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Caras y Caretas

           

Dos manos derechas

Ilustración: Osvaldo Révora
Ilustración: Osvaldo Révora

La vida artística de Gardel está marcada por un par de asociaciones que fueron decisivas para forjar su estilo y su obra. Cómo se conformaron y cuál es el legado de cada etapa.

Puede resultar curioso que el mito gardeliano tiene su fundación en su origen francés y que los dos compañeros más importantes de su vida artística, José Razzano y Alfredo Le Pera, nacieron en Montevideo y San Pablo, respectivamente. El destino obra de una manera misteriosa. Estos nombres claves del principio del siglo XX se transformaron en el símbolo de una identidad porteña y universal. Carlos Gardel dejó registrados sesenta y cinco temas con el guitarrista José Razzano y unas veintisiete piezas con Alfredo Le Pera. Con ambos socios creativos recorrió períodos musicales muy distintos en su increíble trayectoria. Por un lado, la etapa de profesionalización y ascenso popular, entre 1914 y 1929, del dúo con Razzano, marcado por un repertorio criollo, donde aparecían zambas, tonadas, valses y estilos. Por el otro, la decisiva proyección internacional de Gardel en alianza con el cine, a partir de 1932, donde Le Pera, además de guionista de sus películas, se convirtió en uno de los letristas canónicos de su repertorio.

El dúo Gardel-Razzano emergió en un contexto particular del país. La música nacional tenía en los payadores a sus máximos representantes, un género que a finales del siglo XIX había forjado su leyenda con nombres como Gabino Ezeiza y José Betinotti (quien se iba a transformar en un referente artístico del joven Carlos Gardel), que se juntaba a tomar cañas con los criadores de gallos de riñas en los bares de la zona del Abasto, como el O’Rondeman. El tango, que se había expandido en los márgenes de la ciudad, empieza a ganar terreno en su desarrollo musical. Las incursiones a París de artistas como Gobbi y Villoldo rinden sus frutos. La danza tango brilla en los salones de la clase alta francesa a principios de 1910. Eso provoca una reacción positiva en las familias acomodadas de la sociedad porteña, siempre atentas a los cambios culturales europeos.

JUNTOS A LA PAR

José Razzano, al que apodan “el Orientalito”, y Carlos Gardel, al que le dicen “el Morocho”, trajinan de forma paralela el circuito de fondas, círculos de tradición criolla y reuniones familiares a cambio de comida o por unas pocas monedas. También tocan en fiestas del comité conservador, que domina con su caudillismo varios barrios de la ciudad, principalmente la zona del Abasto, donde vive Carlos Gardel con su madre Berta.

Fue en una reunión en una casa donde se cruzaron los destinos de Razzano y Gardel. Hay dos versiones del encuentro. No fue el azar que los cruzó en esa fiesta. Un amigo de Razzano había escuchado de un cantor apodado “el Morocho del Abasto”, que venía creciendo en los bares de la ciudad, y quería que se midiera con su amigo uruguayo, que empezaba a reunir su propia barra en un bar de Balvanera. El encuentro, que será histórico en el tiempo, fue cordial, y Gardel fue el primero en romper el hielo elogiando la voz de Razzano. Los dos artistas se turnaron cantando su repertorio criollo frente a una audiencia que en la mayoría de los casos portaba armas. La otra versión es la de Gardel, que dice que fue invitado a un cumpleaños donde había unos guitarristas desconocidos a los que pidió acompañamiento porque no era ducho con la guitarra. “En una canción muy en boga de entonces uno de los guitarristas se pone parejo con mi tono y seguimos a dúo con la complacencia del auditorio y de la mía. Al final, quise conocerlo mejor y sellamos nuestra amistad, que todos conocen. Era el gran compañero Razzano”, dirá en la revista Mundo Argentino, en 1930.

El camino del dúo Gardel-Razzano los llevó del debut en Casa Suiza en un recital a beneficio de los damnificados por la inundación del río Maldonado, en 1912, a transformarse en el número musical preferido del famoso café Armenonville y llegar a triunfar en la calle Corrientes con la popular puesta del Juan Moreira de Pablo Podestá, en 1915. Ese fue el tiempo suficiente para que la personalidad interpretativa de Carlos Gardel ganara peso propio: su grabación de “Mi noche triste” (1917) inició la época del tango canción y edificó su figura de cantor nacional.

ENCUENTRO CON LE PERA

Luego de doce años de cantar juntos, Razzano abandonó el dúo por problemas en la voz y se convirtió en el representante de Gardel hasta que la relación se quebró definitivamente en 1933.

El encuentro con Alfredo Le Pera fue muy diferente. Se habían visto fugazmente en Buenos Aires, a mediados de la década del veinte. Por esa época, el joven Le Pera estaba vinculado al teatro y a los autores Ivo Pelay y Manuel Romero. Fue Edmundo Guibourg, un amigo en común, quien los presentó en la rue de Pigalle en París, en 1932. Le Pera trabajaba en el cine como traductor y Gardel estaba buscando un colaborador para sus películas, tras un contrato firmado con la Paramount. “El dúo con Le Pera lo encuentra en la cumbre de su carrera y en el punto más alto de su condición de cantor. La lucidez y sensibilidad artística del Mudo cuando el destino los cruza son extraordinarias. Ambos realizan una parte insoslayable del repertorio tanguero y, a mi entender, algunas de las canciones más bellas que se hayan compuesto. Es el poeta que Gardel necesita cuando aparece el compositor, claro, pero también es el guionista de cine cuando aparece el artista integral: el actor, el productor”, dice el cantor Hernán Lucero, que en 2015 editó el disco Gardeliano.

La simbiosis fue inmediata, y en poco tiempo Alfredo Le Pera se convirtió en amigo, confidente y el autor a medida de los guiones y las letras de las canciones de todas las películas de Gardel entre 1932 y 1935. La mayoría de ellas (“Por una cabeza”, “Cuesta abajo”, “Mi Buenos Aires querido”, “Golondrinas”, “Soledad”, “El día que me quieras” “Volver” o “Sus ojos se cerraron”) pasaron a la inmortalidad. Alfredo Le Pera estaba junto a Gardel el 24 de junio de 1935, cuando su avión se estrelló en el aeropuerto de Medellín.

Escrito por
Gabriel Plaza
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