“Estoy esperando ansiosamente la película villera sobre la clase media”, dijo hace unas semanas la siempre lúcida Lucrecia Martel. La frase sintetiza de una manera magistral la trama de prejuicios y legitimaciones que existe en el arte. En el campo de la música, la clase media que pretenden entender todo sigue vacilante ante el fenómeno del trap. Algunos, como Wos o Nathy Peluso, ya han sido cooptados por el sistema y se pararon en un peldaño en el que, seguramente, se proyecten hacia formas más cancioneras. Otros todavía provocan cierto escozor y no comulgan con la corrección política imperante. Es el caso de L-Gante.

Cristina Krichner habla de L-Gante; Enrique Pinti habla de L-Gante, Patricia Sosa, Joaquín Morales Sola… L-Gante en ShowMatch, en la revista Gente. Todos hablan mientras él suma millones de reproducciones. Hoy L-Gante es surcado por los nuevos paradigmas del consumo de entretenimientos y, también, asoma como blanco móvil de la grieta política. El anecdótico hecho de haber empezado a hacer su música en las computadoras del plan Conectar Igualdad –dato que originó una cita de Cristina– lo puso en un sitio del que se corre, una y otra vez. L -Gante sabe el circo en que está metido. Es inteligente y surfea con gracia sus warholianos quince minutos de fama. Se reúne con Alberto Fernández, pone la cabeza en la guillotina de Eduardo Feinmann, hace una publicidad para Mercado Libre y con Lali Espósito, le responde a Pinti, tiene una hija que desde el minuto cero es más mediática que Mirko y, en un guiño a la marihuana, la bautiza Jamaica. Factura y vive la vida loca.
Una distancia se abre entre su carisma y sus temas, que no se corren un centímetro de la subcultura del trap. También se escucha en cada tema subido un mix de época: la cumbia, el reggaeton, el hip hop. Como escribió el periodista especializado Nicolás Igarzábal, uno de los pocos que indagó con rigor el fenómeno de las nuevas músicas urbanas: “El género hoy cuenta con rubro propio en los Premios Gardel (Música urbana/Trap), y ha crecido al punto de absorber otros. Pensemos en L-Gante, un cumbiero influido por el reggaeton con vocación rapera, que tenía el hit “RKT”, pero cuyo despegue de este año se dio a través de una session de Bizarrap, donde arengan con dos vinos de cartón en mano, en un ejemplo de trap barrial. (…) El trap es una música muy económica al momento de hacer un tema, todo lo contrario de lo que implica armar una banda con instrumentos y alquilar salas de ensayo y de grabación. Ahí está el poder de adaptación de la escena trapera: tanto la producción como el consumo suceden en computadoras y celulares. Es la música popular ideal para superar la crisis de la industria discográfica”.
Históricamente, el tránsito de las músicas populares ha tenía una dirección desde los márgenes hacia el centro. Habitualmente es una música despreciada por cierta conciencia “bien pensante” y creada y trasmitida como una “enfermedad” por los desplazados del sistema de cada época: los pobres, los explotados, las prostitutas, los ladrones. Ocurrió con el tango, con el blues, con el samba. A veces ciertos factores se combinan para que esas músicas clasistas y sexistas en su origen tengan un desarrollo –como los tres géneros mencionados– y otras veces entran en meandros y en su fusión con otras ritmos en lugar de fortalecerse se disuelven. Existe una suerte de ecosistema en el que, en cada período, una música identificada con las clases bajas entra en tensión con su entorno.
La mezcla de la nuevas músicas urbanas tiene el “hacelo vos mismo” del punk, contempla la estética digital y exhibe una ensalada rítmica afromericana. A la hora de definirse, L-Gante no duda: “Yo soy cumbiero, no hay otra forma. Siempre me gustó la cumbia. Y siempre pensé: ¿tan difícil es tener un estilo más de acá, de la Argentina? Yo buscó que el reggaetón suene como la cumbia acá en la Argentina”.

Los viejos no entienden por viejos; los rockeros resetean los prejuicios que tuvieron con otros ritmos, como la música disco y la cumbia; el de clase media mira el fenómeno como si se tratara de un safari; la política mete la cuchara aviesamente; la sociología intenta develar el secreto desde la academia; la tele invita al personaje del momento; los paradigmas de consumo se muerden la cola. Uno de los filósofos más leídos de la actualidad, el surcoreano-alemán Byung-Chul Han, escribió: “En la sociedad expuesta, cada sujeto es su propio objeto de publicidad. Todo se mide en la vara de la exposición. La sociedad expuesta es una sociedad pornográfica. Todo está vuelto hacia afuera, descubierto, despojado, desvestido y expuesto”.
L-Gante sabe que tiene el tiempo acotado. La clase de producto que vende es descartable. En algún momento, con suerte, podrá trasladar su astucia y ambición hacia otros territorios. Hoy es el fenómeno. Sus éxitos se miran con lupa. ¿Pero cómo se atreve a hacer una canción con las letras del abcedario?, cacarean, entre el asombro y el espanto. Sacará más conejos de la galera, hasta que no dé para más. En el hondo bajo fondo, agonizantes en el vacío y las miserias del capitalismo, miles de L-Gantes esperan sus quince minutos.