Nuestro país puede jactarse de tener uno de los movimientos feministas más potentes y visibles del mundo, que cuestiona en sus bases al modelo patriarcal y, por ende, las bases del capitalismo neoliberal, denunciando su hipocresía, sus formulaciones mediáticas y sus construcciones de “sentido”. Hasta ciertos energúmenos televisivos han tenido que disimular sus ideas y adoptar muy notoriamente a su pesar cierto lenguaje más afín a la realidad que marca que los femicidios siguen multiplicándose y que la mujer y las, los y les miembros de la comunidad LGBT son hostigados cuando reclaman sus derechos. Sigue habiendo en la llamada “prensa seria” un tratamiento discriminatorio y, podríamos decir, “desganado” de las cuestiones de género. Se sigue hablando de chicas que “estaban en el lugar equivocado”; se indaga en el perfil de las víctimas en las redes y se publican las fotos más “osadas” de ellas. Es una lucha desigual de larga data que obtuvo un triunfo muy importante hace diez años con la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario y, más recientemente, con la aprobación en Diputados del proyecto de ley de aborto legal, seguro y gratuito, que no logró pasar la conservadora barrera del Senado.
La lucha de las mujeres por sus derechos es de larga data y tuvo un punto de partida determinante con la sanción del Código Civil en 1871, redactado por Dalmacio Vélez Sarsfield, yerno de Sarmiento, por entonces presidente de la República. Allí se establecía que la mujer era jurídicamente incapaz; que debía seguir al marido en todas las circunstancias; que en casos de infidelidad, la de la mujer quedaba probada a simple denuncia del marido y, en el caso del hombre, la mujer denunciante debía probar que su cónyuge convivía con la amante en la casa marital. Entre otras cosas.
La lucha de las pioneras del feminismo apuntó contra esa declaración de “incapacidad” jurídica que imposibilitaba el ejercicio de los derechos cívicos, entre ellos el voto. Allí estaban la pionera Juana Manso; Virginia Bolten, la gran dirigente anarquista creadora del periódico La Voz de la Mujer, cuyo eslogan era “Ni dios, ni patrón, ni marido”; Cecilia Grierson, la primera médica argentina y una de las convocantes al primer Congreso Femenino Internacional en 1910, en Buenos Aires; Julieta Lanteri, una de las primeras mujeres en votar en toda América en 1911, tras presentar un recurso ante la Justicia; Alicia Moreau, quien desde las filas del socialismo impulsó la presentación de proyectos de ley por sus camaradas varones, como su futuro compañero Juan Bautista Justo y Mario Bravo; Carolina Muzzilli y su militancia a favor de los derechos laborales de las mujeres y la abolición del trabajo infantil. Fue un proyecto de la bancada socialista el que permitió aprobar en 1926 la igualdad jurídica parcial de la mujer y permitió avanzar hacia el derecho al voto, que llegó a aprobarse en Diputados en 1932, pero fue rechazado rotundamente en el Senado. Como sabemos, será aprobado en 1947 gracias al impulso de Eva Perón.
En este largo camino, las mujeres luchadoras fueron calumniadas de todas las formas posibles, poniendo “en duda” su sexualidad, su calidad de “esposas y madres” y su estética. Había que tener mucho coraje para enfrentar al bloque de poder en su conjunto y mantenerse firmes, muchas veces incluso ante la incomprensión de sus propias congéneres. Hoy la lucha continúa y se espera un nuevo debate en el Congreso que haga justicia.