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Caras y Caretas

           

El drama de Discépolo

Ilustración: Martín Fleischer
Ilustración: Martín Fleischer

Poeta del tango por excelencia, el autor de letras como “Yira… yira” y “Cambalache” fue también un hombre de teatro. Criado por su hermano armando, padre del grotesco criollo, debutó como actor a los 16 años, y a los 17 estrenó su primera obra. En la década del 30, brilló con varios musicales.

La relación de Enrique Santos Discépolo con el teatro se da casi desde la cuna. Su hermano mayor, el gran dramaturgo Armando Discépolo, fue el padre del grotesco criollo, e hizo las veces de padre también del pequeño Discepolín, por la temprana orfandad de ambos. Es así que el teatro estuvo presente en la vida de Enrique desde siempre. Su debut como actor en las tablas (a los 16 años, en Chueco Pintos, de Armando Discépolo y Rafael José de Rosa) fue un devenir natural.

EL TEATRO EN LAS VENAS

En 1918, incursionó como autor al estrenarse en el teatro Nacional El duende, que firmó en coautoría con su amigo Mario Folco. La crítica la demolió, pero Enrique siguió adelante con su carrera teatral, que desarrolló en Buenos Aires y en Montevideo, al tiempo que escribía letras de tango. Entre sus obras se encuentran El señor cura (1919), basada en un relato de Guy de Maupassant, Páselo, cabo (1919), Día feriado (1920) y El hombre solo (1921). En los años 20, además, integra la cooperativa teatral Renacimiento, de su hermano Armando, en calidad de actor.

El compromiso social y la mostración de los conflictos de su tiempo fueron el sello de su obra. En esa sintonía, por ejemplo, se encuentra El organito (1925), una obra que escribió con Armando cuyo tema central es la exclusión social y el contraste de clases.

Por esos años, se produce también el fenómeno de consolidación de una relación que será duradera: tango y teatro. Enrique Santos Discépolo en su salsa. Escribe Jorge Dubatti en su libro Cien años de teatro argentino (2012): “Un párrafo aparte merecen las relaciones entre teatro y tango, ya que muchas veces un éxito de la escena depende del estreno de un tango importante (valga un ejemplo notable: Enrique Santos Discépolo incluye su tango ‘Yira…yira’ en la revista Qué hacemos con el estadio en 1930). También las obras teatrales comienzan a llevarse al cine, con mayor frecuencia en los años 20”.

Para comienzos de la década del 30 proliferan los musicales, sobre todo los que tienen música de tango, siempre interpretada por orquestas en vivo, como Historia del tango en dos horas (1931), con Enrique Santos Discépolo como maestro de ceremonias y director de una orquesta de cincuenta músicos.

En esa década, los hermanos Discépolo se asocian para producir teatro musical, mientras las compañías comerciales se encuentran en pleno auge. Entre 1931 y 1945, cuenta Dubatti, “se consignan grandes éxitos de obras encabezadas por Enrique Muiño y Elías Alippi, Pepe Arias, Luis Sandrini, Enrique Santos Discépolo, Tita Merello, o de las comedias musicales de Ivo Pelay y Francisco Canaro”. El género chico criollo (el sainete) empieza a desaparecer en esa vorágine, y se imponen la comedia y el drama, la revista, la comedia musical y la sátira política.

La primera pieza de teatro musical que producen los hermanos Discépolo fue Caramelos surtidos (1931), un sainete con libro, letras y música del propio Enrique, en el que Tito Lusiardo estrena el tango “¿Qué sapa, señor?”. La obra tuvo algo de disruptivo, pues convivían en ella elementos de la farsa, el grotesco, el sainete y la comedia musical (en una época en la que la mixtura de géneros no era concebible). Con este trabajo, el poeta del tango forjó también una dramática propia, caracterizada por personajes que son protagonistas de sus propios conflictos, donde la canción entra para contar aquello para lo cual las palabras no alcanzan (igual que sus letras de tango, verdaderas historias para ser cantadas).

HERMANOS DE SANGRE Y EL ARTE

La sociedad formal con Armando llegó en 1933, cuando fundaron la Compañía de Grandes Espectáculos Musicados, que debutó con el drama musical histórico La Perichona, estrenado en el teatro Ópera, con libro de Enrique García Velloso y Agustín Remón y música de Carlos López Buchardo. Con un elenco de 93 artistas y una orquesta de treinta integrantes, fue la primera superproducción teatral de la época.

La obra, que había generado mucha expectativa, terminó siendo un fracaso, entre otras cosas porque duraba tres horas y media, demasiado para un público que no estaba habituado. Sin embargo, el diario La Nación destacaba el despliegue escénico encarado por los hermanos Discépolo. En su edición del 1º de abril de 1933, se lee: “El espectáculo (…), que por razón de su complejidad y amplitud, reclama el concurso de los más diversos factores artísticos para su interés de obra lírica y para la atracción visual y decorativa de su conjunto, ha hallado en nuestro público la adhesión entusiasta que propicia el arraigo definitivo de estas manifestaciones escénicas”.

Pero los hermanos Discépolo siguieron adelante con la adaptación para el público local de la obra alemana Wunder Bar, un drama que había sido un éxito en la República de Weimar y cuyos derechos adquirieron. Protagonizada por Enrique Santos –cuya interpretación fue muy celebrada por la crítica y lo consagró actoralmente– y por su compañera de vida, la artista española Tania, contaba con un elenco de 54 personas en escena. Esta vez, fue un éxito, que se debió no sólo al despliegue de producción, sino también al hecho de que la puesta resultó muy transgresora para la época: marcó tendencias que luego serían retomadas en otras producciones teatrales. Pablo Gorlero, especialista en teatro, sostiene que “Wunder Bar inicia, de algún modo, la moda del teatro en el teatro”.

Pero el éxito también trajo la separación artística de los hermanos Discépolo, que se concretó a los pocos meses de la experiencia Wunder Bar. Enrique Santos, entonces, trasladó su compañía al teatro Monumental, donde estrenó varios musicales, que dirigió y protagonizó junto con Tania, entre ellos Winter Garden, también de 1933. Pero la ausencia de Armando, que era el maestro dramaturgo, fue notable.

En pleno auge del tango y con una carrera más que consagrada en ese terreno, Enrique viajó a Europa y a su regreso incursionó en el cine como actor, director y guionista.

Escrito por
Cecilia Fumagalli
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