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Caras y Caretas

           

EL TEATRO DE OBREROS

Por Carlos Fos

El teatro obrero, hijo de la inmigración, nace con la organización local de los trabajadores a partir de 1890. Esa escena de lucha, con modelos de representación creados para la circulación de su ideario, fue continuada, en sus pilares éticos y de producción, por los grupos germinales ligados a los primeros gremios. Esta primera propuesta artística militante de la región tuvo una riqueza multiplicadora y tozuda presencia en creaciones inestables y resistidas por el poder, como sus talleres-escuelas, círculos, centros, gremios, bibliotecas fijas y móviles, donde el arte tenía un techo, así como en el cuerpo y la voz de los titiriteros errantes. Anarquistas puristas, integradores, en definitiva, todos, formaron cuadros filodramáticos y ofrecieron obras de elaboración propia o de autores cercanos a la causa. Con un sistema de recepción, crítica y producción que les pertenecía, fomentaron un reducto autónomo para su dramaturgia de urgencia. No importan los nombres propios, sólo la tarea por elaborar una oferta escénica, muchas veces en orfandad de medios económicos y de brazos al servicio de los trabajadores. Si un monólogo o un breve drama disparaba ideas o simplemente generaba una duda en el público –enajenado por la prédica patronal–, tenía sentido. Cualquier sacrificio, incluidas la cárcel o la deportación inmediata, se podía tolerar si se colaboraba, desde la modestia de este teatro, a liberar mentes. La autoridad y el despotismo, como ejemplo de mal uso del poder, la violencia, la trata, el divorcio eran temas que aparecían en sus textos, donde no había tabúes. Sólo importaba la praxis comunitaria, la implementación de valores de corte humanístico en un colectivo agredido por la explotación del hombre por el hombre. Acción de resistencia pero sin el objetivo de quedarse en esa posición; por el contrario, la clase trabajadora se emanciparía y despojaría a la oligarquía de sus puestos mal habidos. Para ello, fueron capaces de bocetar y poner en marcha determinados medios de producción y comunicación: imprentas, diarios, librerías, talleres gráficos, agrupaciones comunitarias, que funcionarán como antecedente de la praxis y reflexión cultural. Pero no sólo utilizaron estas estrategias. Se valieron de las armas del adversario para que su mensaje obtuviera dimensiones nacionales. Para ello recurrieron al solitario militante o a las parejas, que recorrían los inmensos y despoblados territorios siguiendo las vías férreas que los ingleses diseñaron para la extracción de los bienes primarios. El actor que proponía el teatro obrero distaba del modelo que trabajaba en las obras de gran éxito en las salas empresariales y también de los cuerpos amateurs del ámbito asociacionista. Eran obreros que, continuando con su habitual tarea, concebían su práctica artística como un órgano más de propaganda política y como un brazo de transformación cultural del conjunto en el que se insertaban. Es tan falaz como ilusorio hablar de un teatro obrero homogéneo, sin disparidades estéticas o sin apreciaciones distintas desde lo político. Cualquier periodización, aun las germinales, debe tomar nota de lo expuesto para no centrarse en compartimentos temporales estáticos o cerrados impropios de un ámbito dinámico y alimentado por la diversidad misma. El ingenio que se plasmaba en un acontecimiento teatral era fruto del debate, del aporte del grupo y no de la inspiración aislada de un individuo que pretendía aplicar sus saberes. Si en los talleres-escuela se luchaba por el libre desenvolvimiento de las aptitudes de cada alumno, las artes no podían duplicar los ejemplos de la burguesía, donde todo era reducido a mercancía y se establecían niveles de acceso por el poder adquisitivo del público al que se dirigía la acción estética. El arte les pertenece a todos como realizadores y espectadores y debe mover a la disconformidad con el estado de cosas denunciado. No se trata de generar empatía con las situaciones de injusticia presentadas; empatía que se disuelve a los pocos minutos a través de la compasión mutada en breve llanto. Es preciso despertar conciencia, corregir conductas nocivas y promover la tarea de conmover los cimientos de una estructura social perversa mediante operaciones indicadas en las mismas obras. Los trabajadores sindicalizados no deseaban un teatro alternativo al que “brillaba” en las carteleras empresariales, sino demostrar que aquel era una falsificación del espíritu festivo que debe caracterizar a cualquier realización sublime genuina.

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