La experiencia del último mes (porque sí, los argentinos y argentinas llevamos sólo un mes de cuarentena obligatoria, aunque parezcan siglos) está generando dos consensos, inestables, pero consensos al fin. Primero, que la máxima autoridad para definir y jerarquizar los problemas de la sociedad, y distribuir sus riesgos y costos, es el Estado. Segundo, que el Estado ha dejado de ser considerado como un problema, como lo fue durante la larga era neoliberal, para pasar a ser una solución, como señala el sociólogo estadounidense Peter Evans en El Estado como problema y solución.
Más aún: en plena pandemia de coronavirus, el Estado no sólo es una solución, sino la única. Esta situación inédita amplía decisivamente el margen de oportunidad para discutir y construir las reglas que organizarán nuestro futuro post-pandemia. Es ahora el momento de discutir qué Estado necesitamos y/o queremos hacia el futuro: lo que llamaremos una nueva estatalidad. Porque la pandemia nos muestra qué Estado nos falta; y también nos da evidencia concreta para debatir qué Estado necesitamos, o queremos.
Así preguntémonos primero ¿qué Estado nos falta? Las respuestas a esta pregunta serán muchas: porque no es lo mismo responderla hoy, apenas transcurrido un mes, que dentro de 15 días; y porque el Estado no le “falta” de igual forma a un empleado en blanco que a un trabajador informal o a un trabajador desocupado; a un gran empresario que a una PyME; a un jubilado, que a un estudiante, o que a una ama de casa.
Sin embargo, hasta hoy, hemos visto en términos generales a un Estado replegado a sus funciones esenciales (la preservación de la vida, la salud, la alimentación, la seguridad), que sólo pudo cumplirlas parcialmente. Hubo áreas completas del Estado que no encontraron o no cumplieron su rol en la crisis; muchas dificultades de articulación y coordinación entre las distintas áreas, y al interior de las mismas; y hasta incapacidad para prever y ejecutar medidas básicas, como la atención bancaria, las prestaciones sociales, el control de abastecimiento y precios. Vimos también a un Estado con dificultades para distribuir con eficacia los costos de la pandemia, y para lograr que muchos sectores acepten resignar una parte de lo propio para preservar la vida de todos.
Muchas de estas incapacidades del Estado fueron puestas en evidencia y potenciadas durante la pandemia, por las rupturas de todo tipo que la misma produjo, pero venían siendo arrastradas desde mucho antes. Lo que hizo la pandemia fue volverlas más visibles, y en muchos casos, mucho más graves.
¿Fue difícil? ¿Fue un desafío inesperado gobernar a una sociedad bajo pandemia? Sin dudas. ¿Muchas falencias fueron suplidas por un esfuerzo humano importante en muchos niveles, y sobre todo por un liderazgo presidencial claro y sensato? Probablemente. Pero recordemos que de lo que estamos hablando es del Estado, y no del gobierno que ejerce la conducción política de ese Estado.
Discutir el Estado
Preguntémonos, entonces, ¿qué Estado queremos? Porque descubrir qué Estado nos falta, nos pone, en gran medida, en condiciones para discutir sobre una nueva estatalidad. Sobre las condiciones para lograr un Estado capaz de producir y cuidar lo que nos es común. Eso que nos hace comunidad en la diversidad que se muestra diariamente en barrios, sindicatos, clubes, empresas, partidos políticos, movimientos sociales; diversidades étnicas, culturales, religiosas, lingüísticas, de género, etcétera. Construir lo que nos es común es decisivo, indispensable, en tiempos de creciente desigualdad y fragmentación social. Si esa nueva estatalidad está basada en la capacidad del Estado para producir lo que nos es común y cuidarlo, ¿cómo lograrla? ¿Cómo fortalecerla?
El primer plano de acción es reconstruir el pensamiento estatal: no nos referimos a un pensamiento sobre el Estado, sino a un pensamiento específico del Estado, como expresan el filósofo Sebastián Abad y la historiadora Mariana Cantarelli en Habitar el Estado. Pensamiento estatal en tiempos a-estatales. El Estado debe construir sentido, además de ser la cristalización de ese sentido. Porque uno de los máximos triunfos del neoliberalismo fue lograr que el Estado deje de pensarse a sí mismo, liberando ese espacio para otros agentes que lo colonizaron con sus valores e intereses: los del mercado, los del poder económico, los de las corporaciones, etcétera. Lo experimentamos con claridad durante el gobierno de Cambiemos, cuando el Estado fue manejado como una empresa, con los resultados a la vista.
El Estado debe darle sentido a esa construcción de lo común, definiendo los valores e intereses que son comunes a todos: una ética estatal que tenga como pilares a la solidaridad, a la igualdad y a la responsabilidad del cuidado de lo común. Y esto es mucho más que ser honesto con los fondos públicos, que ser eficaz en el cumplimiento de las tareas, que ser transparente en la asignación de recursos: implica que la realización de la propia meta individual sea idéntica al logro de las metas de conjunto. ¿Nos ha mostrado la pandemia que en el futuro necesitaremos agentes estatales con mayor capacidad para asumir riesgos, con mayor inventiva y dinamismo para dar respuestas con rapidez?
Esa ética estatal debe guiar, también, la definición y resolución de los problemas comunes del futuro, muchos de ellos profundizados o puestos en evidencia por la pandemia: por ejemplo, las desigualdades sociales, la relación del trabajo y de la educación con las nuevas tecnologías, el control territorial, el desarrollo productivo y su sustentabilidad ambiental.
Transformar el sentido común
El segundo plano de acción es transformar el sentido común existente sobre lo estatal y sus agencias, donde hasta hace poco apreciamos un sólido consenso a-político y a-estatal. Ese sentido común es importantísimo porque, por ejemplo, determina las respuestas a preguntas tan básicas como estas: ¿nuestra salud y/o nuestra alimentación deben ser consideradas problemas de toda nuestra sociedad, o sólo, por ejemplo, de los enfermos o hambrientos?¿La educación y la seguridad deben ser consideradas derechos que deben ser garantizados por el Estado, o sólo como problemas individuales a ser resueltos (o no resueltos) por el mercado?
La nueva estatalidad que debemos discutir, aprovechando las enseñanzas y oportunidades de la pandemia, supone un Estado capaz de producir comunidad y de cuidarla. En este contexto de profunda desigualdad y fragmentación social, es el Estado el que debe poner en el centro de su acción a la igualdad, a la solidaridad y a la responsabilidad como valores fundamentales. Y no sólo enunciarlas, sino además hacerlas cumplir.
Construir lo que nos es común y defenderlo es, también, tener la autoridad suficiente para decidir en última instancia y legítimamente cuál será la distribución de riesgos y costos, como sólo puede hacerlo el Estado. Reiterando la afirmación del presidente Fernández, “nadie se le puede plantar al Estado”: porque si no es el Estado el que lo hace, necesariamente eso lo definen los actores más poderosos, en favor propio.
* Doctora en Ciencias Sociales, investigadora independiente CONICET, directora del Centro de Innovación de los Trabajadores (CITRA) CONICET-UMET, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.