Con una extensa trayectoria en teatro, cine y televisión, Alejandra Darín sigue apostando a la actuación desde la pasión que le sigue ofreciendo el oficio y las enseñanzas que ante cada nueva interpretación dice aprender para desentrañar las complejidades de la existencia. Como actriz y también desde su rol de presidenta de la Asociación Argentina de Actores, construye sus acciones siempre con la misma intensidad y con una fina sensibilidad que es, a fin de cuentas, el mar de su fortaleza.
Si bien se considera una trabajadora al servicio de la defensa y la dignificación de sus compañeros, evita ponerse bajo el tamiz de una ideología parcial aunque, tal como sus años de experiencia le han mostrado, sigue apostando por la mirada colectivista del arte.
Con más de treinta series en su haber, de La selva es mujer a La leona, analiza el avance de la virtualidad y los límites que las plataformas de streaming traen al mundo laboral audiovisual. También, tras haber participado en teatro de “A la izquierda del roble”, con Pacho O’Donnell, sobre la figura de Mario Benedetti, se pone en la piel de Mercedes Comaleras, la pareja y madre de cinco hijos del pensador nacional Raúl Scalabrini Ortiz, en la nueva obra escrita por Florencia Aroldi y dirigida por Sebastián Berenguer, que puede verse en el Teatro Picadero.
–Habiendo crecido en una familia de actores, ¿cómo logró desarrollar su voz artística? ¿Hubo un aprendizaje del entorno o buscó algo distinto?
–Tengo la sensación de que todo se dio naturalmente. Tiene un poco de las dos cosas. Un aprendizaje del entorno, porque mi mamá me llevaba a las funciones que hacía cuando yo era muy chiquita, a los cuatro o cinco años, en el Teatro Odeón. Siempre lo cuento porque es el recuerdo más antiguo que tengo: me llevaba y yo estaba ahí con ella mientras se maquillaba, se vestía. Después veía la función, que era Hello Dolly, que hacía en el Odeón en 1966, cuando yo tenía cuatro años. Luego en el Teatro San Martín. Ya en mi adolescencia, a los catorce años, viéndolo a mi papá en el Cervantes. Era lo natural para mí. Y la verdad que despegar o buscar algo distinto artísticamente… no. Sí lo que me pasó, cuando fui más grande, a mis veintiuno o veintidós años, fue que me pregunté si realmente era lo que yo sentía, lo que quería hacer para vivir. Entonces estuvo buena esa crisis, en ese momento tenía ya varios trabajos en mi haber. Y a una edad en donde una se pregunta y replantea absolutamente todo para tratar de entender el mundo y el lugar que ocupa en él. Y un viaje mediante que tuve, con alejamiento de la actividad, me hizo entender que sí, que era algo que yo había elegido más allá de haber nacido en una familia de actores.
–Trabajó mucho en tiras de televisión, en una época en la que eran el plato fuerte audiovisual. ¿Hoy los actores y actrices están más limitados por la casi extinción de la tira o el mundo del streaming abrió una oportunidad importante a nivel laboral?
–Estamos un poco más limitados por varios factores. Primero, porque somos muchos más actrices y actores. Y además, con la virtualidad, los espacios físicos para buscar trabajo un poco se perdieron. En ese sentido sí creo que es más difícil. Lo cierto es que, si bien en nuestra televisión de aire mermaron de una forma estrepitosa las producciones, también se abre un mundo nuevo a través de la tecnología y las posibilidades que tenemos con las plataformas. Todas las cosas tienen su aspecto bueno y malo, y lo que uno trata de hacer es defender esa parte buena, y cambiar lo que está mal. No sé si es más importante, sí se avizora el mundo del streaming como un espacio de muchísimas posibilidades que también habrá que regularizar y poner los límites, porque es tan reciente en la historia de lo audiovisual que no hay reglamentaciones. Y me parece que hay que tenerlas para ser justos, con los salarios, las oportunidades. Es un mundo nuevo y bastante distinto al que conocíamos hasta ahora.
–¿Se puede generar una política más fuerte para la defensa de la ficción nacional?
–Sí, por supuesto que se puede generar políticas más fuertes. De hecho, estamos trabajando a nivel sindical, en la Asociación Argentina de Actores, en unión con otras entidades del sector. Hace cinco o seis años conformamos la Multisectorial Audiovisual, con los técnicos del cine, la televisión, la música, con autores, sociedades de gestión. Somos 16 entidades trabajando con propuestas para tratar de dispersar algunas inquietudes que van surgiendo y que vamos teniendo, pero siempre de manera propositiva. Tratando de arrimar una solución o una voz, que es indispensable, porque tiene que ver con los trabajadores y las trabajadoras de nuestra producción audiovisual. Así que venimos trabajando, lo estamos haciendo, y estamos muy comprometidos. Ha crecido mucho nuestra multisectorial y se han ido consiguiendo cosas. No sólo se viene pensando, sino que estamos en plena acción, pero las cosas llevan su tiempo.
–Está con la obra Scalabrini Ortiz en el Picadero. ¿Qué particularidades de la puesta la conmueven más y qué rescata de la figura de Scalabrini?
–El texto me emociona, no suelo hacer textos que no me emocionen. La emoción no solamente te pasa por algunos lados, sino que te conmueve al sentir que es una historia que vale la pena contar. La emoción que suscita la primera lectura de un texto teatral. La particularidad de la puesta se da con los actores y el director, lo que proponen en los ensayos y van logrando colectivamente, siempre con la cabeza del director por delante y su propia emoción con respecto al texto. Scalabrini es y ha sido un gran hombre, de suma importancia para la historia política de nuestro país, un gran pensador del ser nacional. Y ese lugar no se lo puede sacar nadie. Esa es una de las cosas más valiosas. Y después, cuando uno va ensayando y se mete con un personaje de la vida real, va investigando y profundizando su conocimiento. Y lo que me sucedió con Scalabrini es que me conmueve esa austeridad. La lealtad a su pensamiento. Actuaba y accionaba como pensaba y como decía. Su discurso era coherente con su modo de vida, y eso es algo sumamente valioso. Pero si hay algo que me conmueve mucho es ver a este gran hombre en una especie de intimidad (ficcionalizada) con su pareja, con su compañera, en una instancia que para cualquier persona puede ser o es absolutamente inexorable, como es la muerte. Y me conmueve todo lo que propuso Florencia Aroldi, la autora, al ubicar esta historia en ese momento, que en realidad es traído al presente, cuando a ella la desalojan, ya viuda desde hace años, de la casa en la que vivieron juntos muchísimos años. Ese cúmulo de emociones, de vulnerabilidades. Porque de alguna manera comprueba que para las personas lo más importante siempre va a ser vivir en compañía de los otros.
–¿Ve su labor arriba del escenario como una continuación de sus convicciones políticas o como una arista de la militancia?
–Más que convicciones políticas o una arista de la militancia, la relaciono con mi sensibilidad. Tanto lo que una asume como defensa de derechos, o el intentar hacer de este mundo algo más bello, o por lo menos no entorpecerlo o agregar caos a la confusión imperante, tiene que ver con dar lo mejor de sí en los distintos roles que uno lleve adelante: como madre, como actriz o como dirigente sindical. No son compartimentos estancos, todo habla de lo mismo, del amor que una tiene por los demás, por la vida, por la paz, que a veces es difícil de explicar. No porque no se pueda entender, sino porque las personas estamos acostumbradas a atomizar todo para tratar de entender. Y creo que es justamente lo contrario, tener una visión total de una, como una energía que se mueve en el mundo. Y tiene que ver con la coherencia de creer que estás aportando algo con tu vida. No tengo una afiliación política partidaria. En algún momento he dicho que soy una militante del amor, y creo serlo. A alguien le puede resultar risueño, pero yo creo en eso, como otra gente cree en estatuillas de yeso o en lo que pueda creer. Pero es todo un conjunto de cosas y el punto de vista que una tiene para mirar la vida y la realidad.

–Una vertiente sociológica sostiene que desde el individuo se cambia el sistema, y otra sostiene que esto no es posible. ¿En qué lugar se ubica en este juego de fuerzas, llevado a su rol como artista y como representante política del sector?
–Las dos cosas son necesarias. Actuar como individuo, como lo que uno es, tratando de ser lo más consciente posible de las implicancias que tiene tu accionar en todos los roles que uno cumpla o en las que acciona. Pero de esa suma de individualismo se crea lo colectivo, y quizás es más complejo reunir esas individualidades. Pero si hay un objetivo en común claro, un estandarte ordenante, es más sencillo. La gente se reúne para eso. Con objetivos similares o mismos para conseguir cosas que mejoren el mundo en el que caímos, porque cuando llegamos a esto ya estaba todo cocinado. Hay cosas que son muy valiosas, de lo mejor de la producción humana, y otras que no. Y algunas de esas cosas que no están buenas se han hecho costumbre, están arraigadas, entonces es más difícil. Y se necesitan más sumas de individualidades. Hay un momento que te lleva toda la vida para accionar individualmente, y hay diferentes momentos en que uno elige con quién accionar colectivamente. Eso se da mucho en el teatro. Siempre digo que el teatro es maestro de la vida, de cómo se puede vivir mejor. Porque hay una especie de organización: los actores, los directores, la gente que hace teatro, con diferentes experiencias, pero con una organicidad que sirve mucho para la vida. Que tiene que ver con saber escuchar, saber mirar, no quedarse con los resentimientos, porque te quitan energía para llevar adelante la obra de la mejor manera. Que todos somos indispensables. Que todos tenemos algo para aportar, si no no estaríamos, ni en la obra ni en la vida. Y no hay mucha diferencia como presidenta del sindicato respecto de lo del teatro. Te vas a encontrar en todos los lugares en los que desempeñes una labor con inconvenientes, pero la magia está en saber cómo tratar con esas cosas que aparezcan en tu vida y en tu trabajo.
–¿Qué significa para usted el hecho de subirse a un escenario y representar una construcción artística frente a un público? ¿Dónde están los miedos y las virtudes?
–Depende mucho del momento de la vida en que uno se encuentra. Pero en líneas generales lo relaciono con los sentimientos básicos de todas las personas. Es como esa frase que dice “el valiente no es el que no tiene miedo”, porque es imposible no tener miedo, sino que el valiente es el que afronta. Siempre pensé que en la actuación había algo de eso, que los actores tenemos dos cosas con la oportunidad de ejercitar mucho, inherentes a cualquier ser humano. Nuestro trabajo, la actuación, te da la oportunidad –aunque creo que todo el mundo la puede tener– de ser valiente y ser generoso. Esas son dos condiciones que tiene una actriz o un actor cuando sube al escenario. Entregar su tiempo para contar la historia de otro u otros, y vencer esos miedos lógicos a la exposición, a la crítica. Porque así como los seres humanos tenemos cosas hermosas y valores, también hay crueldades y miserias que todos conocemos. Uno siempre sabe que está expuesto a una especie de crítica, pero con el tiempo va aprendiendo si eso hace mella en uno o no. Alguien te lo hace llegar de alguna manera, pero con la crítica depende mucho de quién la haga y por qué la hace. Entonces, ahí toma valor o no toma valor. En general las personas no me provocan miedo, y siempre me subo pensando que voy a dar lo mejor y recibir lo mejor de lo que se pueda, de lo que los otros puedan y que yo pueda. Así que las cosas que pueden parecer de temor hay que afrontarlas. Es muy divertido también afrontar los temores. Uno se siente a veces un poco ridículo. Y respecto de las virtudes, el afrontar esos temores es una virtud. Uno tiene muchas herramientas, solamente es cuestión de reconocerlas y explorarlas.
–¿Qué le sigue apasionando de esa interacción que brinda el teatro?
–Lo que me apasiona cada vez más, lo que me provoca mucha alegría, me asombra y me da curiosidad de seguir, es que siempre se incrementa lo que el teatro te da. Por más que tengas muchas horas de vuelo, muchas obras, la actuación parecería ser infinita. A veces cuando una ve actrices o actores muy mayores se pregunta “qué necesidad”, pero por ahí cuando una es la que va creciendo, va entendiendo que el teatro siempre te da un poco más. El teatro pensándolo no solamente como el producto que una crea con compañeros, compañeras, técnicos, director; sino básicamente el ida y vuelta con el público, con esas devoluciones que a veces hay no de forma explícita. No estoy hablando de la gente que te espera a la salida del teatro para decirte una cosa o lo que le hizo pensar la obra, eso es un plus. Es lo que el teatro genera, y eso que el teatro genera es intangible, lo siente el espectador y el actor con igual intensidad mientras sucede el rito del teatro, la función. Una función nunca es igual a la otra. Te abre mundos, permanentemente. Y a eso me refiero con las emociones, y los pensamientos que generan esas emociones. Eso es lo que me mantiene al lado del teatro, dentro del teatro, como actriz y como espectadora también, porque lo mismo me pasa cuando voy a ver obras de otras compañeras y compañeros.