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Caras y Caretas

           

UNA HISTORIA CONOCIDA

Por Eduardo Duhalde. Ex presidente de la Nación

Ya he contado muchas veces esta historia. Sin embargo, siento que en los tiempos que corren, de crisis y desencuentros, vale la pena recordarla.

Año 2001. 31 de diciembre. La Argentina tuvo tres presidentes después de Fernando de la Rúa, que había renunciado arrastrado por la ola de indignación popular provocada por la crisis económica y el corralito. Hace semanas que las calles de todo el país están inundadas por ríos de manifestantes indignados que reclaman que se vayan todos.

Estoy en casa, en medio del trajín de la familia preparando la cena de fin de año. Suena el teléfono. Es Raúl Alfonsín, que me exige que asuma como presidente designado por la Asamblea Legislativa, una propuesta que ya me había hecho llegar la gente de mi partido y que yo había rechazado.

–Ni loco –le respondo–. Este es un problema de ustedes, los radicales, y tienen que arreglarlo ustedes.

–Usted, Duhalde –me contesta Alfonsín de muy mala manera–, va a ser responsable de un baño de sangre en la Argentina.

–¿Por qué yo? –le pregunté, y se hizo un silencio.

–Tiene razón –me dijo después de lo que me pareció una eternidad–. Usted y yo vamos a ser responsables. Piénselo. Lo llamo en media hora. Colgó.

Miré a mi alrededor. Mi familia seguía en la rutina de la celebración del comienzo de un nuevo año. Mi actitud era la que dictaba el sentido común de cualquier político. Un sentido común muy parecido al egoísmo. Venía de ganar por amplio margen las elecciones para senador. ¿Por qué me iba a agarrar el país en ese momento, si yo sabía que en dos años iba a ser presidente? ¿Para qué meterme en camisa de once varas? Sin embargo, las imágenes que difundía la televisión eran elocuentes y hablaban de un país en el que el fantasma de la guerra civil era cada vez menos un fantasma. ¿Era este el momento de ceder a un pensamiento egoísta o el de asumir con grandeza lo que era necesario hacer? Reuní a la familia. Le conté lo que había decidido hacer.

A la media hora sonó el teléfono.

–Está bien, don Raúl, acepto. Pero con algunas condiciones inamovibles. Le propongo un cogobierno. Necesito que tres de mis siete ministros sean radicales. Y que sus parlamentarios y los míos formen una mayoría que permita aprobar las leyes que previamente consensuemos, de manera de garantizar la gobernanza.

–¿Y de dónde voy a sacar yo tres ministros a esta hora del 31 de diciembre? –me preguntó.

–No sé, pero sin esas condiciones, olvídese.A la media hora me volvió a llamar.

–Ya tengo dos –me dijo.

El resto es historia conocida.

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