“Salí de acá. Ya te dije que no me saques fotos”. Es abril de 2015 y el astro se retira de un restaurante en el centro de Bogotá. Había llegado a la capital colombiana para conducir el ciclo De zurda viajero junto a Víctor Hugo Morales para la señal TeleSur. Dos días después sería la estrella central del Partido por la Paz que se organizó en apoyo a las negociaciones que entonces mantenían en La Habana el gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
“Ya te dije que me dejes pasar. No jodas, hermano”, insiste Diego ante los paparazzi y las cámaras de TV. Sus dos custodios, Bruno y Walter, le abren paso al Diez sin mucha diplomacia. Al llegar a la calle, poco antes de que Diego suba a la combi que lo llevará al hotel, un taxista frena, se baja y le pide una foto para su hijo. “Sí, dale”, permite Diego. Suelta la mano de Rocío Oliva durante un segundo y les hace un gesto de aprobación a sus forzudos para que lo ayuden a llegar hasta el taxista y satisfacer el pedido. La escena refleja la dirección que tendrá la brújula de la vida política del Diez: jamás olvidar sus orígenes de familia humilde y trabajadora, y al mismo tiempo ser confrontativo y hostil con las cámaras y flashes de los poderosos.
DE FIORITO HASTA EL ÚLTIMO DÍA
Cuando en 1987 Diego pisó Cuba por primera vez para recibir un premio al mejor deportista de 1986, quedó impactado por “no ver a ningún pibe descalzo”, detalla el periodista Pablo Llonto en una nota en la revista Un Caño. Tiempo después, Diego volvió a usar la pobreza y la infancia para hablar políticamente, esta vez acerca de Juan Pablo II: “El Papa es un hijo de puta. Cómo puede ser que tenga techos de oro y después vaya a los países pobres a besar a los chicos que tienen la panza así culpa del hambre. Yo dejé de creer”.
Al recorrer las declaraciones y gestos políticos de Diego, en varias ocasiones se puede ver el impacto que tenía en él la desigualdad social en la infancia.
Ya con Alberto Fernández en la Casa Rosada, el Diez fue a visitarlo apenas asumió y le alcanzó un proyecto para “recuperar los potreros de los barrios humildes” en distintos puntos del país.
Diego legitimó sus posturas y su conciencia de clase a partir de su experiencia en Fiorito, tanto al ver a su padre como trabajador de una molienda de huesos como a su madre simulando que le dolía la panza para no comer y que sí lo pudieran hacer él y sus hermanos.
En sus expresiones políticas, Diego estableció puentes y machacó permanentemente respecto de su origen humilde. Maradona fue experiencia política pura. Ni libros ni grandes documentos teóricos, pero sí alguien que siempre reflejó a Fiorito. Fue el pibe humilde que llegó, el que pudo casarse en el Luna Park y tener todo el oro del mundo. Y con él, llegaron todos. No fue meritocracia egoísta. Al contrario, porque lejos de acomodarse al mundo de los poderosos, su sola presencia ponía en evidencia la injusticia que padecía su gente. Y lo hizo de manera desafiante, con el escudo argentino por sobre todas las cosas. El mito popular quedará para siempre y sus detractores seguirán recreando críticas similares a las que proferían contra Evita, esa mujer que no merecía vestirse con ropa de Dior dado su origen.
EL DIEGO DE LOS 90
Durante la década del 80 y buena parte de los 90, Diego se preocupó por evitar que su figura fuera usada políticamente. Sin embargo, durante los años en Italia quedó impactado por las movilizaciones de los trabajadores con banderas del Che Guevara. En ese contexto político y social, Diego redimió y reparó el orgullo del sur italiano destilando conciencia de clase y desafiando al poder en muchas de sus apariciones públicas: “Este scudetto se lo dedicó a todos los del norte que nos dicen que los de sur no somos italianos sino africanos”.
Mantuvo una relación ambivalente con Carlos Menem. Al principio lo apoyó, cuando hablaba de salariazo y revolución productiva, pero pronto se distanció de él aunque sin disparar fuego político.
En 1997, encontró en el gobernador de la provincia de Buenos Aires un enemigo. “Si veo a Duhalde en el desierto, le tiro una anchoa”. La frase –una belleza maradoniana con todo su ADN de creatividad– era consecuencia de la fuerte sospecha que tenía el Diez respecto de la presencia de Duhalde a través de la Policía Bonaerense en los escándalos que rodeaban a su amigo Guillermo Coppola. El hombre de Lomas de Zamora estaba enfrentado a Menem y además el riojano había perdido un hijo. Ambos elementos influyeron en Diego para su acercamiento con el de Anillaco, ya que son constitutivos de su andamiaje político: por un lado, los amigos de tus amigos son mis amigos y, en sentido inverso, tus enemigos son mis enemigos, y por el otro, el peso que tenía en el Diez el amor por los hijos y los padres.
En esos años, su atención estuvo en castigar duro a la dirigencia del fútbol nacional e internacional. En 1995, formó un sindicato de futbolistas que planteaba que los jugadores debían recibir un porcentaje de los millonarios contratos televisivos, que no debían jugarse partidos al mediodía y que lo peor del fútbol eran los grandes capitales que dominaban el mundo de la pelota.
Ya para entonces los medios lo mostraban políticamente como un outsider, casi grotesco, desacreditando sus palabras. Aún hoy, comparan a Maradona con otros líderes deportivos para señalar que estos son más pulcros en su pensar, más “políticamente correctos”, más ubicados, más Pelé.
DIEGO BOLIVARIANO
Finalmente, en 2000, Diego llegó a Cuba para una de sus rehabilitaciones. Allí, comenzaron a cristalizarse de manera nítida los valores latentes en el astro. “Fidel es como mi segundo padre”, le dijo al mundo. Maravillado con Cuba, conocerá la obra de Hugo Chávez en Venezuela y a partir de entonces profundizará una línea de coherencia absoluta al apoyar los procesos transformadores y antimperialistas de la Patria Grande. Será parte del Tren contra el ALCA y la contracumbre de Mar del Plata, apoyará la Revolución Bolivariana en Venezuela, respaldará a Bolivia en su reclamo por la salida al mar, se pronunciará a favor del pueblo palestino, sentirá cercanía con Néstor Kirchner y quedará para siempre en la memoria su “soy peronista hasta los huevos”, en respaldo a Cristina. Fue a despedir a su amigo Hugo Chávez cuando falleció y comparó el dolor que sintió por la pérdida de sus padres cuando se apagó la vida de Fidel Castro. La historia quiso que ambos partieran en la misma fecha.