Todo comienzo es arbitrario y generalmente político. Se suele dar comienzo a la literatura argentina con El matadero, de Esteban Echeverría, en formato cuento; y Amalia, de José Mármol, es investida como la primera novela.
Sin embargo no son relatos ficcionales que pertenecerían a lo que Pierre Bourdieu llama campo literario autónomo sino que están atravesados por la política y hay en ellos una clara intencionalidad política. El objetivo último es denunciar lo que los autores consideran es la dictadura de Juan Manuel de Rosas y dar cuenta del desprecio que la elite ilustrada, de raza blanca y centrada en Buenos Aires nucleada en torno a los unitarios y que se autodenomina civilización siente por esa otra parte de la población de las provincias, de tez oscura que denominan la barbarie.
Una de las primeras novelas argentinas estrictamente ficcionales es Stella publicada en 1905 bajo el nombre de un desconocido César Duayen. Tuvo un éxito clamoroso en su tiempo e inédito para cualquier escritor argentino del Río de la Plata. Como ocurrió hace poco con las novelas publicadas bajo el seudónimo de Elena Ferrante, la fama de la Stella dio lugar a diversas e incontables suposiciones e indagaciones respecto del autor. La belleza de las palabras, el retrato de las pasiones humanas hacía suponer una madurez literaria y se barajaron autores –todos varones, por supuesto– ya consagrados.

Las investigaciones cada vez más curiosas en busca del autor se direccionaban a Julio Llanos, ex diputado y hombre de letras. El hombre había hecho tratos con los editores para la publicación de la novela y todas las sospechas apuntaban contra él. Cuando comenzaron a multiplicarse las alabanzas y crecía la admiración en torno a su figura literaria, Julio Llanos rompió el silencio. El autor de Stella no era él sino su esposa. El seudónimo de César Duayen respondía al nombre de Emma de la Barra (1860-1947), quien había contraído segundas nupcias con Llanos luego de haber enviudado. La rosarina siempre manifestó haber escrito la novela en pocas semanas y haberla publicado con seudónimo masculino porque en ese momento estaba muy mal visto socialmente que una mujer sea escritora. Su segundo marido quizás abrumado por la angustia y en un acto de amor que le debía a su esposa y que lo era también de redención social tuvo que devolverle el lugar que le correspondía en las letras argentinas. Ema fue halagada en un prólogo a su obra más famosa por Edmundo D´Amicis, Manuel Mujica Láinez y la poetisa chilena Gabriela Mistral le dedicó el poema en prosa La oración de la maestra (1925). Curiosa o paradojalmente, Stella que hasta tiene una versión fílmica protagonizada por Zully Moreno en 1943 hoy es una novela sólo rescatada por feministas y no ocupa el lugar que le debe en el podio de las primeras novelas argentinas. Del mismo modo se suele atribuir la creación del género de las Aguafuertes a Roberto Arlt cuando años antes Alfonsina Storni en La Nación, Caras y Caretas y en el mismo diario El Mundo hacía tipologías del hombre dinosaurio y del hombre machista, recreaba pasajes de la vida cotidiana y escribía crónicas periodísticas que la perfilan en la verdadera creadora del estilo que popularizaría luego Arlt.

Un caso particularmente curioso es el de Antonietta “Nenette” Paule Pepin Fitzpatrick (1908-1990), compositora, pianista y letrista francesa, esposa del cantautor argentino Atahualpa Yupanqui (1908-1992). Hace algunas semanas se cumplieron 30 años de su muerte a la que la sociedad patriarcal y el particular machismo del mundo del folklore condenaron a firmar sus composiciones en coautoría con Atahualpa o con otros autores como Pablo del Cerro. Nenette eligió ese seudónimo por su nombre (Paule) y por su lugar amado, Cerro Colorado, en la provincia de Córdoba.

Autora o coautora de un sinfín de canciones que forman parte del canon folklórico argentino y de la música internacional tales como “El arriero”, “El alazán”, “Indiecito dormido”, “Chacarera de las piedras”, “Luna tucumana”, “Vidalita tucumana”, “Zamba del otoño” y “Guitarra dímelo tú”, entre tantas otras. La repercusión popular de sus canciones esconde su identidad.
Quizás cuando Nenette componía con Atahualpa esas canciones en las cuales con singular potencia y belleza rescata al coya, al labrador y al paisano y a tantas y tantos que no tienen nada que perder salvo sus cadenas; cuando denuncia los privilegios de la propiedad privada, el trabajo alienado y explotado, los surcos de sangre de los arrieros y otras injusticias seculares del pre- capitalismo y el capitalismo, consciente o inconscientemente, se filtraba en sus letras las injusticias infringidas por el hecho de ser mujer, la violencia de género y el paradigma de la dominación masculina. Tal vez elípticamenteen estrofas de “Devuélveme, devuélveme / mi pastorcita perdida … Mi voz te busca en el viento/ la Puna te reclama” está ironizando sobre su situación de poeta clandestina o cuando sabe que solo la luna tucumana conoce su caminar y su cantar o en la paradoja de la “Memoria para el olvido”.
En Stella, Ema de la Barra traspone sus experiencias de mujer sufrida que contrae nupcias con un hombre mayor. Llanos cumple su deber ético y amoroso y es el único que puede llevarla a la luz pública cuando a las mujeres les está vedado el espacio. Es casi como la de Atahualpa y Nenette una experiencia amorosa de escritura a cuatro manos. Entre las deudas históricas que se tienen para con las mujeres, devolver el lugar en la memoria colectiva de ellas y tantas pioneras es parte de la agenda y una de las formas de hacer efectiva la eliminación de toda forma de violencia contra las mujeres. Al fin al cabo, tal como escribió alguna vez Milan Kundera la batalla contra el poder es la batalla de la memoria contra el olvido.