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Caras y Caretas

           

“LAS REBELIONES MARCARON LOS 60”

Mariano Ben Plotkin es doctor en Historia, licenciado en Economía, investigador principal del Conicet y profesor de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y de la Universidad Libre de Berlín. Aquí reflexiona sobre una década expansiva y dinámica, plena de audacias y miedos.

Mariano Ben Plotkin sostiene la imposibilidad de pensar la década del 60 como un todo homogéneo. Su característica central, dice, es la aceleración del tiempo histórico, marcada por una producción intelectual desbordante, una ebullición política, cultural y científica de signos muy diversos, a veces contradictorios, y sobre todo la certeza, para la totalidad de sus protagonistas, de que el mundo iba a cambiar, y que ellos serían los artífices de esa transformación, que era inminente, inexorable, en un proceso complejo que para algunos se llamaba “revolución” y para otros, sencillamente, “modernidad”.

Doctor en Historia, licenciado en Economía, investigador principal del Conicet y profesor de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y de la Universidad Libre de Berlín, el campo de estudio de Plotkin es –además del psicoanálisis, disciplina a la que dedicó varios trabajos– la historia de las ideas, el modo en que las sociedades, particularmente la argentina, las producen y las hacen circular, y dentro de esa dinámica, los vínculos que se establecen entre las elites intelectuales y las elites políticas. Piensa los 60 en la Argentina como un proceso histórico ampliado, que se inicia con la proscripción del peronismo y se extiende más allá del Onganiato, y se esmera en señalar no las constantes que podrían describir esa década larga, sino los elementos que la tornan múltiple, paradójica, inasible desde todo reduccionismo.

“Después de la caída del peronismo hubo una cuestión paradójica, porque la Argentina no era un país democrático pero la universidad sí lo era. La universidad se convirtió en una especie de motor de modernización. Entre 1957 y 1959 se crearon las carreras de Psicología y Sociología, también la carrera de Economía dentro de la Facultad de Ciencias Económicas, que antes sólo producía contadores públicos. Esta profesionalización de disciplinas que hasta ese momento habían sido practicadas de manera más o menos amateur, y que se dio en varios países, tuvo un gran impacto en las políticas públicas”, comienza Plotkin.

–La década del 60 está vista como una época de auge revolucionario.

–Efectivamente. Las rebeliones marcaron los 60 a nivel internacional, con generaciones muy impactadas por la Guerra Fría, con la idea de que el fin del mundo podía llegar en cualquier momento apretando un botón. Hay que recordar el pánico que se vivía por la inminencia de una guerra atómica. También hubo experiencias que incentivaban a que todo fuera posible. En el ámbito técnico y tecnológico, la invención de la pastilla anticonceptiva propulsó una revolución sexual. Y por otro lado hubo una explosión de los medios de comunicación: por primera vez la gente podía enterarse en tiempo real de lo que estaba sucediendo en la otra punta del mundo, o llegar más rápido en modernos jets a lugares lejanos. Todo esto cambia la manera de percibir el mundo, cambia la subjetividad. En cuanto a la política, la Revolución Cubana desestabilizó un montón de certezas que tenían tanto la izquierda como la derecha, demostró que era posible hacer una revolución a  60 millas de Florida. Lo mismo los movimientos nacionalistas de África, que demostraron que otro modo de hacer las cosas era posible. Esto también les dio un impulso muy grande a diversos movimientos, que fueron muchos y muy heterogéneos. La especificidad argentina, o más bien latinoamericana, es que todo eso ocurrió bajo dictaduras o gobiernos civiles muy débiles, tuneados por militares, cosa que no pasaba ni en Europa ni en Estados Unidos. Pero en la década del 60 nadie dudaba de que iba a haber una revolución: la discusión era si había que acelerarla o atrasarla.

–Este cambio de subjetividad visibilizó a un nuevo actor: la juventud.

–Los jóvenes ya no eran solamente sujetos políticos manipulables. También eran consumidores, que además establecían pautas de consumo propias, como el uso de determinada ropa o el consumo de bienes simbólicos. Hay cambios culturales fundamentales, como la incorporación masiva de las mujeres al ámbito laboral. Al igual que los jóvenes, la mujer también pasa a ser sujeto de consumo y se le presta atención por otras cosas: hay expertas o profesionales que les hablan a sus congéneres. Mientras tanto, la policía apaleaba a una pareja que estaba en un hotel y los curas censuraban películas porque aparecía una mujer desnuda. Pasaba todo junto.

–Hubo en la Argentina de los 60 una explosión de movimientos intelectuales abiertos a un concepto más interdisciplinario de la producción de conocimiento.

–Sí, se dio una serie de porosidades. Eso también es parte de un clima de época. Aun durante los gobiernos dictatoriales hubo un fomento de la interdisciplinariedad. Por ejemplo, en las comisiones de salud mental había sociólogos, psiquiatras, psicoanalistas y economistas trabajando juntos. Una de las experiencias más atrevidas que hubo en ese rubro se dio durante la dictadura de Onganía: en 1968, el único lugar donde se votaba en la Argentina era en un psiquiátrico, los locos votaban por los médicos. También en 1968 se crearon las cátedras nacionales, con la idea de formar una sociología vinculada a lo nacional, al marxismo, al peronismo y a la teología de la liberación, que funcionaron hasta 1971, 1972, a pesar de la dictadura de Onganía. Uno de los promotores principales de esas cátedras nacionales fue el sacerdote católico Justino O’Farrell, que al mismo tiempo trabajaba en el Centro de Investigaciones Sociales del Di Tella, que estaba en el polo opuesto de las cátedras nacionales, ya que proponía una sociología absolutamente globalizada. Era la misma gente vinculada en lugares antitéticos pero que no parecían serlo en aquella época. Es un fenómeno interesante la diversidad de puentes que se daban en los distintos espacios de sociabilidad y de pensamiento.

–El Instituto Di Tella tuvo mucha influencia tanto en el arte como en la economía del país.

–La Fundación Di  Tella tuvo  el  complemento adicional de que mientras buena parte de los equipos económicos de las dictaduras de Onganía para adelante salieron del Di Tella, los mismos militares censuraban exposiciones o reprimían  la sección de arte del instituto. En esa misma época había personas que escribían en la revista gramsciana Pasado y Presente que al mismo tiempo eran funcionarios de Onganía. Yo creo que la gente estaba desorientada, en particular los intelectuales, porque casi todas las certezas con las que habían crecido se habían ido al diablo. Entonces había una búsqueda constante y se encontraban combinaciones teóricas que parecen incompatibles hoy en día. Faltaba una brújula y se incorporaba todo lo que se podía.

–¿Esta falta de brújula fue también la que le dio crecimiento y riqueza a esa búsqueda?

–Exactamente. Hace poco hubo una muestra de Oscar Masotta que refleja ese recorrido. Masotta saltaba de una cosa a la otra generando algo nuevo todo el tiempo: de los happenings saltaba a  la historieta, de la historieta al psicoanálisis de Lacan. Esta pesquisa constante era posible, entre otras cosas, por la pequeñez del campo intelectual. Era sencillo llevar capital simbólico de un campo al otro porque eran pocos y porque no había un nivel de especialización tan grande, y el resultado fue positivo y democratizador hasta cierto punto. La Argentina llegó a ser el segundo país en la tasa de estudiantes universitarios. Fue una expansión gigantesca que empezó en la época de Perón y se profundizó después, hasta que la dictadura impuso limitaciones al ingreso de jóvenes a la universidad, con intervenciones  y represiones, como la Noche de los Bastones Largos. Todo era muy ambiguo. Por un lado existía una expansión renovadora y por otro estaban los límites brutales impuestos por la dictadura.

–También fue el auge de las ciencias  exactas.

–A punto tal que la represión del 66 tuvo su impronta más brutal en la Facultad de Ciencias Exactas. Eudeba, que fue la experiencia más rica de la época desde el punto de vista editorial, tuvo como primer gerente general a Boris Spivacow, que era matemático. Hay una movilización importante en Exactas, y algo más interesante todavía: el fuerte vínculo entre esa producción científica y la sociedad.

–¿En qué cuestiones se manifestaba ese  vínculo?

–El químico Oscar Varsavsky, por ejemplo, tenía un pie en Exactas y otro en Ciencias Sociales. Rolando García, decano de Exactas, que fue el que reformuló la idea de la universidad, y Manuel Sadosky, su vicedecano, tuvieron intervenciones sociales en un sentido mucho más amplio que lo meramente institucional. Era un clima de época: donde había un espacio para llenar, los intelectuales lo llenaban. Después de los bastones largos (que le pegaron en la cabeza a García hasta hacerlo sangrar), la universidad pierde legitimidad como espacio de sociabilización de intelectuales. La generación que ahora tiene entre 70 y 75 años es gente que toda su vida intelectual la hizo fuera de la universidad o en paralelo, y muchos de ellos ni siquiera tienen el título de doctor, ahora indispensable. Ninguno de los intelectuales más prestigiosos de la Argentina tiene como punto principal en su currículum haber sido profesor universitario, y era la gente que estaba en los 60. La usina de pensamiento siguió, pero no en la universidad. Masotta, por ejemplo, se convirtió en un faro intelectual, pero el tipo daba cursos en su casa o en los bares, donde podía; lo mismo León Rozitchner. O sea, en 1966 no se quebró el ímpetu intelectual. Sí se quebró la universidad como agente de promoción de la cultura y la ciencia. Por todo esto digo que fue un contexto muy complicado política y socialmente. En los 60 todo iba muy rápido, y cuando las cosas se aceleran, quedás descolocado, te tenés que amoldar a lo que está pasando a tu lado, pero todo es tan veloz que no lo podés conceptualizar. El hombre llegó a la Luna en 1969. Apenas diez años antes, esa hazaña sólo ocurría en un relato de ciencia ficción. Sin embargo, la gente lo vio por televisión en el living de su casa. Una locura.

 

Escrito por
Virginia Poblet
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