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Caras y Caretas

           

Argentina-Chile, un clásico que se renueva

Ilustración: Andrés Alvez
Ilustración: Andrés Alvez

Con históricos conflictos en su haber, ambos países tienen intereses que los acercan. Durante la campaña presidencial, Boric expresó simpatías culturales con los argentinos y se manifestó a favor del reclamo de soberanía por las islas Malvinas.

Octubre de 2019. Una estudiante de unos 15 años, vestida con su uniforme de minifalda azul oscuro y el pelo lacio atado con una cola de caballo, se sube al soporte de uno de los molinetes de la estación Los Héroes del metro de Santiago, en pleno centro de la capital de Chile. “Vamos, cabras, vamos, pasen”, dice la adolescente. Sus compañeras, con las mochilas al hombro, comienzan a saltar los molinetes.

No fue un acto de rebeldía adolescente para jugar a transgredir las reglas. Fue la chispa que encendió la mecha del mayor estallido social que tuvo Chile en los últimos treinta años. Y que disparó un proceso político que desembocó en dos resultados excepcionales. Uno: la Asamblea Constituyente que modificará la Constitución que dejó como cepo a la democracia el dictador Augusto Pinochet. Dos: el triunfo de Gabriel Boric, de 36 años, en las elecciones presidenciales de diciembre último.

En el proceso electoral previo al triunfo de Boric, en la campaña para el balotaje, la relación entre Chile y la Argentina se coló en la agenda. El entonces joven candidato publicó varios tuits en los que mostraba su simpatía. Destacó su gusto musical por los Redondos. Señaló que muchos de sus amigos de Punta Arenas, su pueblo natal en el extremo sur, habían podido cursar una carrera gracias a las universidades públicas del otro lado de la cordillera.

El contraste lo puso su rival, el candidato de extrema derecha José Antonio Kast. Comparó a la Argentina con Jurassic Park. Dijo que ya les “había robado suficiente territorio a los chilenos” y que esperaba que el presidente Sebastián Piñera “fuera firme para detener las nuevas ambiciones expansionistas” del gobierno “de izquierda radical”. La tensión llegó al punto de que el embajador argentino en Santiago, Rafael Bielsa, acusó a Kast de una campaña “antiargentina”.

Estas declaraciones del candidato de extrema derecha se daban en el contexto de la controversia por los límites de la plataforma continental de ambos países, que aún continúa.

¿Qué posibilidades se abren para la relación bilateral a partir de la asunción de Boric el 11 de marzo? ¿Cuál es el estado actual? Antes de explorar las respuestas a estos interrogantes, un dato geográfico que muestra la inevitable intensidad del vínculo. La frontera entre la Argentina y Chile mide 5.300 kilómetros de largo. Es la más extensa de América del Sur y la tercera del mundo, luego de la de Canadá con Estados Unidos y la de Rusia con Kazajistán.

LA BUENA SENDA

Miryam Colacrai es investigadora del Conicet y de la Universidad Nacional de Rosario. Hace catorce años se dedica a estudiar las relaciones bilaterales entre la Argentina y Chile. Tiene varios trabajos publicados, entre otros, “Cuando la frontera dialoga: singularidades de la relación argentino-chilena de las últimas décadas” (2016).

“La relación entre los dos países, a partir de la restauración democrática en ambos lados de la cordillera, incluso desde antes, con el modo pacífico en que el gobierno de [Raúl] Alfonsín resolvió la controversia por el canal de Beagle, ha recorrido una senda muy constructiva”, le dice Colacrai a Caras y Caretas.

“Esto no quiere decir que no haya controversias, pero no afectan las grandes líneas. Hay que entender que es un vínculo que no se alimenta sólo de la ‘gran política’ de las cancillerías –agrega la investigadora–. Hay relaciones transgubernamentales muy importantes. Los ministerios de Defensa tienen una relación muy aceitada. Tenemos incluso actividades conjuntas en la Antártida.”

Hay un dato muy reciente que la académica destaca. Se produjo durante la pandemia, cuando las propias medidas restrictivas, los cierres de frontera, enfriaron la relación. “En pleno proceso de covid-19, Alberto Fernández y Piñera firmaron el acuerdo, que se venía trabajando, para que no sea necesario pagar roaming entre ambos países a la hora de comunicarse. Esto, lógicamente, profundiza todo tipo de intercambio.”

La investigadora sostiene que este proceso de mejora del vínculo que se inició en la década del 90 se terminó de plasmar con la firma del Tratado de Maipú, en 2009, cuando Cristina Fernández gobernaba en la Argentina y Michelle Bachelet en Chile.

“Esa es la hoja de ruta de la relación. Y una tercera parte de los artículos del Tratado hablan de las relaciones subnacionales, es decir, de las provincias argentinas con las regiones chilenas”.

CHISPAZOS

En agosto último se desató la controversia entre ambos países por la plataforma continental. El disparador fue un decreto de Piñera que amplió el espacio chileno, introduciéndose en el mar Argentino, en el extremo sur, debajo de Tierra del Fuego.

“Todas las plataformas de los países se chocan –dice Colacrai, bajándole el volumen al altercado–. La Argentina hizo muy bien su trabajo. Chile se demoró más. Se resolverá por la vía diplomática. El tema es que se trataba de una etapa preelectoral. Todavía hay un sector del electorado chileno en el que ese tipo de mensaje nacionalista funciona. En el mismo sentido iban las declaraciones que luego hizo Kast en su campaña.”

Sobre las expectativas que se abren con el nuevo presidente, Colacrai sostiene que “Boric se ha mostrado bastante criterioso”. “Armó un gabinete diverso y al mismo tiempo equilibrado. Ha mostrado su sentimiento de amistad con la Argentina. Incluso creo que mejorará el vínculo de su país con Bolivia y Perú, que ha sido siempre más conflictivo que con nosotros. Su posición fue muy explícita en su respaldo al reclamo de soberanía sobre las islas Malvinas.”

“Lo que quiero dejar claro – remarca la académica– es que no se trata de una refundación del vínculo, ni siquiera de un relanzamiento. Será retomar la senda que ya tiene más de veinte años y que la pandemia entorpeció.”

LA CONSTITUYENTE

Mientras el camino de renovación gubernamental sigue su curso, Chile vive otro proceso de cambio que hasta cierto punto es más profundo. La Asamblea Constituyente que surgió de las históricas protestas de 2019 entregará en julio de este año la nueva Carta Magna. Y en septiembre habrá una elección para que los ciudadanos se manifiesten a favor o en contra. El gobierno de Boric estará inexorablemente obligado a aplicar lo que surja de la nueva Constitución. ¿Cuánto puede influir esto en el terreno diplomático?

“Es un proceso que les dará más autarquía a las regiones, que hasta ahora fueron gobernadas por delegados del poder central”, dice Colacrai. “Influirá en la relación bilateral de modo positivo, especialmente en el nivel subnacional, donde ya es muy intensa.”

Para el politólogo chileno Nicolás Rojas Scherer, que realizó su maestría en la Universidad General de San Martín y actualmente vive en Santiago, el proceso constituyente traerá “un Estado completamente nuevo. Chile será una mezcla de Estado unitario, como es actualmente, y federal. Habrá una sola cámara, se votarán jefes regionales y consejos por región”.

“Piñera ya había cedido, luego de las protestas, a que se votaran jefes regionales, pero mantuvo a los delegados presidenciales, que son los que manejan las funciones más importantes”, le dice el politólogo a esta revista. Y agrega: “Una de las promesas de Boric fue su pretensión de ser el primer presidente que salga del gobierno con menos poder que con el que llegó. La descentralización del Estado lo ayudará en esa meta”.

Escrito por
Demián Verduga
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