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Caras y Caretas

           

LA DEMOCRACIA ACORRALADA

Por Marcelo Stubrin. Embajador argentino en Colombia. Ex presidente del Comité Capital de la UCR. Integrante de la JCN

Primera semana del gobierno asumido el 10 de diciembre de 1983. La Argentina, rodeada por dictaduras, con excepción de Bolivia. Las FF.AA., diseñadas para múltiples “hipótesis de conflicto”, principalmente con Chile y Brasil. ¿Cómo comenzar? Esa era la pregunta relevante. Primero, las cuestiones de principios. Restringir el poder militar que había tutelado por décadas el sistema político. Para eso, un repertorio de acciones inmediatas: derogar la autoamnistía, procesar a los comandantes y a los jefes de la guerrilla, adherir a las convenciones de derechos humanos, reformar el Código de Justicia Militar. Luego, habría que convivir con los vecinos, cuya hostilidad era previsible por la llegada de un gobierno de otra naturaleza. Subordinar a los militares era el único modo de ejercer el poder que la Constitución asigna al presidente, y suprimir la dominancia estratégica que supeditaba la totalidad del Estado a las guerras para las que los militares estaban preparados, las internas y las externas, que formaban parte de sus delirios autoritarios.

Alfonsín designó ministro de Relaciones Exteriores a Dante Caputo, para horror de algunos y sorpresa de muchos. Su recordado desempeño fue brillante en condiciones extremadamente difíciles.

A favor, el nuevo gobierno contaba con una sola ventaja que habría que cuidar, sostener y amplificar: su prestigio. La idea de un cambio de época, la democracia, la libertad y la justicia, alentadas por un pueblo movilizado y dispuesto a defenderla. Chile: la mediación papal que evitó la guerra en la navidad del 78 había terminado, el laudo arbitral sobre el canal Beagle y las tres islas había sido adverso. Había que actuar, era imposible convivir con un conflicto de ese tamaño. Sin perder un minuto y bajo la tutela del Vaticano se dio forma al Tratado de Paz y Amistad, ambicioso y complejo instrumento que inició una época de fraternidad y asociación con Chile que todos los gobiernos posteriores preservaron. Sin embargo, no era suficiente. El nacionalismo militarista acechaba, por lo que se resolvió convocar a una elección para que el pueblo se expresara. Así, la consulta popular no vinculante se celebró el domingo 25 de noviembre de 1984. Arrasamos, sólo en algunas provincias limítrofes el NO superó el 10 por ciento. Los argentinos convalidaron la sabia decisión del gobierno. Mi homenaje al negociador chileno coronel Ernesto Videla y al embajador argentino Marcelo Delpech, artífices de la solución.

Pero quedaba mucho por hacer. El mismo 25 de noviembre del 84 se celebra una elección presidencial en la República Oriental del Uruguay dando fin a la dictadura. Comenzó el efecto dominó provocado y alentado con sabiduría y tacto por el gobierno argentino. Siguió Brasil, finalizando con 24 años de dictadura.

En efecto, el 1 de marzo de 1985 juró Julio Sanguinetti en Montevideo y el 21 de abril del mismo año lo hizo José Sarney en Brasil. La ola era imparable.

En Chile y Paraguay los regímenes autoritarios eran más fuertes y consolidados. Por ello hubo que emplearse a fondo. Respetar a los gobiernos vecinos y ayudar a la oposición requería el máximo de destreza y autenticidad. Era evidente el propósito democratizador que alentaba el gobierno argentino, pero se emplearon las formas más cuidadas para concretarlo.

Para ejemplo, el plebiscito del 5 de octubre de 1988 en Chile. Pinochet quería gobernar hasta 1997 y desafió a la población a respaldarlo. Ganó el NO por 56 a 44 por ciento. El régimen militar conservaba un considerable respaldo, pero la tendencia democratizadora era sostenida. Se colaboró con el comando del NO de todas las formas imaginables, hasta organizando viajes para que votaran los ciudadanos chilenos residentes en la Argentina. El presidente Alfonsín no se privó de reclamar públicamente la libertad de Ricardo

Lagos, quien se encontraba sufriendo cárcel. Poco después, ya ex presidente, Alfonsín fue ovacionado en el Estadio Nacional cuando asumió Patricio Aylwin, el 11 de marzo de 1990.

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