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Caras y Caretas

           

Desde la butaca de Cortázar

La afición del escritor por el séptimo arte y su obra llevada a la pantalla grande.

La transición de la palabra a la imagen suele ser decepcionante. Dos universos tan poderosos como son la literatura y el cine, al intentar fusionarse, colisionan frente a la desilusión de aquel que no encuentra en la pantalla lo que su mente creó. Y cuando la materia prima descansa en el imaginario de un autor como Julio Cortázar, la posibilidad de éxito es aún menor.

Nobleza obliga, quienes basaron sus películas en relatos de Cortázar trataron por todos los medios de respetar su orbe mágica, impredecible y seductora. Sin embargo, incluso aquellos que contaron con su colaboración y beneplácito, como puede ser el caso de Manuel Antín, lograron a medias su objetivo.

Antes de pasar a la nómina de adaptaciones vale aclarar que hubo una prehistoria en la relación del escritor con el cine, y no obedeció a su reconocida condición de cinéfilo. En 1946, mientras residía en Chivilcoy, fue invitado por el director Ignacio Tankel para escribir los diálogos de la película La sombra del pasado. A pesar de quedar en la historia como su primer acerca miento al cine, el estreno se circunscribió a un circuito chivilcoyano. También Luis Buñuel, en 1964, estuvo interesado en adaptar Las ménades, pero la idea se frustró a raíz de la implacable censura española de entonces.

El debut oficial de Cortázar en el cine fue La cifra impar (1961), film basado en el cuento “Cartas de mamá”, que significó también la ópera prima de Manuel Antín y su primer aporte a un movimiento cultural cinematográfico luego bautizado Generación del 60. El experimento fue tan bien recibido por crítica y público que dos años después –luego de probar suerte con un guion propio titulado Los venerables todos (1962)–, Antín volvió a abrevar en un relato del escritor nacido en Bélgica para Circe (1964), protagonizada por Graciela Borges y Sergio Renán.

El beneplácito del autor frente a una nueva traslación de su obra quedó plasmado en este extracto de una carta fechada en París, el 7 de enero de 1964: “Mi querido Manuel. Puedo equivocarme, pero tengo la impresión de que esta vez vas a lograr un impacto terrible en el público, y que lo lograrás sin sacrificar nada de tu propia exigencia (sumada a la mía). Quizá fue necesario pasar por las etapas de La cifra impar y Los venerables todos para que tu lenguaje alcanzara ese punto indefinible pero que conozco bien, en el que una obra difícil y aristocrática (en el sentido más hondo del término) consigue sin embargo incidir profundamente en el espectador. Yo creo que en eso está casi el milagro de un Beckett en teatro y de un Alain Resnais en el cine. Desde luego, ellos y vos le llevan años de evolución estética al público, pero esa distancia, que en otros creadores se convierte en una valla insalvable, y los condena a no ser comprendidos hasta mucho después de muertos, queda sin embargo anulada por ese misterioso ingrediente que conecta y comunica una experiencia estética”.

RELATOS CON UN FONDO DE CINE

Nuevamente con Sergio Renán como protagonista, pero esta vez acompañado por Inda Ledesma, María Rosa Gallo y Zulma Faiad, en 1965 se estrenó El perseguidor. Esta ópera prima del también músico Osías Wilenski, con libro de Ulyses Petit de Murat, resultó una interpretación de la interpretación de la interpretación del autor sobre Charlie Parker. En la complejidad ética y estética de la obra, se perdió buena parte del valor intrínseco del material original. La crítica la consideró pretenciosa, y el público también.

Un año después llegó la tercera colaboración del escritor con Manuel Antín. Intimidad de los parques (1965), con Francisco Rabal y Dora Baret, se apoyó en la mixtura de dos cuentos: “Continuidad de los parques” y “El ídolo de las cícladas”. Del tríptico ofrecido por autor y director fue el título que menos entusiasmo generó, incluso en Cortázar.

En el plano internacional, la película más famosa basada en un texto del firmante de Rayuela fue Blow-Up. Dirigida por Michelangelo Antonioni en 1966, e inspirada libremente en Las babas del diablo”. Tan libremente que no quedó casi nada del original. Se justificaba el director italiano: “No me interesaba tanto el argumento como el mecanismo de las fotografías. Descarté aquel y escribí uno nuevo, en el que el mecanismo asumía un nuevo peso y un significado diverso”. A pesar de ello, no hay texto cinematográfico al respecto que no reconozca el origen de la historia.

Diario para un cuento (1998), de Jana Bokova, y Mentiras piadosas (2008), de Diego Sabanés, son, por ahora, las últimas ficciones basadas en el imaginario del escritor. Quedan decenas de cortos y algunas “inspiraciones” no acreditadas (como la italiana L’ingorgo o la brasileña Jogo Subterrâneo). También varios documentales que abordan su figura, de los cuales Cortázar (1994), de Tristán Bauer, con voz en off de Alfredo Alcón, es el más logrado.

Si bien el cine fue transversal a su vida y obra, quedó frustrado en Julio Cortázar el proyecto propio, definitivo. Aunque sí alcanzó a soñarlo en palabras: “Si yo fuera cineasta me dedicaría a cazar crepúsculos. Todo lo tengo estudiado menos el capital necesario para el safari, porque un crepúsculo no se deja cazar
así nomás, quiero decir que a veces empieza poquita cosa y justo cuando se lo abandona le salen todas las plumas, o inversamente es un despilfarro cromático y de golpe se nos queda como un loro enjabonado, y en los dos casos se supone una cámara con buena película de color, gastos de viaje y pernoctaciones previas, vigilancia del cielo y elección del horizonte más propicio, cosas nada baratas. De todas maneras, creo que si fuera cineasta me las arreglaría para cazar crepúsculos, en realidad un solo crepúsculo, pero para llegar al crepúsculo definitivo tendría que filmar cuarenta o cincuenta, porque si fuera cineasta tendría las mismas exigencias que con la palabra, las mujeres o la geopolítica”.

Escrito por
Guillermo Courau
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