Para Claudio Tolcachir en la cuarentena no existe la pausa. El dramaturgo, actor y fundador del teatro Timbre 4 tomó la particular situación que vive el país (y buena parte del mundo) como un desafío creativo y solidario. Al día siguiente de iniciada la cuarentena, el viernes 20 de marzo, Timbre 4 empezó a pasar obras online a la gorra desde su página web (https://www.timbre4.com/), y más de cien mil personas las vieron durante el primer fin de semana. Además, la escuela mantiene las clases en formato online y en los próximos días empezará producir material nuevo con los actores y actrices de la compañía.
En diálogo con Caras y Caretas, Tolcachir contó cómo vive los días de aislamiento, de qué forma el colectivo busca reinventarse ante el imperativo digital y habló sobre los desafíos de mantener en pie el teatro, con los sueldos de sus trabajadores al día y la fuerza creativa en movimiento. “Por suerte mucha gente busca la conmoción que genera el teatro, esa forma de contar historias, el salto al vacío que implica una función”, sostuvo el dramaturgo durante la conversación.
–Uno de los temas centrales de tu obra Próximo es el vínculo mediante dispositivos tecnológicos. De golpe estamos en una situación en la que esa parece ser la norma. ¿Cómo lo está viviendo?
–En lo personal, no estoy padeciendo tanto la cuarentena en el hecho de no poder salir o no hacer actividades sociales. No es algo que a mí me extrañe. Lo estoy sufriendo laboralmente, afectivamente por no poder cuidar o estar con mis viejos. Pero como estoy con mis hijos, esto me tiene bastante ocupado. No me estoy permitiendo angustiarme, estoy aprovechando y viviendo con la alegría que puedo esta megaconvivencia en el hogar con mi familia. Lo estoy viviendo como una etapa única que me tocó así, en este momento de mi vida. Seguramente a todos los integrantes de esta minifamilia nos va a dejar marcados, creo que positivamente. Próximo de alguna manera se adelantó a esto, sí, algo de esta distancia que aparecía en esa obra hay. Por supuesto, si yo no pudiera ver a mis hijos estaría cortándome en pedacitos. Poder estar con ellos, cuidarlos, darles de comer y abrazarlos es todo lo que necesito en este momento. Por suerte todo mi círculo de gente está sano, y tengo mi respeto más profundo para quienes están poniendo el cuerpo para cuidar la salud.
–¿Es un momento fecundo para la escritura?
–Lo que me sucede en cuanto a la escritura es que con dos bebés a cargo, las tareas de la casa, las cinco clases semanales de cuatro horas que tengo a cargo, la programación de Timbre, el trabajo con todos los profesores y la respuesta a todos los alumnos, la búsqueda de dinero por donde sea para pagar sueldos, el momento de sentarme a escribir no existe. De todas formas, la escritura no se trata sólo del momento de escribir, sino que hay mucho de vivencia. Seguramente estamos viviendo cosas interesantes que luego se volverán ficción.
–En relación a Timbre 4, ¿cómo llevan la situación desde lo colectivo?
–Tengo cierta tendencia no al optimismo, pero sí a la supervivencia. Siento que como equipo en Timbre 4 nos está colocando en una posición de creatividad, de comunión. Obviamente tenemos muchas dificultades, económicamente esto es un desastre, pero me gustó que nadie puso en duda el hecho de seguir, el sueldo de la gente, cueste lo que cueste, salga de donde salga la plata, ser solidarios con los que más frágiles están. Todo el equipo de profesores de Timbre está trabajando de una manera que es emocionante, con una creatividad, con una energía, con una comunión de grupo inmensa. Lo mismo pasa con los alumnos, que están ahí luchándola. La situación nos llevó a comunicarnos con todos para ver cómo estaban, para ver, además, quiénes podían pagar la cuota y quiénes no. La idea fue que nadie se quedara afuera del teatro por cuestiones económicas. Aparecieron ideas nuevas desde la docencia, aparecieron ideas nuevas desde el teatro. Obviamente, la situación es muy dura y catastrófica. La creatividad y el hecho de ser un grupo nos está ayudando a llevarla de una forma activa, y que no nos pase por encima la angustia o la tristeza.
–En su obra Tercer cuerpo aparece otro de los temas que en estos días parecen volverse difusos, que es el de la productividad. ¿Sintieron en algún momento que quedaron pedaleando en el aire?
–La verdad es que cuando empezamos a ver lo que venía, lo que se sintió dentro del grupo, lo que funcionó en mi cabeza, fue pensar “¿qué hacemos con esto?”. Soy muy consciente de la responsabilidad que tengo: una responsabilidad concreta, porque hay gente cuya fuente de trabajo es Timbre, pero también la responsabilidad de crear contenido, con el público que quiere seguir conectado, una responsabilidad que pesa, pero que me resulta linda. Nunca tuve la sensación de que nos quedamos pedaleando en el aire, como tampoco la tuve en 2001 cuando abrimos, ni cuando nos han clausurado, ni cuando nos va mal con una obra. En momentos de crisis lo que me surge es preguntar “¿qué hacemos con esto?”. Así que, por ejemplo, las clases las transformamos en clases virtuales. Por suerte, la mayoría de Timbre sigue adelante con este tipo de trabajo. Eso nos da mucha ocupación y también mucha creatividad, porque están apareciendo trabajos alucinantes. Lo mismo ocurre con el teatro: buscamos la forma de que haya comunicación con el público, incluso que haya ingresos a través de la gorra o de algún subsidio, para que eso vaya a todo el grupo y poder sostener la red de todos los que somos parte de Timbre. No tengo esa sensación de pedalear en el aire, al contrario. No es para nada una alegría lo que sucede, no tengo ese nivel de negación, pero sí puedo tener una alegría en sentir que no nos hemos quebrado.
–Otro tema que aparece en Tercer cuerpo es el de trabajar y vivir en el mismo espacio, algo que con la cuarentena se hizo masivo.
–Para mí nunca me fue un problema, imaginate que viví en Timbre 4 diez años. Que ahora irme a trabajar sea simplemente entrar al escritorio, para mí es una gloria (se ríe). No lo estoy sufriendo para nada. Encontré una nueva manera de comunicación con mis alumnos y estamos trabajando muchísimo, probando ejercicios totalmente nuevos gracias a esta situación. No estoy pudiendo hacer nada de lo que dice la gente, leyendo aquellos libros pendientes, ni haciendo gimnasia, ni cambiando mi manera de vivir. Estamos haciendo lo mismo que siempre. Como podemos, modificado, pero activos y sin pausa. Después, cuando todo pase, tendremos alguna pausa para entender qué pasó, cómo lo hicimos y cómo nos deja.
–¿Cómo resultaron las obras online?
–Las obras online nos sorprendieron. El jueves 19 de marzo se decretó la cuarentena y el primer viernes ya pusimos en la página El viento en un violín. Ese fin de semana más de cien mil personas se sumaron al proyecto y vieron los videos. Descubrimos que había un canal de comunicación para seguir activos. Muchas obras que dábamos por terminadas volvieron a vivir y mucha gente que no había podido verlas presencialmente por ser de otras provincias o países agradeció muchísimo la posibilidad de que estuvieran online. Luego sumamos lo de la gorra, y es conmovedor la cantidad de gente que colabora. Los videos son abiertos y gratuitos, pero existe esta colaboración. Lo obtenido va un 50 por ciento para la sala y un 50 por ciento para las cooperativas, eso nos ayuda muchísimo a sustentar los gastos de la sala y también les llega dinero a los actores que no están pudiendo actuar. Fue una emoción especial volver a compartir obras que ya daba por terminadas, como El viento en un violín, Emilia o Dínamo, obras que ya habían cerrado su ciclo. De golpe volver a difundirlas, volver a recibir comentarios de la gente, fue muy especial para mí y para los actores. Lo más conmovedor era que había como un nervio, una ilusión, esa sensación previa a la función de estar movilizado. Los actores se arreglaban, se preparaban como para una función presencial.
–¿Las personas que vieron las obras se quedaron a comentarlas? ¿Se pudo establecer un diálogo?
–Sí. Las conversaciones fueron súper interesantes. Todos asumimos que el teatro es un lugar de encuentro, de presencia, de comunicación, y como a mí me tocó presentar muchas de las obras y después quedarme con la gente charlando, veía cuánta necesidad de comunicación había. De alguna manera, se pudo rescatar las ganas que tenía la gente de hablar, más allá de su círculo interno. La verdad es que fue un placer enorme leer sus comentarios, ver preguntas, chistes, anécdotas, todas las cosas que la gente quería compartir. Con el equipo de La omisión de la familia Coleman hicimos una especie de streaming contando anécdotas, que también estuvo muy bueno. Si de alguna manera el teatro puede funcionar como lugar de encuentro, tratamos de hacer lo que podamos para que eso suceda. Por eso queremos pasar las obras a la hora de la función y que todos arranquen juntos, respetar de alguna manera esa ceremonia.
–¿Tienen otras propuestas para los próximos días? ¿Consideraron la posibilidad de producir material nuevo con las limitaciones de la cuarentena?
–Estamos pensando de todo. Estamos haciendo tantas cosas para mantener a flote el barco que a veces nos falta tiempo para ponernos a crear algo nuevo, pero la idea es que cuando termine esta tanda de obras grabadas, empecemos a generar material nuevo con el equipo de actores. Desde el punto de vista económico, estamos pidiendo todo el apoyo a quien podamos, sea del Estado, de empresas o de otras instituciones; que sepan que todo lo que den a Timbre es algo que se reparte en comunidad, porque lo fundamental es sostener la fuente de trabajo de todos. También pensamos, en términos solidarios, qué podemos hacer con nuestro pequeño restaurancito de Timbre 4, cómo asistir a gente que esté cerca con el delivery. La idea es seguir activos porque esencialmente es lo que más nos gusta: inventar cosas que no existen.
–¿Cuál es la importancia del teatro en una situación como la que estamos viviendo?
–El teatro puede aportar un tipo de entretenimiento que al mismo tiempo tiene la poesía y la profundidad de tocar ciertos lugares que otros sistemas artísticos no tienen. Mucha gente, y por suerte es mucha la que ve teatro, busca esa conmoción que tiene la vida en el escenario, la forma de contar las historias, ese salto al vacío que implica una función. Por más que las obras sean grabadas, no están editadas, siguen siendo funciones. Todo eso te conmociona. Y, como decía antes, es el encuentro, la posibilidad de encontrarse con nosotros y entre ellos.