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Caras y Caretas

           

EL COMPAÑERO MARECHAL

El autor adscribió al peronismo en forma pública hasta convertirse en uno de sus símbolos, lo que le valió proscripciones y desprecios. Megafón, o la guerra es la novela de la resistencia y una dolorosa profecía de los años de plomo por venir.

Yo, en tu lugar, buscaría en el pueblo la vieja sustancia de héroe. Muchacho, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria”. Este fragmento pertenece a la Rapsodia II de Megafón, o la guerra, cierre de la obra de Leopoldo Marechal. Hoy sería pertinente refrescar su figura, ejercer también con su obra ese derecho a la memoria que invoca en este párrafo.

A pesar de acreditar una valiosa trayectoria y de haber frecuentado airosamente todos los géneros literarios (la poesía, el cuento, la novela, el teatro, el ensayo, la crónica), para la consideración de la crítica, Marechal sigue ocupando un modesto segundo plano en relación a Borges, oscurecido por esa sombra que todo lo oscurece. Con el autor de El Aleph fueron compañeros en la inolvidable guerrilla literaria que renovó la literatura argentina, que tan bien supo retratar Marechal en su Adán Buenosayres. Pero aquellos revoltosos jóvenes martinfierristas tomaron caminos diferentes, tanto en la literatura como en la vida. Mientras Borges edificaba una obra monolítica e irrefutable, permeada por la iridiscencia fantástica y la especulación filosófica, Marechal abrió puertas y ventanas para que el viento de la historia alborotara sus palabras.

En la vida civil, las intervenciones políticas de Borges se mostraron ambiguas y difusas, pero la intelligentsia cultural siempre se ha ocupado de blindarlo mediáticamente, ocultando bajo la alfombra ciertas declaraciones escandalosamente reaccionarias. Eso sí: el antiperonismo de Borges fue vitalicio. Marechal, en cambio, adhirió plenamente a una causa nacional y popular que tuvo oportunas manifestaciones en su obra. Prefirió individualizar los rostros de seres concretos, acariciarlos en plena acción, insuflando una épica a las luchas populares, donde belleza y justicia se funden en un rito amoroso. Pagó un alto costo por ello: un cruel ostracismo, la indiferencia de sus pares, que cajonearan su obra.

HECHIZOS ACÚSTICOS

El peronismo de Marechal tuvo orígenes más sensoriales que racionales; hechizado por un oleaje acústico, se sumó a los manifestantes que pasaban por la puerta de su casa, el 17 de octubre de 1945. El peronismo le entró por los oídos: “De pronto me llegó desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular, y enseguida su letra: ‘Yo te daré/ te daré, Patria hermosa/ te daré una cosa/ una cosa/ una cosa que empieza con P/ ¡Perooón!’. Y aquel ‘Perón’ resonaba periódicamente como un cañonazo. Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder (…) Desde aquellas horas me hice peronista”.

Megafón, o la guerra es la novela de la resistencia peronista. Marechal construye una alegoría trascendente con los pedazos dispersos del peronismo, restaurando lo deshecho. La novela es un alegato contra los crímenes de la Revolución Libertadora. Megafón instala su cuartel general en el barrio de Flores, donde planificará con sus compañeros operaciones de carácter bélico (“Los recursos logísticos de las operaciones van desde la crueldad necesaria del bisturí hasta el humorismo tremendista y los bálsamos de lo poético”). El saqueo fue mayúsculo, la depredación cercenó vidas, se ensañó con los deseos, la esperanza y el futuro del pueblo: “Vea, yo vengo de tan ‘bajo’ y salí a la superficie a través de tantas capas duras como el cemento, que hoy, sólo al recordarlo, me duelen todos los huesos del alma”, se autodefine el héroe marechaliano.

En 1955, unos chacales arrasaron a las clases populares que se habían puesto de pie. Trabajadores dignificados habían empezado a caminar con la frente alta por un país nuevo. Marechal hace circular un aire perfumado entre las palabras que parecen suspirar de placer en un placebo de belleza; conjura el Tánatos con un Eros comunitario, barrialista y cósmico. Mar de fuego y poesía donde se libra una batalla final por la soberanía popular y la equidad social: lo celeste y lo terrestre se comunican por un cordón astral tensado por la imaginación militante.

SÍMBOLOS Y DELICIAS

Tramada a partir de guerrillas urbanas y metafísicas, de “asedios” y “operaciones”, dividida en diez rapsodias, Megafón, o la guerra da una vuelta de tuerca a la ficción política, interviniendo el tiempo histórico (transcurre entre 1956 y 1957) con una maraña de símbolos, delicias poéticas y desplantes humorísticos que dan como resultado una obra diáfana, imprevisible y libertaria. Los datos duros se difuminan en los entresijos de la parábola. Como en Adán Buenosayres, hay personajes en clave, como “el ecónomo” Salsamendi, que remite a Álvaro Alsogaray, o el General Bruno González Cabezón, que fusiona a los dictadores Pedro Eugenio Aramburu y Juan Carlos Onganía, denotando la continuidad entre dos revoluciones falsarias: la Libertadora y la Argentina, que pusieron “a veinte millones de argentinos en situación de retiro”.

La muerte ritual de Megafón está habitada por los mártires que fueron y que vendrán. Descuartizado, como Túpac Amaru y Dioniso, se funda como mito y prenda de redención; su cuerpo, repartido por varios lugares de la ciudad, metaforiza el campo popular, parcelado por las alambradas de la dictadura. Aunque vengan descuartizando, la lucha continúa. Hay una imperiosa voluntad de renacer de las cenizas, evangelio que brota del megáfono de Megafón.

La última novela de Marechal se espeja en la retórica de los panfletos políticos y las consignas de la resistencia, pero devolviendo una imagen distorsionada y multiplicada en un haz de símbolos que confluyen en un programa de reconquista de la patria, usurpada por la reacción liberal/ oligárquica. El mensaje plano y directo, propio del discurso panfletario, se transfigura y atomiza en esquirlas de metáforas, en escenas onírico/ realistas, bañadas en las aguas del sueño pero devueltas a la vigilia con prontitud militante.

Marechal falleció el 26 de junio de 1970; un mes después se publicaba Megafón, o la guerra, que tomaría un carácter profético: los años de plomo no estaban tan lejos.

“Sea como fuere, todo aquí está en movimiento y como en agitaciones de parto. ¡Entonces, dignos compatriotas, recomencemos otra vez! Así lo aconsejaba Heródoto, gran farol de la Historia, que sabía un kilo. ¡Y adiós que me voy!”

Escrito por
Rodolfo Edwards
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