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Caras y Caretas

           

Un éxito de taquilla

Ilustración: Andrea Toledo
Ilustración: Andrea Toledo

Si bien Gardel incursionó en la pantalla grande en 1917, fue en los años 30 que su carrera en la industria se convirtió en un verdadero suceso. Primero en Francia y luego en Estados Unidos, protagonizó película tras película y triunfó en todo el mundo, hasta el trágico día de su muerte.

El cine argentino se acunó en tangos. Incluso antes de aprender a hablar fluidamente, las películas silentes recreaban su danza, su espíritu y una mística aún sin bautizar como tal Cortometrajes de 1907, 1911 o 1915 daban cuenta de un fenómeno cultural en aumento.

Después sí, desde 1933, con el estreno de ¡Tango!, el 2×4 se abrió a Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Y en el medio, Gardel, siempre Gardel.

Porque entre lo experimental y lo formal, el artista ya había dado muestras de su impronta en pantalla grande y para todo el mundo. Aunque famoso por ser el Zorzal Criollo, su comienzo en el cine fue en una película muda, Flor de durazno (1917). Con atuendo de gaucho y más de cien kilos, el artista ofreció, si no sus canciones, sí su histrionismo para estar a la altura de los actores que lo acompañaron. Flor de durazno sería, llamativamente, no solo su debut sino el único largometraje que filmaría en la Argentina.

Pasaron los años, Gardel dejó el dúo con José Razzano y se concentró en una carrera solista que lo proyectaría internacionalmente. En 1930 aceptó la invitación del director Eduardo Morera para un experimento que llamaron Encuadres de canciones, más adelante conocido como “Los cortos de Gardel”. Se trataba de la primera posibilidad concreta de sincronizar audio e imagen en la misma cinta mediante un sistema llamado Movietone. La prueba se haría con una selección de sus mejores canciones junto a presentaciones en las que el cantor conversaba con Celedonio Flores, Enrique Santos Discépolo o Francisco Canaro. El primero en filmarse fue el segmento de Canaro, previo a la interpretación del tango “Viejo smoking”, y es el único en el que Gardel realiza un breve sketch.

Eduardo Morera recordaba en una entrevista de 1974: “Son las primeras películas de nuestro país que se hicieron en Movietone. Fueron un total de quince (de las cuales solo se conservan diez), actuaban Leguisamo, De Nava, Discépolo. Un pequeño comentario acompañaba a Gardel para darle un poco de movimiento, porque en esa época todavía no tenía la ductilidad del actor”. Problemas legales hicieron que estos cortos se popularizaran como tales cuarenta años después de su realización.

ANCLAO EN PARÍS

Con las películas habladas llegó también la posibilidad de exportar cine argentino. El género comenzaba a pisar fuerte fuera de las fronteras de nuestro país, tanto que a la hora de vender un título no preguntaban quién actuaba sino cuántos tangos tenía. Nuevamente, la excepción a la regla era Gardel, cuyo nombre propio ya era sinónimo de tango argentino en otras latitudes.

Paramount le ofreció al artista un contrato para filmar en Francia historias de esencia porteña, que terminaban siendo una excusa para intercalar varios tangos. La primera fue Las luces de Buenos Aires, dirigida por Adelqui Migliar con guion de Manuel Romero y Luis Bayón Herrera en 1932; también contó con la participación de otros compatriotas, como Sofía Bozán y Pedro Quartucci. Apenas dos canciones están a cargo del Morocho del Abasto: “El rosal” y “Tomo y obligo”. Fue más que suficiente.

Del mismo año y mismo país es el cortometraje La casa es seria, del que solo se conserva su banda sonora, y en el que Gardel trabajaba junto a Imperio Argentina. Espérame (1933) fue la siguiente aventura del argentino en el suburbio parisino conocido como Joinville, esta vez con guion de su amigo Alfredo Le Pera. La dupla se había propuesto trasladar las raíces locales y potenciarlas con recursos fílmicos que nuestro país todavía no tenía. El protagonista ya no tenía el atuendo campero de su película anterior, sino que comenzaba a instalarse su imagen de smoking y gomina.

Le siguió Melodía de arrabal (1933), la película más sólida y última de esta primera etapa europea. Además de la composición que le daba nombre, y que puede escucharse ya en los títulos, una anécdota curiosa enmarca su rodaje. Durante un descanso de la filmación, Carlos Gardel y Horacio Pettorossi escucharon la historia de Paul Doumer, presidente de Francia asesinado, cuya lápida también tiene el nombre de cuatro de sus hijos, muertos durante la Primera Guerra Mundial. La historia fue la inspiración para el tango “Silencio” (“Eran cinco hermanos, ella era una santa”), que el cantante estrenó en la película.

Carlos Gardel conquistaba, era un astro amado de este y del otro lado del mundo. Sin embargo, en nuestro país comenzaban las críticas, dando inicio a una contraofensiva que sellaría su destino trágico.

LA MUERTE, AGAZAPADA, MARCABA SU COMPÁS

Por sus compromisos internacionales, Gardel no había podido ser parte de ¡Tango!, tampoco de las películas que le sucedieron y que conformaban la carta de presentación de la Argentina frente al resto del mundo.

Mirar de reojo a la figura nacional que triunfa en el exterior no es una costumbre ni contemporánea ni privativa del fútbol. Conforme se estrenaban en la Argentina, las películas “internacionales” de Gardel recibían críticas cada vez más duras, casi siempre apuntadas a su figura por sobre argumentos o factura técnica.

Ajeno (o resignado) a lo que sucedía, el artista siguió su raid cinematográfico en Estados Unidos. Cuesta abajo (1934), El tango en Broadway (1934), Tango Bar (1935) y El día que me quieras (1935, que tiene a un canillita de 13 años llamado Astor Piazzolla) fueron cuatro títulos que se produjeron a ritmo vertiginoso, y que Gardel tenía que compatibilizar con sus presentaciones y discos. Un plan de rodaje completo, desde la escritura del guion hasta la filmación, no llevaba mucho más de un mes. Pero el éxito justificaba el esfuerzo, los seguidores del Mudo no solo llenaban las salas sino que, en casos como el de Cuesta abajo, exigían que se detuviera la proyección y se rebobinara, para poder escuchar las canciones más de una vez.

Como parte de la promoción, para reforzar la presencia de los largometrajes en América latina, Paramount le pidió a Gardel que hiciera una gira por Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Panamá, Cuba y México. El entusiasmo del artista era doble, porque el destino final de la travesía era la Argentina, donde los estudios Lumiton y Manuel Romero lo esperaban para iniciar el rodaje de su primer film sonoro nacional: El caballo del pueblo, inspirado en un alazán de su propiedad llamado Lunático.

La tragedia de Medellín interrumpió sus ansias de revancha, de demostrar que podía ser también profeta en su tierra, o tal vez no. Porque sus películas, aunque filmadas muy lejos del farolito, el arrabal y la barra querida, marcaron el camino de lo que sería a partir de entonces el cine sonoro en la Argentina.

Escrito por
Guillermo Courau
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