Por Araceli Bellotta. El aluvión zoológico del 24 de febrero parece haber arrojado a algún diputado a su banca, para que desde ella maúlle a los astros por una dieta de 2.500 pesos. Que siga maullando, que a mí no me molesta”, bramó desde su banca el diputado radical Ernesto Sanmartino, en junio de 1947, cuando fundamentaba un proyecto en contra de la rendición de honores a funcionarios, intentando emular a Mariano Moreno cuando cuestionó al presidente de la Junta de Gobierno de 1810, Cornelio Saavedra, por haber aceptado un homenaje que recordaba a los recibidos por un rey. Pero en la Argentina de 1947 no había monarca alguno sino un gobierno democrático y popu- lar, encabezado por Juan Domingo Perón, que el 24 de febrero de 1946 había sido elegido por el 55 por ciento de los votos, frente al 45 por ciento que había obtenido la Unión Cívica Radical a la que Sanmartino pertenecía. En la Cámara de Diputados los votos se tradujeron en 158 diputados peronistas y 44 radicales que, como no podían imponer ningún proyecto de ley, aprovecharon sus bancas para atacar al nuevo gobierno y, sobre todo, dejar en evidencia la inexperiencia parlamentaria que tenía la mayo- ría de los legisladores oficialistas. A dos meses de iniciadas las sesiones, en agosto de 1946, el mismo Sanmartino había dicho en un discurso: “Algunos diputados que se sientan en los escaños de la mayoría conocen, como Panurgo, las cuarenta formas del hurto”, y para evitar una sanción parlamentaria agregó: “Yo no dije ‘robo’, sino ‘hurto’. Y hurta quien se apodera de la voluntad de sus conciudadanos por medio de engaños y sofismas”. En este punto resulta inevitable preguntarse qué habría dicho el diputado de sus actuales correligionarios. Pero la respuesta es imposible, pura historia contrafáctica, porque el hombre hace cuatro décadas que ya no está entre los mortales. Volvamos entonces a 1946 para decir que Sanmartino apeló a la metáfora literaria con dos propósitos. El primero, para decir que los oficia- listas eran ladrones, y el segundo, para mostrar la ignorancia de muchos de los diputados peronistas que seguramente debieron preguntar quién era ese Panurgo, y enterarse después de que se trata- ba del amigo del gigante Pantagruel que François Rabelais había descripto en el siglo XVI como un truhán, libertino y cobarde.
EL ESTIGMA QUE TERMINÓ EN DUELO
Y sí, Sanmartino tenía razón. El bloque de diputados oficialistas no tenía experiencia en las lides parlamentarias y no contaba con notables oradores como el bloque radical, entonces presidido por Ricardo Balbín, al que luego sucedió Arturo Frondizi. El presidente de la Cámara de Diputados, Ricardo Guardo, se estrenaba en su función, igual que los diputados Héctor J. Cámpora y Antonio Benítez, que lo sucederían después. John William Cooke era un joven de 25 años estudiante de abogacía, aunque los periodistas Eduardo Colom y Raúl Bustos Fierro, también flamantes legisladores, solían enfrentar con mucha solvencia a la oratoria radical. También es cierto que los diputados peronistas electos no tenían antecedentes de haber transado con el “fraude patriótico” de la Década Infame, en la que Sanmartino había sido diputado nacional por la provincia de Entre Ríos entre 1936 y 1940, justo cuando la UCR abandonó su abstención electoral para convalidar al régimen que tanto había combatido en los tiempos de Hipólito Yrigoyen. En 1940 había renovado su banca, esta vez por la Capital Federal, y de nuevo en 1946. Es decir, Sanmartino tenía amplia experiencia en el goce de la dieta parlamentaria que ahora le enros- traba al “aluvión zoológico”. Por la primera intervención, la de Panurgo, Sanmartino recibió tres días de suspensión. Por la del “aluvión zoológico”, tras intercambiar insul- tos con el diputado Colom que casi pasan a las manos si no fuera por la intervención del radical Gregorio Pomar, fue retado a duelo. Según cuenta Hugo Gambini en su Historia del peronismo, al día siguiente Colom y Sanmartino se encontraron en la quinta de Héctor Sustaita Seeber para batir- se con pistolas. El primero fue acompañado por Benítez y Cámpora como padrinos. El autor de la ofensa, por Pomar y Dellepiane. Pero el duelo no se realizó porque el armero, que había sido citado a las 18, llegó varias horas más tarde cuando ya no se podía ver por la neblina. Después, el 5 de agosto de 1948, Sanmartino fue expulsado de la Cámara de Diputados por 104 votos contra 42. Y un año después, el diputado radical Agustín Rodríguez Araya siguió la misma suerte luego de comparar a Perón con Alí Babá y los cuarenta ladrones del cuento de Las mil y una noches. Dicen que durante ese debate, el diputado peronista Argaña intentó interrumpirlo, pero el radical Federico Fernández de Monjardín lo detuvo al grito de: “¡Cállese la boca y déjelo hablar, lengua de papel de lija!”.
ESE MISERABLE PUEBLO HARAPIENTO
Los diputados radicales no podían evitar los insultos siempre en la misma dirección: demostrar la brutalidad y la ignorancia de los legisladores oficialistas. En verdad, lo que no podían tolerar era que el peronismo hubiera irrumpido en la política nacional y encima con una mayoría parlamentaria abrumadora. Ese desprecio había nacido el 17 de octubre de 1945, cuando buena parte de la dirigencia de la UCR ya había olvidado sus propios orígenes populares y los tiempos en los que a ellos mismos los conservadores los calificaban como la “chusma”, porque los funcionarios que ocuparon los ministerios no portaban apellidos de familias célebres y tampoco tenían experiencia en la gestión pública. Aquel 17 de octubre buena parte de la dirigencia radical se sorprendió con los miles de hombres y mujeres, provenientes de fábricas y frigoríficos, que arribaron a la ciudad para reclamar la libertad de Perón, preso en la isla Martín García. Algunos años después, el escritor Ezequiel Martínez Estrada en su libro ¿Qué es esto?, con el que intentó explicar el peronismo, se explayó sobre aquel desprecio que Sanmartino había resumido en la expresión “aluvión zoológico”: “El 17 de octubre parecía una invasión de gentes de otro país hablando otro idioma y, sin embargo, eran parte del pueblo argentino, ese pueblo bajo, ese miserable pueblo. Eran nuestros hermanos harapientos, nuestros hermanos miserables”. Y después los calificó como “hurgadores de tachos de basura, residuos de todas las actividades nacionales, la hez de nuestra sociedad y de nuestro pueblo, muchedumbre zaparrastrosa, majadas electorales”. Desprecio racial y de clase tan antiguo como la conquista de estas tierras, y tan perdurable como para mutar la forma pero no el contenido con el paso de las décadas: el “aluvión zoológico” del siglo XX se transformó en la “grasa militante” y “choriplanera” del presente.