendo (imita): “Si a esta frase no se la contesta con esta, no podés hacer música. Porque si vos hacés una frase y no contestás, vos solo no podés hablar. No hay diálogo y por eso no hay música, la reputa”. Así era: un tipo muy hacia afuera. Decía barbaridades. El Cuchi era como un chico, no escondía nada. Por ahí no le gustaba alguien y decía: “¡Sordo de mierda!”.

–¿Cómo fue el proceso que hizo único al Dúo Salteño?

–Él nos daba su intelectualidad, su profundidad, su sabiduría. Y nosotros, lo natural de las voces. Patricio tenía una voz más grave, digamos, un poco más del salteño, de la zamba, y yo tengo más la voz de la Puna, por mi madre. Él también se dio cuenta. “Estás cantando baguala”, decía. Y yo siempre andaba bagualeando. Pero es natural, porque escuché de niño.

–Y ahí nació algo que hasta entonces no existía en la música argentina. ¿Eran conscientes?

–No éramos conscientes. Porvenir sabíamos que había cero, porque esto no era comercial para nada. Pero, ¿vos creés que a mí me importó? Yo dejé todo. Me embelesé con este proyecto. No dudé para nada. Patricio lo mismo. El Cuchi después se dio cuenta de que no sabíamos música. Él pensó que sí. Pero ya habíamos hecho un tramo. Llevábamos un grabadorcito. Yo, como hacía las melodías, no le daba trabajo. El asunto era la voz de Patricio. Entonces él la iba sacando del grabadorcito.

–Después, el dúo se vino a Buenos Aires, antes que el Cuchi, ¿no?

–Nosotros lo trajimos acá al Cuchi. No conocía a nadie. Conocía pianistas, el Mono Villegas. Eran íntimos amigos. Nosotros ya tocábamos. Lo hemos llevado a festivales. Y era valiente el Cuchi, porque no era para los festivales. No lo escuchaban. Él era muy señorial. Y siempre de trajecito. Nada que ver con los festivales. Pero igual fuimos. Nosotros nos defendíamos un poquito porque cantábamos. Pero largarlo solito al Cuchi… Y fue donde él tomó fuerza. Aunque no lo escuchaban, tocaba mejor que nunca. Yo sufría en esos lugares porque le costaba. A nosotros también. La gente lo único que conocía de nosotros era “La arenosa”. Eso era lo que más entraba, lo que más sentían. O sea, fue una lucha. Una lucha dura. Hermosa pero dura. Acá en Buenos Aires también. Empezamos con veinte personas que nos escuchaban. Y no pasaban los temas en las radios, porque… ¿cuánto duraban?

–Pero fueron armando un público.

–Nosotros lo armamos. Porque el Cuchi se volvía a Salta. Nosotros la peleábamos acá y él venía. Después ya venía con más gente y más gente. Un día le digo: “Doctorazo, usted tiene que tocar el piano, haga su recital, solo. Ya tiene su público”. Patricio también le hablaba. Y eso fue lo más hermoso para nosotros, que ya empezó él solito a venir acá, a sacar su sombrero, a hablar como quería, con sus risotadas, a contar esto, lo otro. Yo me sentí sereno porque eso es lo que él quería. El dúo le dio esa satisfacción. Te lo digo así, con toda la emoción. Esa fue nuestra devolución. Él venía a Buenos Aires, iba a Córdoba. No era popular, pero tenía su público. Y disfrutaba.

Escrito por
Claudia Regina Martínez
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