La relación entre radio y música es medular y casi se podría decir que la radio “es” música. No se concibe el medio sin la intervención de cortinas, jingles e ilustraciones sonoras. El vínculo se desprende desde el instante fundacional: los cuatro locos de la azotea eligieron para el kilómetro cero emitir el “festival escénico sacro”, como definió a Parsifal su autor, Richard Wagner.
Pero más allá de la ópera, la que configuró el núcleo de esa relación en la primera mitad del siglo XX fue la estrecha amalgama con el tango. Mucho antes de la aparición de programas que se instalarían en el imaginario, como el Glostora Tango Club y Ronda de ases, Carlos Gardel fue un asiduo frecuentandor de los estudios radiales. Su debut fue en Splendid junto con José Razzano, el 30 de septiembre de 1924.
El desarrollo del tango fue simultáneo al de la radio y a otros fenómenos de la cultura popular, como el fútbol, las ediciones económicas de clásicos de la literatura universal y el furor por las revistas de historietas. Fueron los famosos años 40, cuyo espíritu terminó drástica, simbólicamente, con el golpe del 55. Las principales radios tenían orquestas estables con directores prestigiosos, y algunas, como El Mundo (en Maipú 555, hoy Nacional), disponían de auditorios donde se presentaban las típicas en vivo. Eran ceremonias pasionales. “Cada orquesta tenía su hinchada –recordaba Jorge Palacios, Faruk, humorista gráfico que fue miembro de la Academia Nacional del Tango–. La de D’Arienzo y la de Pugliese eran las más bravas: la de Fresedo era cajetilla. A Troilo lo seguía un público más tranquilo. Había mucha rivalidad. Eso se notaba en el programa Ronda de ases. Tocaban en vivo y casi siempre terminaban a las piñas. Después pusieron vigilancia, pero igual se agarraban y rompían vidrios”.
Entre tanto fervor rioplatense, el folklore logró hacerse su espacio. Los movimientos migratorios internos volvieron a los provincianos radicados en Buenos Aires y en su cordón industrial un mercado apetecible para, por ejemplo, los cigarrillos Caravana. La compañía tabacalera auspició el famoso El fogón de los arrieros, que iba también por El Mundo y lo conducía Buenaventura Luna, de La Tropilla de Huachi Pampa.
TODOS LOS GÉNEROS
Ese era el registro: tango, folklore y también música clásica y ópera, que eran abordadas por radios oficiales (Nacional y Municipal) y algún programa en las privadas, como Splendid, que tuvo un ciclo de lírica los domingos al mediodía. Junto con algunos envíos de jazz (como el de Oscar Guerrero por Splendid), a fines de los años 50 se afianzó el rock and roll y sus derivados. La radio resistió hasta donde pudo los embates de esa música que era condenada por sectores refractarios por “frívola y foránea”. A partir del Octeto Buenos Aires, de 1957, Astor Piazzolla encarnó su propia revolución, también interpelada por la ortodoxia. Son célebres las discusiones al límite de la escena de pugilato que Astor mantenía con Julio Jorge Nelson –uno de los difusores radiales más escuchados–, que lo criticaba afirmando que Piazzolla no hacía tango, sino “una locura híbrida”.
A lo largo de los 60 se formaron y apuntalaron las personalidades de comunicadores que hicieron de la música un eje clave de sus programas. Se destacan cuatro: Antonio Carrizo, Hugo Guerrero Marthineitz y, un poco más acá, Héctor Larrea y Juan Alberto Badía. Carrizo combinaba lo erudito y lo popular, con un aire campechano que sacó a relucir en sus extraordinarias entrevistas a Roberto Goyeneche y a Jorge Luis Borges; Marthineitz fue un transgresor de la palabra y de la pausa; Larrea devolvió el tango al pulso cotidiano de la ciudad y lo reubicó en los talleres, las oficinas, las fábricas; Badía se movió solvente en un abanico pop, orbitando obsesiva y pedagógicamente alrededor de Los Beatles.
Sergio Cirigliano, un histórico en la relación entre la radio y la música, destaca a Marthineitz. “Fue el creador del silencio. Eran silencios que hablaban. Y además te invitaba a amar la música. Era capaz de pasar a los Stones junto con Chabuca Granda y Juan D’Arienzo. Tampoco hay que olvidarse de Rapidísimo, el programa emblema de Larrea”.
Alfredo Rosso, creador del longevo La casa del rock naciente, destaca Modart en la noche. “Con la voz de Pedro Aníbal Mansilla y la musicalización de Ricardo Kleinman, fue clave en la educación musical de mi generación. Ahí conocí a Donovan, Led Zeppelin, The Move y Blind Faith, entre otros, e incluso allí escuché por primera vez a Almendra y a Arco Iris. También era importante Música con Ton, Son y Williams, que conducía Fito Salinas”.
LLEGA LA FM
A partir de los 80, el sonido metálico de la AM tuvo como opción la estética relajada de la FM. Entre los hitos, es recordado El tren fantasma, con conducción de Omar Cerasuolo y producción de Daniel Morano. Pronto se haría fuerte Del Plata. En los 70 se destacaron Badía y Graciela Mancuso con Imagínate. Los 80 catapultaron a Lalo Mir y Elizabeth Vernaci con 9 PM. Todavía no había ocurrido la guerra de Malvinas, y el programa de Mir y Vernaci ya pasaba temas del recambio del rock argentino aún antes que salieran los discos, como “La rubia tarada” de Sumo, “Superlógico” de los Redonditos y “El blues de las 6 y 30” de Memphis.
Malvinas puso todo patas para arriba, y la necesidad de exhumar repertorios en castellano significó un inesperado impulso para artistas que un segundo antes eran ignorados e, incluso, prohibidos. Daniel Grinbank catalizó ese momento histórico. Cuando lanzó la Rock & Pop provocó una revolución de contenidos y formas, con un aura de autor que proyectó a Mario Pergolini, Bobby Flores y Lalo Mir y, en horarios marginales, al Rafa Hernández y un equipo de periodistas básicamente gráficos con Piso 93 y a Norberto Verea con Heavy Rock & Pop.
La aparición de FM Tango, la apertura de las FM temáticas de Nacional (folklore, rock y clásica), la permanencia AOR de FM 100 y de Aspen, la marca que dejaron voces alternativas, como la de Tom Lupo, o instauradas, como la de Nora Perlé, constituyen un punteo arbitrario e incompleto de una historia riquísima que consolida, ni más ni menos, que la memoria cultural de generaciones enteras. Esa historia sigue en nuevas plataformas y enfrenta con todas las de perder el cambio de paradigmas en el consumo. Todos los caminos conducen al on demand. Pero siempre existirá, en AM o FM, alguien que en vivo haga un silencio oportuno, dibuje en el aire una seña al operador o presione una tecla y deje sonar esa música que le partirá el corazón a más de uno, lo hará pensar o recordar, o le hará compañía. Ese vínculo puede ser masivo o sesgado, pero es indestructible. Constituye, exactamente, la esencia de la radio.