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Caras y Caretas

           

“TENÍA LA SABIDURÍA DE UN GRAN MAESTRO”

El escritor y guionista de historietas Guillermo Saccomanno desarrolló diversos lazos que lo unen a Oesterheld. Aquí analiza su personalidad, el peso específico de su obra y su legado.

“Estaba empezando el invierno de mis dieciséis años y se venía la nieve cuando el mal atacó el quilombo.” Así empieza Soy la peste, la última novela de Guillermo Saccomanno, una historia con evidentes referencias a la pandemia de coronavirus, pero también con imágenes que remiten a El Eternauta: el narrador camina por una Buenos Aires cubierta de nieve, entre cuerpos tendidos en la calle, en bares y estaciones, sumergido en un escenario posapocalíptico. Sin embargo, la remisión a Héctor G. Oesterheld no fue deliberada: “Fue mi analista el que me dijo: ‘Está nevando, como en El Eternauta’. Tal es el poder del inconsciente, de la memoria subterránea que uno conserva. Es una referencia y un mito que uno tiene instalado, que forma parte de uno”, cuenta Saccomanno, un escritor que se mueve con naturalidad entre guiones, cuentos y novelas. Son varios los lazos que lo unen a Oesterheld: el primero como lector, después por haber trabajado con él en editorial Columba y revista Skorpio, y finalmente porque junto con Carlos Trillo le hicieron el último reportaje al emblemático creador, poco tiempo antes de que fuera desaparecido por la dictadura cívico-militar en 1977.

–¿Qué recuerda de esa última entrevista que le hicieron a Oesterheld con Trillo?

–Lo citamos un mediodía en un bar. Fuimos a almorzar con él en un restaurante que ya no existe, en Laprida y Santa Fe. Después seguimos la entrevista en el departamento en donde yo vivía con mi compañera de entonces. Lo que recuerdo de él es una actitud sumamente campechana, fraternal. Tenía la sabiduría de un gran maestro. Nosotros lo escuchábamos con una admiración absoluta. Era un tipo muy abierto y de una cultura muy vasta. Por eso la entrevista que le hicimos fue tan larga, larguísima. Con Trillo empezamos a hacerle preguntas, teníamos una serie de casetes para grabar, y lo que no imaginábamos era que nos íbamos a quedar sin casetes. Hablamos de todo, hasta de temas delicados, como la situación política de ese momento, que era muy brava porque estaban funcionando las tres A, ya estaba el terrorismo de Estado. Uno no se da cuenta cuándo está en una oportunidad histórica, qué íbamos a saber nosotros que esa era la última entrevista que se le hacía a Oesterheld.

–¿Lo conocían antes de la entrevista?

–Trillo lo había conocido un poco antes, yo lo conocí en la editorial Columba, donde los dos trabajamos como guionistas. Después lo traté un poco más en Skorpio, muy poco, porque ya andaba como fugitivo, clandestino. Yo escribía para la editorial Columba y me llamó el dibujante Leopoldo Durañona, que estaba ilustrando las historietas de historia argentina en El Descamisado, la revista de Montoneros. Los guiones los escribía Oesterheld. Por esos años yo trabajaba con Leopoldo en una serie que se llamó Fallen Angels, que hacíamos para Estados Unidos, y surgió la propuesta de parte de la Juventud Peronista de hacer una historieta que se iba a llamar Machete. Me acuerdo de que los guiones que entregaba Oesterheld eran un poco maniqueos, en el sentido de que estaba adaptando guiones de Ernie Pike, sólo que ahora la resistencia eran los Montoneros y los malos era el ejército, digamos. Una traducción bastante maniquea y poco sutil, como eran sus historietas anteriores. Esa parte de la producción de él, todos los Eternauta posteriores, no me convencieron. Cuando uno piensa en El Eternauta piensa en el de Solano [López]. Ni siquiera en el de [Alberto] Breccia. Hay un hecho clave: la militancia lo marcó a tal punto –no me acuerdo si en esa fecha ya estaba desaparecida una de sus hijas– que ya Oesterheld no era el mismo. Miguel Rep escribió una nota en la que recordó las huellas de barro que dejaba Oesterheld en la moquette de la editorial Récord, porque se veía que venía de algún lugar del conurbano donde estaba guardado.

–En el reportaje, Oesterheld hizo hincapié en la historieta como “género mayor”. ¿Cómo se tomaba a la historieta entonces y qué importancia tuvo su trabajo?

–Durante mucho tiempo, la historieta fue considerada un género menor por los circuitos de prestigio o de poder. Sabemos que la teoría literaria es teoría política, y, por tanto, aquellos sectores de la cultura que tenían una interpretación elitista marginaban las expresiones populares, se tratara de las letras de tango, de la canción popular, del folletín o la novela policial. En los años sesenta y setenta, un poco a partir de los estudios del estructuralismo y de cierto pensamiento de izquierda francés, especialmente la irrupción de la semiótica, en un libro clave como es Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco, se plantea precisamente este divorcio, que es una segregación de clase. La lucha de clases se da también en los debates culturales. Entonces la historieta no era considerada un género atendible. Oesterheld se consideraba un escritor y pensaba: “La historieta que yo estoy publicando es tal vez la única literatura a la cual puede tener acceso el laburante, personas que tal vez no tienen acceso a una biblioteca. Entonces tengo el deber intelectual de dar lo mejor”. Esto tiene que ver también con la revalidación del género. Nosotros en aquel momento con Trillo contribuimos mucho también, y lo digo sin pedantería. Fuimos pioneros en escribir Historia de la historieta argentina, y fuimos pioneros en ese reportaje. Todo lo que hicimos con Trillo implicaba estar metidos en una batalla ideológica y política. Paradójicamente, hay una situación que es que la dictadura no le prestaba mucha atención al cómic, precisamente porque lo consideraba un género menor, un género para chicos. Esto nos permitía trabajar con absoluta libertad y explorar formas y contenidos que hasta ese momento no se habían explotado.

–En una charla sobre Oesterheld dijiste que así como el Martín Fierro pudo plantearse como novela fundante de nuestra literatura, con El Eternauta podría afirmarse lo mismo.

–Hay que mirar alrededor de El Eternauta y de cómo trabajaba Oesterheld. El Sargento Kirk tiene algo del Martín Fierro, es el desertor, el tipo que se va con los indios, el que se niega a la masacre de los indios. Pero esto tiene que ver también con cierta literatura revisionista de ese momento, con la historia del revisionismo en la Argentina, con los trabajos del historiador José María Rosa, del Colorado [Jorge Abelardo] Ramos. Como decía David Viñas, hay que fechar: la historia arroja luz sobre los textos. En los años sesenta y setenta se empieza a revisar la historia a la luz de la lucha por la liberación nacional. A partir de ahí, ese pensamiento estaba en el aire. El asunto era quién tenía el radar para captarlo en el momento. Yo creo que ahí está el hallazgo. Hay que tener mucha cautela cuando se habla de figuras como la de Rodolfo Walsh y Oesterheld, con la instrumentación, las bajadas de línea y los oportunismos. Que el compromiso político no nos tiña al escritor, porque le estamos regalando a la derecha el valor literario.

Escrito por
Juan Funes
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