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Caras y Caretas

           

EN CONTRA DEL ORDEN BURGUÉS

El autor de Los siete locos coqueteó con el socialismo y con el anarquismo. Aunque nunca tuvo una filiación definida, se movía cómodo en la crítica social y hacia las instituciones.

Uno: un santón revolucionario coronado con el blasón de haber padecido en su propio cuerpo las laceraciones de la ciudad liberal. Dos: el pequeñoburgués individualista obsesionado por pegar un salto gardeliano que lo aleje de la miseria, del bostezo existencial y de las paredes húmedas y carcomidas de las pensiones baratas. Tres: nada de eso; lo que manda en Arlt es un ventarrón elusivo, resbaladizo, con zonas intrigantes, así en su literatura como en sus días mortales.

Ahí nos quedamos. Con ese puchero misterioso que se arma entre la neblinosa biografía y su literatura tan esquiva a la definición unívoca, tan difícil de ser apresada, sobre todo por una ideología irrevocable.

Roberto Arlt tuvo encuentros, colaboraciones, simpatías, corcovos, escasísima o nula militancia por los arrabales de las corrientes políticas a las que los rebeldes, como él, se acercaban en su época. Pero todos los intentos de envasarlo en un solo paquete fracasaron o fueron discutidos. O sea: nada quedó estabilizado para definirlo sin matices.

LA CLARIDAD DE BOEDO

Un primer revuelo político lo genera el grupo Boedo, autodefinido a favor de una escritura de izquierda y militante, animado por socialistas y anarquistas desde los años 20. Algunos –biógrafos, críticos– lo arriman allí sin dubitaciones. Pues bien: Arlt estuvo cercano a Boedo, y uno de sus padrinos literarios, Elías Castelnuovo, lo contaba entre los colaboradores de los medios de prensa boedistas, uno de ellos, Actualidad, dirigido por el propio Castelnuovo.

Con Castelnuovo, Arlt emprendió la más clara aventura de intervención política pública cofundando la Unión de Escritores Proletarios. El sindicato se plantaba en 1932 con una clara defensa de la Unión Soviética, un definido antiimperialismo y un ceñudo antifascismo. La editorial Claridad le reeditó la novela El juguete rabioso y lanzó la primera edición de Los siete locos. Pero Roberto no caminaba las calles mostrando el carnet de Boedo. Más aún: fue secretario del factótum y benefactor de la revista Martín Fierro, Ricardo Güiraldes, un “Florida” pura cepa que también palmeará su ingreso al mercado literario. Las colaboraciones periodísticas, hasta profesionalizarse con éxito en el diario El Mundo, no alcanzan para trazar pertenencias automáticas. Salvo que en ese derrotero se sume también a Patria Libre, libelo de la patotera Liga Patriótica, donde escribió en 1921. Pero además hubo tinta multicolor: desde la revista clasemediera El Hogar hasta la inflamable Extrema Izquierda.

El socialismo clásico, el de Palacios, Repetto y compañía, más bien lo repelía: Aníbal Ponce, el discípulo notable de José Ingenieros, mentó el “inmoralismo” de Arlt. Es que el desafío arltiano a las buenas costumbres, junto con la costra dura de sus personajes en falsa escuadra, no tenía nada que ver con la luz que perseguían las buenas conciencias.

En la relación Arlt-política, cabe la lectura de sus personajes y la propensión a confundirlos con su autor. Arlt no tiene la espalda encorvada como el Jorobadito, no traiciona a un igual como Silvio Astier ni se pierde en los esperpénticos sueños recontrarrevolucionarios de sus siete locos. Sin embargo, muchos lo apuntan políticamente como si él hubiera sido uno más en esa tropa de narcisistas pobres y melancólicos. Por lo tanto, lo señalan como un “pequebú” o como un desclasado que exhibe sin remilgos los dientes de un Drácula a la búsqueda del próximo cuello blanco.

La pasión más genuina de Arlt fue la autoconstrucción aunque disparara su artillería contra el mundo capitalista con un gesto hosco y una disposición de aguafiestas. En la otra punta, el más fuerte intento de encuadrarlo post mortem estuvo a cargo del simpatizante del Partido Comunista Raúl Larra, con la publicación, en 1950, de Roberto Arlt, el torturado.

NO SOY DE AQUÍ NI SOY DE ALLÁ

En la operación rescate que la revista Contorno le dedica en su segundo número de 1954, Juan José Gorini recuerda la afirmación entusiasta de Larra: “¡Arlt es nuestro!”. Así lo deducía por la mirada arltiana sobre los detritus de las nuevas ciudades, por esos personajes desabastecidos material y moralmente exhibidos así como para clamar por su rescate socialista o comunista. Gorini dice que no, que Arlt comunista no. Nada que ver. Y del “partido”, menos. “Espíritu eminentemente rebelde, hubiera reaccionado en forma violenta –conjeturaba Gorini en 1954– contra los crímenes en la URSS, con los llamados a la ‘disciplina y a la autocrítica’ y aun ante el colectivismo”.

Porque en cuanto a ideas es mucho más posible que la hora de ensoñar utopías –y qué duda, Arlt de ensoñar sabía– le entusiasmara el socialismo libertario o directamente el anarquismo, el que preserva la idea de una individualidad libre y alejada de las masas como puerto de llegada.

El tiempo se encargó de arrimar a Roberto Godofredo Christophersen hacia algún territorio que tuviera más que ver con él. Hace esa tarea, entre otros, Oscar Masotta en entre otros, Oscar Masotta en Sexo y traición en Roberto Arlt. Allí planta una frase iluminadora que dice: “Las banderas no cuajan con las manchas”. Cuando se penetra en la desesperación, cuando se sale a perseguir salidas desesperadas, no es fácil que pathos y militancia orgánica se unan. Y eso no quita que el autor esté al tanto de que la economía y la política embarcan a los hombres en sus destinos. La disciplina partidaria no era para el hombre Arlt. La solidaridad buenista tampoco estaba en su credo. Acaso sí el delirio de hacer volar todo por los aires; acaso sí una acumulación combustible de negatividad contra el orden burgués y sus instituciones, desde la Casa Rosada hasta la casa familiar.

La crítica literaria –desde los 60-70 hasta hoy– creció y borroneó los clisés. Pero como toda obra singular, siempre tendrá zonas listas a ser liberadas y discutidas. Anarquista, socialista, individualista, resentida. Su obra expele un humo sucio que siempre será político.

Escrito por
Vicente Muleiro
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