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Caras y Caretas

           

“El gran verbo del teatro es sorprender”

Mauricio Kartun es una de las fuerzas creadoras más potentes y singulares de la escena local. Aquí reflexiona sobre la expresión a la que le dedicó su vida y los enormes desafíos para desarrollarla.

Por María Malusardi. El contexto es de intemperie y desazón. Lo emergente clama y el arte debe aceitar sus antiguas y más feroces maquinarias para iluminar las zonas de catástrofe donde urge la reconstrucción. Se necesitan la reflexión y la belleza. “Lo maravilloso y sobrecogedor siempre vence a lo que apunta sólo a persuadir y complacer. Porque la persuasión depende de nosotros mismos, mientras que el poder y la fuerza de lo sublime se imponen sin resistencia a todo el auditorio.” Lo escribió Longino hace dos mil años. Y combate a la perfección este cajón de época que son Tinelli, el amarillismo y Gran Hermano. “Lo bello va mucho más allá de la complacencia”, completa Byunh-Chul Han, el filósofo alemán-coreano que rastrilla sobre el daño para remover, más aún, la putrefacción de las heridas. Y aquí le damos paso al teatro, otro cajón de época que materializa la desesperación. Pero cómo hacer teatro hoy en la Argentina, cómo, venciendo la abundancia del “me gusta”, uno de los gestos responsables de la tristeza de estos tiempos. Y aparece entonces en vivo, filosa y poética, la voz de Mauricio Kartun, el autor de Sacco y Vanzetti, Ala de criados, El niño argentino, Salomé de chacra y Terrenal, la obra que reestrenó en la sala Caras y Caretas 2037 después de 700 funciones y diez giras internacionales. Sostiene Kartun: “Lo particular de la belleza teatral es que se nos presenta al disfrute en distintas dimensiones conmovedoras (en su sentido más literal, lo que nos mueve). A veces por separado y a veces complementarias: la imagen visual, la creación mimética del actor, la palabra, la música, la armonía de su relato, la belleza espiada de los cuerpos, incluso. Es arte complejo, y el atributo que más lo cotiza es, paradójicamente, su creación con procedimientos de artesanía miserable. Lo sorprendente en el teatro hoy –y estoy convencido de que el gran verbo del teatro es sorprender– es esta ecuación: mucho con poco. A pura mampostería y fuera de todo control digital. Con tiempos pedestres, de a pie. Y cuando lo conseguís sabés que eso –módicamente al menos– le ganó al sistema, que la ecuación te da como artista un poder sobrenatural, literalmente, porque el natural hoy es virtual y le ganaste con lo virtuoso, y la realidad es inversionista y le ganaste con lo inverso. Y el que no lo entiende se lo pierde y queda haciendo muecas y gestión narcisista nomás”.

–Podría vincularse con una reflexión muy hermosa que usted desliza en Las artes que atraviesan el teatro, de Marcos Rosenzvaig: “El teatro toma artes, las usa, se aparea con ellas y las deja. El teatro tiene una sabiduría propia, dicen los viejos cómicos, ‘el teatro sabe’. Un hombre atravesado por una luz sigue resultando emocionante”.

–El teatro es una práctica viva. Sobreviviente. Y ha ido encontrando en sus veinticuatro siglos estrategias notables de supervivencia, ha mutado, se ha adaptado, ha hecho cruzas genéticas impensables y se ha enseñado luego a sí mismo a quienes lo practicamos. El teatro sabe. Se constituye en un organismo de saberes con función común. Para hacerlo bien hay que aprender a dejar de mirar el órgano y observar el organismo. Los que lo hacemos debemos aprender a escucharlo o morimos sordos.

–¿Moriremos sordos si no escuchamos al teatro del contexto? En 2014, usted parecía optimista. En una entrevista declaró: “Tengo la sensación de estar en un presente dialéctico muy poderoso en el que pasan cosas en el campo social que eran imposibles de imaginar hace unos años: pienso en una condición de minorías, en la aceptación del otro y de otros puntos de vista, en la valoración de la cultura como mecanismo incluyente… Hoy la Argentina, después de mucho tiempo, sacó la cabeza afuera en un mar embravecido. Después, si nos comen los tiburones es otra historia. Pero creo que estamos nadando hacia un lugar. Estuvimos mucho tiempo nadando en círculo o incluso hacia abajo”.

–Y sí, tenemos las dentelladas de los tiburones tatuadas por todo el cuerpo. En estos últimos años nos han cagado a mordiscos. No se termina de hacer una cicatriz que ya hay otra sangrando. Lo más importante, como siempre, es proteger las piernas como sea, que es la única manera de seguir pataleando. El retroceso ha sido violento. Pero tenemos una ventaja, en el cara o cruz de la historia llevamos muchos años de experiencia cargando cruz. Sabemos cómo movernos de este lado del par dialéctico, siglos de experiencia siendo antítesis.

–“Como señala Marx, ningún modo de producción en la historia humana ha sido tan híbrido, diverso, inclusivo y heterogéneo como el capitalismo, que ha borrado fronteras, derrumbado polaridades, mezclado categorías fijas, reunido promiscuamente una diversidad de formas de vida. Nada es más generosamente inclusivo que la mercancía, que, con su desdén por las distinciones de rango, clase, raza y género, no desprecia a nadie, siempre que tenga con qué comprarla.” Lo escribió Terry Eagleton en su libro Cultura. ¿Qué le parece?

–Aplicando a aquello que decíamos del teatro: el capital sabe. Desde cierta distancia no parecerían ser los capitalistas los que lo pilotean estratégicamente sino que son, de alguna manera, manejados por él, por su sistema, su fluir imprevisible y su lógica. Por eso los economistas suelen ser tan giles en sus afirmaciones, por eso ninguno resiste un archivo. Hablábamos ayer en una sobremesa con mi hijo treintañero de esa refracción que tiene su generación al matrimonio y a las parejas estables. Pensábamos en las razones sociales y personales. Al rato terminamos preguntándonos si el capital no estaría allí también haciendo de las suyas. Si así como necesitó en cierto momento a la familia como célula de acumulación no será que precisa ahora temporariamente a su segmento como puro individuo de consumo. Es turro el capital, tiene inteligencia de gen.

–Y hace de las suyas también con el teatro. ¿Cómo ve la dicotomía entre teatro comercial y teatro independiente?

–Lo comercial ha estado desde siempre, y según desde dónde lo mires, para un enorme sector fuera de esa franja no hay teatro, de la pared para allá está lo vocacional, lo potrero. Se ha hablado mucho de esa dicotomía entre teatro comercial y el independiente y se busca diferenciarlos por detalles. A veces nos olvidamos de que la gran diferencia viene de su deseo original, su pulsión primigenia: el comercial utiliza lo artístico como medio de recaudación. El independiente utiliza la recaudación como medio para lo artístico. Ese es el abecé. En las cooperativas de mis obras laburo mucho haciendo producción. Alguien podría pensar que es porque buscamos ganar más guita. Pero lo que verdaderamente nos mueve en profundidad es que esa recaudación permita que el espectáculo se exponga más tiempo. Porque entonces cumple su función artística con aprovechamiento óptimo de la energía invertida. Es raro. Imaginate cuando se lo tengo que explicar al contador que me hace las declaraciones juradas cada año.

–“El hombre intenta que la vida sea aristotélica, pero la vida es varieté.” Lo dijo con respecto a Terrenal. ¿Por qué?

–Al teatro lo han usado siempre como gran alegoría del mundo, aquello del theatrum mundi, tópico barroco, el mundo como un gran teatro del que somos personajes escritos y dirigidos por Dios. Jodiendo con aquella voluntad alegórica, elijo pensarnos en otra estructura teatral más rota, menos causal, intrascendente, la de las variedades, números que se suceden unos a otros sin razón fija. Citarse a uno mismo es medio nabo pero acá me ahorra energía: lo puse en una frase de Terrenal que lo refiere: “Quince numeritos deshilvanados enhebrados por un bufo, una platea de borrachitos distraídos y cuando termina la función te perdiste el tranvía. Un tabladito de balneario es la vida”. Prefiero pensarla así.

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