En algún sentido, la crisis económica y financiera que se desató en diciembre de 2001, primero con la instauración del “corralito” y luego con las caídas del ministro de Economía, Domingo Cavallo, y del presidente Fernando de la Rúa, fue la crónica de un final anunciado hacía ya varios años.
El plan de Convertibilidad, que establecía una paridad fija 1 a 1 entre el peso y el dólar, la imposibilidad de emitir sin respaldo en divisas y contratos dolarizados, entre otros aspectos, empezó a mostrar signos de agotamiento en 1996 pero quedó virtualmente como un corsé del que habría que salir tarde o temprano ya en 1998. Sin embargo, duró hasta enero de 2002.
La evidencia era tal que en la campaña electoral de 1999, la salida de la convertibilidad fue objeto de contundentes declaraciones de los principales candidatos.
El radical Fernando de la Rúa aseguraba que la convertibilidad se mantendría sin reservas, y el peronista Eduardo Duhalde enfatizaba que “estaba agotada”. Aunque el ex gobernador bonaerense y futuro presidente electo por el Senado ya en campaña se daba cuenta de que perdería los comicios, en una Argentina que literalmente se había enamorado del 1 a 1.
Es que el plan de Convertibilidad vino a “solucionar” un problema endémico de la Argentina como es la inflación y que a comienzos de los 90 se había agravado. Entre febrero de 1989 y diciembre de 1990, el país vivió tres procesos hiperinflacionarios: uno con Raúl Alfonsín y dos con Carlos Menem, en diciembre de 1989 (Plan Bonex) y diciembre de 1990.
La respuesta fue el plan de Convertibilidad, que arrancó el 1° de abril de 1991 a instancias del ministro de Economía Domingo Cavallo, el mismo que estuvo años después con De la Rúa.
Los que no se habían enamorado del 1 a 1, ciertamente, fueron las centenares de miles de pequeñas y medianas empresas, los millones de trabajadores independientes y pequeños comerciantes que quedaron atrapados en un régimen estricto que ató la competitividad de la economía local a la fortaleza del dólar, pero con costos mucho más elevados que los bienes importados.
Así, mientras una parte de la población gozaba con viajes al exterior y gastos suntuarios, en la creencia de que el 1 a 1 era la panacea, una porción no menor del país pagaba los costos de la convertibilidad bajando las persianas de las fábricas y comercios, endeudados en dólares y generando una creciente desocupación.
La tasa de desempleo pasó de 6,9 por ciento en 1991 a cerca del 22 en 2002, y la pobreza arriba del 57 por ciento ese mismo año. Pero en el medio, Menem fue reelecto en 1995, reforma de la Constitución mediante, y De la Rúa fue electo en 1999, en parte para que la rueda siguiera girando, según la visión cortoplacista de gran parte de la ciudadanía.

CORRALITO Y ALGO MÁS
Para muchos argentinos, el recuerdo de aquellos años se resume en la instauración del corralito y gente golpeando con puños, cacerolas y hasta martillos los frentes blindados con chapas metálicas de los bancos. Sin embargo, esa imagen fue el corolario inevitable de lo que sucedió en la economía en los meses previos.
Como tantas veces en la historia argentina, el país se enfrentó aquel año a la trampa de la restricción externa o, dicho en buen criollo, la falta de dólares para operar y para hacer frente a los compromisos de la deuda pública. Por entonces, la deuda llegaba a unos 150.000 millones de dólares, el 54 por ciento del PBI, pero en un 97 por ciento nominada en dólares.
Con el fantasma de un default en ciernes, el presidente De la Rúa había acordado un blindaje financiero de la deuda por 38.000 millones de dólares en diciembre de 2000, con aportes del Fondo Monetario Internacional, organismos financieros, el gobierno de España y bancos locales.
El blindaje tenía como contrapartida una receta conocida: reforma previsional, eliminando la Prestación Básica Universal y elevando la edad jubilatoria de las mujeres; reducción del gasto público; reestructuración de la Anses y del Pami y desregulación de las obras sociales, y congelamiento del gasto primario de la Administración Nacional y las provincias.
Pero el blindaje no logró despejar las dudas sobre la economía argentina, que a estas alturas y con la industria cargando el lastre del 1 a 1 no era muy dinámica en materia exportadora y la generación de divisas. Esto se dio, además, en momentos de bajos precios internacionales de los granos. Y claro, empezaron a faltar dólares.
Con este panorama, a comienzos de marzo de 2001 renunció el entonces ministro de Economía, José Luis Machinea, reemplazado en el cargo por su par de Defensa, Ricardo López Murphy. El economista radical y reciente diputado nacional, intentó un fuerte recorte del gasto público, focalizado en el sector educativo, que desató oleadas de protestas.
Así, en apenas dos semanas, López Murphy dio un paso al costado y al comando de la economía fue designado el 20 de marzo Domingo Cavallo, trayendo en sus fojas de servicios haber sido el ideólogo de la Convertibilidad. Nadie mejor que el padre de la criatura para salvarla del colapso, creyeron algunos en el gobierno.
Lo que siguió fueron frenéticas negociaciones con el FMI, al mando del alemán Horst Köeller y el estadounidense Stanley Fischer. Si bien ya desde 1998 algunos análisis técnicos del Fondo demostraban la inviabilidad del 1 a 1, el FMI contribuyó con recursos durante gran parte de ese difícil 2001.
El 17 de mayo de 2001, se publicó en el Boletín Oficial el decreto 648/01 que dispuso el megacanje de la deuda pública, que según analistas aumentó el monto global de la deuda en 53.000 millones de dólares, contando capital e intereses.
Pero no fue suficiente para aventar los nubarrones. A comienzos de julio, el ministro Cavallo lanzó el plan de “déficit cero”, con el recorte de salarios del sector público y jubilaciones. Y propuso flexibilizar el 1 a 1 a través de un “factor de empalme” con una canasta de monedas en la que jugaban el euro, el yen y el real, además del dólar, que llevaría la cotización del peso a 1,08.

VIENTO DE FRENTE
Mientras tanto, desde Estados Unidos llegaban noticias desalentadoras. En primer lugar, Washington vivía un cambio de época con la asunción del republicano George W. Bush tras los años del demócrata Bill Clinton. Este cambio de figuras tuvo su impacto en el margen de acción del FMI, como siempre, con fuerte incidencia de la administración estadounidense.
El otro aspecto fue la asunción de Anne Krueger, apodada “Cruella” en la Argentina, el 1 de septiembre de 2001 como subdirectora gerente del FMI, en lugar de Fischer. Ese mes, el Fondo aportó 6.000 millones de dólares, bajo la tutela de Köeller.
Sería el último envío al país. Con Krueger en la mesa de negociaciones, ya no fue posible obtener más fondos para hacer frente a un vencimiento de 1.264 millones de dólares en noviembre, que fue la antesala del corralito de diciembre. Krueger impulsaba la teoría de quiebra de las naciones, similar a las empresas privadas.
Ante el retiro masivo de depósitos a medida que vencían plazos fijos en dólares –más de 15.000 millones de dólares en un mes– y con las reservas exhaustas, Cavallo impuso el corralito el sábado 1° de diciembre con aplicación efectiva el lunes 3. Se autorizó el retiro de sólo 250 pesos semanales de las cuentas y la virtual prohibición de comprar dólares.
La clase media sintió que le metían la mano en el bolsillo y corrió a los bancos por sus ahorros, pero ya era tarde. Luego de tres semanas de tensiones, el 19 de diciembre comenzaron los cacerolazos en los barrios y la Plaza de Mayo se llenó de gente.
Hubo corridas y represión. Para descomprimir la situación, De la Rúa le pidió la renuncia a Cavallo, pero los enfrentamientos siguieron en la jornada siguiente con un saldo total de 39 muertos y cientos de heridos. En la tarde del 20 diciembre, el presidente De la Rúa presentó su renuncia y se subió al helicóptero.
La recuperación vino con Eduardo Duhalde en 2002 y su segundo ministro de Economía, Roberto Lavagna, y con Néstor Kirchner después, quien sentó las bases de un período de crecimiento sin precedentes en medio siglo, en base a superávit gemelos, acumulación de reservas y desendeudamiento.