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Caras y Caretas

           

Las Malvinas no tienen rostro de mujer

Ilustración: Hugo Horita
Ilustración: Hugo Horita

Aunque algunas sanitaristas fueron reconocidas por las tareas que desempeñaron en el conflicto del Atlántico Sur, todavía muchas pelean por ser consideradas veteranas de guerra. Entre impulsores y detractores, el debate no está saldado.

“La verdad es que cuando estuve en Malvinas en el 82, ni vi ni me enteré de la participación de mujeres. Después, con el tiempo, leí con curiosidad y admiración sobre ellas”, prologa el periodista, escritor y docente Roberto Herrscher, quien, como soldado conscripto enrolado en la Marina, vivió el conflicto a bordo de una goleta isleña decomisada por las autoridades militares. Su crónica Los viajes del Penélope es uno de los textos más singulares y entrañables que alumbró la revisión de aquel doloroso episodio de nuestro pasado reciente.

Como en las Invasiones Inglesas y en las guerras de la independencia, también hubo mujeres que pusieron su parte en el conflicto del Atlántico Sur. Aunque su historia demoró en contarse, y solo lenta y sesgadamente una democracia desmemoriada las fue incorporando al relato oficial, hegemonizado por los varones y en un lenguaje castrense.

Recién en virtud de la resolución del Ministerio de Defensa Nº1.438 de 2012, dieciséis de ellas fueron reconocidas formalmente como veteranas de guerra (seis pertenecían al Ejército, seis a la Armada, una a la Fuerza Aérea y otras tres revistaban en el Estado Mayor Conjunto) y accedieron a la pensión correspondiente.

Algunas otras profesionales que cumplieron funciones debieron dar (nueva) pelea, prolongada y desgastante, en Tribunales para alcanzar algún tipo de reconocimiento, como las enfermeras del arma de Aeronáutica, que prestaron servicios en el hospital reubicable de la ciudad de Comodoro Rivadavia, cuya visibilidad quedó expuesta en el documental Nosotras también estuvimos, de Federico Strifezzo.

El fallo de la Cámara Federal de Seguridad Social especifica que “el requisito de tener que haber entrado en combate es de cumplimiento imposible para una enfermera, no solo debido a la especial protección que reviste el personal sanitario sino a que expresamente se lo excluye del derecho a participar directamente en las hostilidades”.

Pero la nómina todavía peca de incompleta.

UNA REPARACIÓN DE LA HISTORIA

Unas pocas, que incluso eran menores de edad y estudiaban en la base de General Belgrano, como simples aspirantes, y debieron afrontar situaciones extremas para su salud física y mental, siguen mereciendo una compensación, en algún caso, demasiado tardía.

Para alcanzarlas a todas en un reconocimiento simbólico, la diputada Hilda Clelia Aguirre (La Rioja- FdT) presentó un proyecto que contempla modificar el artículo de la ley que establece feriado nacional el día 2 de abril como Día del Veterano de Guerra y declararlo “Día del Veterano, la Veterana y de los caídos en la guerra de las Malvinas”.

Entre sus fundamentos, el proyecto hace hincapié en que “la invisibilización del rol de las mujeres en la guerra de Malvinas no escapó a la cultura machista y patriarcal en la que nos hemos visto inmersos a lo largo de la historia”.

Ya en 2015, Aguirre (entonces como senadora) había presentado otro proyecto de reparación para el otorgamiento de una pensión vitalicia no contributiva a las mujeres que pudieran acreditar su participación en el episodio Malvinas.

“Uno de los tantos aspectos de aquel conflicto no abordados convenientemente es el referido al rol cumplido por las decenas de mujeres que participaron en él”, fundamentó. “El ominoso silencio de las Fuerzas Armadas acerca de la participación de las mujeres en el conflicto bélico de las Malvinas es un nuevo caso de invisibilización de las mujeres en un mundo de hombres”, agregó.

El proyecto perdió estado parlamentario sin ser tratado. Aguirre anticipó que volverá a presentarlo este año.

“El principal escollo que afrontamos es la falta de documentación oficial al respecto, porque se trata de voluntarias y además de menores. Habría que obtener una disposición del Poder Ejecutivo para que fuese con base en testimonios”, explica la legisladora.

En el vasto y diversificado universo de las asociaciones de ex combatientes que tuvieron o reclaman distintos grados de reconocimiento, las opiniones sobre el particular están divididas.

LA GRIETA DE LOS EX

“La guerra de Malvinas sucedió en Malvinas, en las islas y en las aguas adyacentes, donde navegaban los barcos, en condiciones específicas. Desde Ushuaia hacia arriba, a lo largo del litoral marítimo argentino, todos sus habitantes vivieron en situación prebélica. Mi opinión es que no podemos pagar con Malvinas la deuda social de tantos sectores vulnerabilizados como existen”, reseña en general Ernesto Alonso, secretario de Derechos Humanos del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (Cecim) de La Plata, una entidad vinculada con la Comisión Provincial por la Memoria.

“Yo trabajé codo a codo con las enfermeras en el hospital de General Belgrano, atendiendo a los heridos que llegaban del frente en los últimos días de la guerra, y tuve que atender a pedazos de persona en medio de un olor a sangre terrible, una situación que me discapacitó con estrés traumático de por vida. Había enfermeras muy jóvenes, que estaban en los primeros años de la carrera naval. Comprendo que las reconozcan por su labor, pero no concuerdo con que se les otorgue el derecho a una pensión porque cumplían con su trabajo, lo que no era nuestro caso, como soldados conscriptos, que estábamos ahí por obligación y cumpliendo una ley”, apunta Daniel Demo, referente de la asociación Gesta Malvinas (Apoyo Logístico y Táctico Continental), que se encolumna detrás de un proyecto particular de reconocimiento a civiles.

“El papel de las enfermeras fue fundamental y en los dos bandos. No sé si llamarlas veteranas de guerra o cómo se las debe denominar. Lo importante es que obtengan el reconocimiento social y económico que buscan, porque las heridas a cuarenta años todavía continúan sangrando”, opina Julio Aro, el ex combatiente que fue postulado junto al coronel británico Geoffrey Cardozo al Premio Nobel de la Paz por la tarea de reconocimiento de los soldados NN sepultados en el cementerio argentino de Darwin.

Resulta tentador remitirse a la exhaustiva obra documental La guerra no tiene rostro de mujer, de la escritora bielorrusa y premio Nobel Svetlana Alexiévich, basada en los recuerdos de las mujeres soldados del Ejército Rojo que combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Aunque las diferencias son obvias. Aquellas mujeres, casi un millón de ellas, no solo se desempeñaron como enfermeras: algunas fueron francotiradoras y hasta condujeron tanques en el frente de combate. En el conflicto del Atlántico Sur, su labor se orientó exclusivamente a paliar el sufrimiento ajeno, y jamás a causarlo. Sin embargo, una sutil ligazón hilvana estos episodios transcurridos a miles de kilómetros de distancia y con cuatro décadas de diferencia: el común olvido, la falta de reconocimiento, en ambos casos.

Escrito por
Oscar Muñoz
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