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Caras y Caretas

           

Teatro leído

Muchas de las obras de María Elena Walsh tuvieron su puesta en escena. Su vínculo con la varieté parisina y su amor por la imagen fueron sus grandes méritos para poner sus escritos sobre los tablados.

María Elena Walsh y Leda Valladares comenzaron su contacto mediante una relación epistolar, a raíz de que la última se topara
con Otoño imperdonable, el libro de poesía que poco tiempo antes había publicado María Elena. Leda era diez años mayor, se dedicaba a la música, había estudiado Filosofía, provenía de una familia burguesa del norte argentino y su cancionero estaba íntimamente relacionado con ese territorio. Leda invitó a una joven María Elena de apenas 21 años a viajar con ella: se encontraron en Costa Rica en 1951 y de allí viajaron a París, donde comenzó un período de sus vidas conocido como Leda y María.

Al momento, María Elena Walsh no había cantado nunca en público. Ahí comenzó la carrera musical de la joven poeta: se presentaron en distintos espacios de París, en los que interpretaban el repertorio propuesto por Leda vestidas de “indias” latinoamericanas, y grabaron dos discos: Chants d’Argentine, en 1954, y Sous le ciel d’Argentine, en 1955. La senda de las melodías folklóricas la había abierto Atahualpa Yupanqui, quien facilitó el camino de este dúo y de otras personalidades, como Violeta Parra.

En 1956, el dúo regresó a la Argentina y, además de presentarse durante algunos meses por el noroeste, comenzó a incursionar en la televisión. Dos años después, la cineasta y productora María Herminia Avellaneda impulsó a María Elena a que irrumpa en la escritura de guiones para una tira infantil en la televisión. Allí nació Buenos días, Pinky, que protagonizaron Pinky junto a Osvaldo Pacheco. Si bien duró solo unos meses, el programa tuvo mucho éxito: tanto que se llevó dos premios Martín Fierro.

Durante su estancia en Francia, en las varietés que desarrolló allí, comenzó a jugar con la escritura de poemas para niños. María Elena editó en 1960 este repertorio que tenía en su haber por su cuenta y lo tituló Tutú Marambá, el primer poemario para público infantil. La riqueza de la diversidad poética del libro permite que, a más de 50 años de su edición, siga teniendo vigencia: el absurdo, el sentido del juego, referencias a Shakespeare en “La ratita Ofelia”, el carnavalito, elementos clásicos como brujas, reyes.

En 1962, los poemas de María Elena saltan de las hojas y pasan a formar parte de Canciones para mirar, un espectáculo teatral que contaba con la Mona Jacinta, con Mambrú y con la Vaca estudiosa, que se estrenó en el Primer Festival de Teatro para Niños en Necochea y que luego tuvo sus actuaciones en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín de Buenos Aires. La propuesta al principio fue bastante sencilla, no había demasiado dinero para la escenografía, y “los Plin” –el grupo que llevaba adelante esta empresa integrado por Leda, María Elena, el actor Alberto Fernández de Rosa y la actriz y directora Laura Saniez– estaban dispuestos a arreglarse con lo mínimo indispensable. Este espectáculo constaba de distintos cuadros musicales donde los pasos de comedia o un pequeño monólogo hacían las veces de puente. En un costado del escenario, Leda y María Elena, vestidas de juglares, interpretaban las canciones.

CANCIONES PARA ACTUAR

Al año siguiente, en 1963, se estrenó Doña Disparate y Bambuco, donde otras canciones formaron parte del espectáculo, e hicieron su aparición en escena Manuelita, la tortuga más famosa del país, y el Mono Liso. La propuesta de este espectáculo fue un poco más completa debido al éxito de Canciones para mirar. La obra contó con actores reconocidos, como Lydia Lamaison, Osvaldo Pacheco, Teresa Blasco y Pepe Soriano, y con la dirección teatral de María Herminia Avellaneda. Como se ñala Sergio Pujol en su biografía sobre María Elena, si bien siempre tuvo un vínculo estrecho con la literatura, ella se había anotado en una escuela de Bellas Artes y le gustaba mucho dibujar: la influencia de lo visual en su lírica es muy intensa, influencia que fue lo suficientemente fuerte como para que también se impregnara en las versiones teatrales de sus composiciones. Este talento para la imagen, así como sus años de varieté parisina, le brindaron a María Elena las herramientas para crear un tipo de espectáculo que revolucionó el teatro infantil.

El éxito de ambos espectáculos catapultó a María Elena a la posibilidad de grabar sus discos como solista con grandes compañías discográficas, que al momento no le habían llevado el apunte. Entre 1963 y 1968 grabó Canciones para mí, Canciones para mirar, El país de Nomeacuerdo, El país de la Navidad y Cuentopos. Durante esos años también escribió diversos libros de poesía, como Zoo loco (su colección de limericks), y ficción, como Dailan Kifki o los Cuentopos de Gulubú.

Las distintas versiones teatrales y musicales de la obra de María Elena Walsh plantean una gran dificultad para seguirle el rastro. Su creación alcanzó a múltiples generaciones no solo de la Argentina, sino también de otras partes del mundo. En el prólogo de Canciones para mirar, de 2000, María Elena Walsh escribió: “Pasaron los años, y estas pantomimas salpicadas de diálogos y chistes volvieron a representarse muchas veces, con distintos actores y en varios países. Pero lo mejor de la historia es que inmediatamente los chicos y sus maestras copiaron, adaptaron, cambiaron, mejoraron o estropearon este repertorio y lo usaron para
jugar y divertirse. Así fue como pasó de los teatros a las plazas de pueblo, salitas de preescolar, patios de escuela o pasillos de hospitales. Tuve la suerte de presenciar, en humildísimos colegios o asilos de nuestro país, la gran fiesta de fin de curso. Ahí se lucían los pichones de actores, vestidos con ropa de papel y enredándose entre cortinas de trapo viejo pintarrajeado. Desde entonces y hasta hoy, resulta que en cada función los artistas y el público fueron y son felices. Al parecer, estas canciones no son viejas ni nuevas sino, como escribió Victoria Ocampo, son ‘del color del tiempo’”.

Escrito por
Marina Amabile
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